martes, 23 de octubre de 2012

Lo que nunca termina


El sonido de la intensa lluvia se filtraba tenuemente a través del ventanal. A oscuras, en lo más profundo de la noche, en el centro del salón, cerró los ojos. Las secciones de cuerda iniciaron desde las tonalidades más graves el suave y hondo lamento que daba inicio al gran momento de Tristán e Isolda.

Suave, lenta y educadamente le habían dicho que se veían obligados a prescindir de sus servicios. Era sin ningún género de dudas un gran profesional y había realizado una impecable labor, pero la cosa estaba mal, muy mal, como ya debería saber, por otra parte. Esperaban que se hiciera cargo y por otra parte estaban convencidos que con su currículo en breve volvería a estar en activo. Un ajuste doloroso pero necesario. Y eso, que mucha suerte...

Preludio y muerte de Isolda. Un cuarto de hora largo de puro gozo sonando sólo para sus oídos. Los altavoces reproducían con absoluta fidelidad la fantástica interpretación de la Filarmónica de Praga.

Desde aquel día había empezado su colección. Desde entonces, ya hacía mucho que coleccionaba palabras vanas y formalismos educados. Innumerables palmaditas y cantidades ingentes de miradas de comprensión. Mucha empatía, toneladas de ella, pero nada de todo eso sería bastante para calentar su casa cuando llegase el frío. Esa gran casa, el signo de su tiempo y sus aspiraciones. Tan grande, tan vacía, y ahora tan fría. Toda para él, su único y triste habitante desde el día en que ella se fue, llevándose los buenos tiempos, arrancando una parte de su ser, la que ascendía en la vida, la que sonreía al futuro lleno de confianza.

Los violines empezaron a vibrar, la percusión subrayaba el dramatismo del momento mientras el tema central de la obra reaparecía, embargándolo todo de una elevada y romántica melancolía, hasta caer de nuevo al fondo, para mecerse de la mano de los oboes, hasta el largo y cadencioso final.

Se lo podrán llevar todo, pero siempre me quedará esta música. Nunca podrán dejarme sin nada, jamás.

Abrió de nuevo los ojos. Había dejado de llover. Pronto amanecería. Ahora sabía que tenía una gran tarea por delante; estaba dispuesto a volver a empezar.






sábado, 20 de octubre de 2012

La pared


Tambaleándose, dio unos pasos atrás y volvió la vista, exhausto. De nuevo se hallaba cubierto de magulladuras en mente, hombros, puños y corazón. No era la primera vez; su cuerpo recordaba bien los viejos golpes encajados.

La pared era alta, muy alta. Tan grande como antigua; plena y sólida, impenetrable. Absolutamente definitiva.

Pero no había otro camino. Era la única dirección. Ante la pared, solo quedaba permanecer ahí, o quizás volver atrás. Sentado a su pie esperó hasta haber recuperado el resuello. "¿Por qué no hablamos?" volvió a preguntarle, como había hecho tantas veces en el pasado. Y aunque sabía que le escuchaba, la pared mantuvo su silencio pétreo una vez más, como siempre. Era un viejo y antiguo juego, era el juego de la pared.

Entonces empezó dentro de él otra lucha silenciosa: la impotencia y la frustración, dos viejas conocidas que reaparecían siempre en el peor de los momentos, y junto a ellas venía siempre de la mano su hermano pequeño, el conformismo. Sin embargo estaba cansado de conformarse, llevaba demasiado tiempo ahí, malgastando su vida y sus energías mientras alrededor todo cambiaba. Volvió la vista de nuevo a la inmutable y oscura pared. Esta vez sería diferente. Al fin lo había entendido.

No podía escalarla, no podía atravesarla, no podía rodearla. Y la saliva jamás la había desgastado un ápice, nada la debilitaba, nada la conmovía. A cambio, sólo había obtenido silencio. Por fin había reunido el valor suficiente para aceptar que hablar con una pared no sirve de nada, no si quería que las cosas cambiaran, no si quería pasar al otro lado.

Había inventado un nuevo juego. Unos metros más atrás y ante el mismo centro de la ciclópea pared, cogió un pico y una pala y empezó a cavar un gran agujero en la blanda tierra que los sostenía a ambos.

Entonces, por vez primera en todos aquellos largos años, de las mismas entrañas de la gran pared surgió una voz: "¡Hablemos!"



martes, 9 de octubre de 2012

De cuando caí

Relato publicado en @diariofenix

La reunión empezó pero él no estaba allí. El espacio físico que ocupaba en aquel despacho era el último sitio donde deseaba estar en ese momento. "No me lo puedo creer, no estoy en la lista..."

Obligado a guardar las formas, se esforzó en demostrar un interés que en absoluto sentía. Cambió varias veces de postura en la butaca. A su alrededor y en torno a la gran mesa redonda jefes, superiores inmediatos e iguales a él debatían los datos del sesudo estudio que los consultores externos presentaban. "¿Cómo puede haberme pasado esto a mí? ¡Tiene que tratarse de un error!..."

Su fachada externa miraba alternativamente al ponente y a la pantalla, mesándose profesionalmente la barbilla; su interior sin embargo se hallaba muy lejos de allí. Deseando volver atrás en el tiempo, que nada de aquello hubiera pasado, poder pulsar una gran tecla de escape y volver a empezar. Ser capaz de hallar un nuevo comienzo. "Ya no habrá más oportunidades, todos sabíamos que era ahora o nunca... y me la han jugado, los muy cabrones de mierda"

Hastiado, fijó los ojos en el pequeño proyector, ajeno a la funcional presentación en PowerPoint que se mostraba más allá. Era un estudio que él sabía que jamás habría sido necesario, porque sus resultados eran obvios; tan sólo era pura y sustancial lógica.  Tiempo, trabajo y dinero dilapidados; resultados y conclusiones destinadas a pasar al gran cajón del olvido. "Tengo que hacer algo, esto NO puede quedar así... aunque probablemente no sirva de nada... porque no se van a desdecir... tendré que reclamar, averiguar cómo, informarme, tendría que empezar ahora mismo... ¡Pero que desgraciados son! Y sólo me ha pasado a mí... ¿quiénes son ellos, que no tienen ni zorra idea, para valorar algo que les supera?... Así nos va, como con esta mierda en la que..."

- ¿En el último informe semestral de percepción no habíamos incluido unas preguntas sobre esto? - la pregunta del subdirector esperaba su apunte con el dato exacto.

- Sí, los datos del estudio ya indicaban también una caída, del seis con cuatro si no recuerdo mal... justo en línea con lo que se dice aquí.

Había respondido con tono firme, elevando un punto la voz, sin apartar la vista del proyector, e ignorando muy especialmente la mirada que le dirigía uno de los jefes de área. "Es lo que hay, si no te gusta oírlo te jodes. Mamón... a mi tampoco me gustan muchas cosas, como trabajar de balde para gentuza puesta a dedo como tú,... o esto: que otros puedan opinar de lo que no saben y decidir que pueden tirar por la borda las pocas aspiraciones que le quedan a uno en la vida. ¡Cuánto hijoputa suelto!..."

La presentación terminó pero las luces de la sala no se encendieron. A la tenue luz de la última diapositiva de 'Muchas gracias' la reunión se resistía a morir, languideciendo en ampulosas puntualizaciones de los jefes de área y las correspondientes precisiones y matizaciones del equipo de consultores. Desde la interpelación directa del subdirector él había permanecido en absoluto silencio, alejado de todo lo que allí se decía, ajeno por completo al absurdo desfile final de egos y exhibición de galones. Entonces cayó en la cuenta: ¿así que esto es todo?  He estado descuidando todo lo demás para intentar alcanzar esto y casi lo consigo... hoy he caído, hoy ya sé que no seré uno de ellos... hasta ahora mismo he estado jodido en esta butaca tragando bilis. Todo este tiempo he estado construyendo mi pequeño mundo, tal y como han hecho todos ellos, pero a mi me lo han desmontado de un plumazo. ¿Pero es sólo a esto a lo que aspiro? ¿de verdad quiero convertirme en uno de ellos? Será que  hoy no he caído, sino que me he despertado...

Al fin las luces se encendieron y el proyector se extinguió. Por primera vez en lo que llevaba de día sonrió al recordar de nuevo lo que más le importaba: dentro de un rato estaría en casa. Sabía que allí le esperaba el cálido abrazo de unos hermosos ojos.