viernes, 21 de diciembre de 2012

El viaje

Llegó de mañana temprano. Entró a buen paso en el vestíbulo del sótano tres, arrastrando jirones de niebla de la carretera y del sueño de la noche aún mal despertado. Sus manos se habían vuelto de corcho, recuerdo fresco de los amaneceres de diciembre.

Se detuvo frente al panel de fichaje de entrada y colocó sobre él la tarjeta magnética. Antes había pulsado sin detenerse el botón de llamada del ascensor que se encontraba a su derecha. Movimientos automatizados, repetidos una y otra vez, desde un lejano día que apenas ya recordaba.

Mientras esperaba, dio comienzo distraídamente al rutinario ceremonial de apertura de velcros, cintas y presillas de la gruesa cazadora negra de cordura. Los guantes bajo el brazo, el casco colgando de un codo.

A su espalda sonó el aviso que anunciaba la llegada de uno de los seis elevadores. Entró rápidamente y pulsó casi a la vez los botones del sexto piso y el que forzaba el cierre de puertas.

A ver si hoy paramos poco...

Debido a su característico atuendo, raro era el día que conseguía esquivar los comentarios, preguntas y hasta irónicas alabanzas de sus compañeros de viaje,  invariablemente relacionados el valor que se requería para afrontar los rigores y peligros de la circulación invernal sobre dos ruedas. Sabía que solo disponía de apoyo y comprensión verdaderos de los escasos compañeros que compartían su irrevocable devoción. Cuando alguna mañana coincidía con uno de ellos en ese primer viaje diario bastaba con intercambiar una breve mirada de complicidad y reconocimiento para empezar bien el día.

La primera parada sobrevino en el sótano uno.
Las puertas dejaron entrar a tres hombres y una mujer, todos de mediana edad: directivos veteranos de la casa; zapatos negros, trajes grises, corbatas discretas, abrigos largos de paño, calvas o canas, alguna barriga prominente. Ella sin embargo mantenía el tipo en la cincuentena dignamente con su tinte caoba y un funcional modelo de boutique. Cuatro manos pulsaron cuatro botones distintos en el cuadro de mando. Los vivos ojos negros de ella se abrieron en cuanto le reconoció. No iba a tener suerte en este viaje.

    - ¡Hombre, cuanto tiempo! ¿Qué tal te va? ¿pero aún sigues viniendo en moto? ¿con este frío?


Le había largado a bocajarro la salva de preguntas con esa voz que tan suya y que tan bien recordaba,  estudiadamente jovial, estudiadamente educada, estudiadamente neutra. La misma voz que en petit comité podía emplear para poner de vuelta y media un colega, negociar despiadadamente con un proveedor o hablar de naderías por la mañana en el ascensor con un antiguo colaborador.

    - Buenos días, Esther. Ya me conoces, soy de moto...


Los ojos de ella se entrecerraron levemente al recordar, la fina piel de su rostro enjuto se arrugó en una amplia sonrisa enmarcada por el carmín.

    - Ya lo veo ya, en fin chico, qué valor tienes, yo no podría... además tiene que ser peligroso. Quita, quita ¡Con lo calentito que se va en coche!

   - No te digo que no, Esther, no te digo que no...


Uno de los tres hombres había optado por revisar concienzudamente los correos pendientes en su Blackberry, recostado en una de las esquinas junto a las puertas, abriendo una distancia imposible en aquella caja de acero de cuatro metros cuadrados. Sin embargo, los otros dos estaban siguiendo atentamente la conversación mientras no quitaban ojo a la compacta indumentaria motera. Uno de ellos, quizás el más elegante y también el más sobrado de maneras perfiló una mueca de sorna en el rostro. Como era de prever, no tardó en realizar su aportación al debate:

   - Esther, ¡agradecida tienes que estarle! al fin y al cabo cuantos más vayan en moto, menos atascos para nosotr...


El viaje se había vuelto a interrumpir en la segunda planta para que entrara Felisa, una de las bedeles de la empresa: con su figura baja, regordeta y patizamba estaba encargada de transportar la correspondencia interior entre los distintos departamentos por todo el edificio. Había avanzado hasta quedar justamente tras la figura del ejecutivo que acababa de hacer la gracia. Aún no se habían cerrado las puertas cuando Felisa lo reconoció. Su rostro, casi siempre taciturno y abotargado por la medicación, se iluminó súbitamente:

   -¡Buenos diiías Juliiiito!


El interpelado, cogido completamente por sorpresa, interrumpió el chascarrillo, dio un respingo y enmudeció tras palidecer visiblemente. Bajó la cabeza sin atreverse a dar la cara ante la recién llegada.

    -Buenos días Felisa

   -Que guapo vienes siempre, Julito

   -Mu.. muchas gracias, Felisa

   -¿Te he dicho que me recuerdas a George Clooney?

   -Si, Felisa, si... 

   - Pero qué bien te sientan los años, Julito, ¡lo mismo que al buen vino!


Ya completamente desarbolado, el tal Julito avanzó un paso hasta prácticamente tocar con la cara el gran espejo que cubría la pared del fondo. Después de interminables segundos, por suerte para él las puertas volvieron a abrirse en la tercera planta. Mientras, el hombre de la esquina seguía aferrado al teclado de su Blackberry, manteniendo tenazmente su aislamiento.

   -Hasta luego... - alcanzó a musitar Julito mientras se escurría raudo por entre las puertas del habitáculo aún antes de que terminaran de abrirse por completo.

   -¡Hasta luego Julitooo! voceó Felisa desde la puerta del ascensor  

Hala, Julito... a pasarlo bien; y bien por ti, Felisa.


Con el ascensor de nuevo en marcha, Felisa procedió a escanear visualmente al resto de los viajeros de arriba a abajo, lenta y metódicamente. Por unos instantes reinó una tensa calma llena de miradas desviadas a suelo y techo.

-Me gusta mucho ese modelito que llevas, Esther. Tu siempre vistes con mucho estilo.

-Muchas gracias, Felisa - respondió la aludida cortésmente, en su tono de voz universal.


La cuarta planta era la de Esther y uno de los jefes de sección.

   - Hasta luego motero, me alegro de verte, ¡cuídate!

   - Hasta luego Esther, igualmente, hasta el próximo viaje.


Las puertas se volvieron a cerrar. El hombre de la esquina seguía impertérrito mirando fijamente la pantalla de su teléfono.

Plantada en el centro justo del ascensor, Felisa giró sobre sí misma y fijó su atención por unos instantes en el ejecutivo y en su afanosa revisión de la mensajería electrónica. Poco después fijó la vista al frente y suspiró. Después de todas las emociones anteriores su semblante había vuelto a sumirse en una suerte de espesa calma con pasmosa rapidez.

Las dos plantas que faltaban transcurrieron en absoluto silencio. En la quinta planta desapareció el hombre de la Blackberry sin haber levantado la cabeza ni mediado palabra alguna. Felisa no se inmutó, no volvió a abrir la boca, ni siquiera cuando alcanzaron la sexta planta. Entonces abandonó el ascensor y girando a la izquierda se encaminó hacia el despacho de presidencia con sus pasos cortos de autómata.

Gracias por el viaje Felisa; al menos tú sigues siendo tú...













lunes, 3 de diciembre de 2012

La vida sin ellos


El explorador había regresado con inesperadas noticias: se había localizado un gran foco de resistencia. Muy posiblemente fuera el último. El jefe de los voluntarios se volvió hacia su gente con un renovado brillo en los ojos. No tardó en dar las órdenes que todos ansiaban. "¡Vamos a por ellos!"

Habían sido largos años de lucha enconada y cruel. Habían caminado por el límite de su existencia muchas veces,  Nunca ni unos ni otros tuvieron dudas en la implacable, furiosa lógica: Llegar a cualquiera de los parajes desolados de aquella guerra, buscarse, combatir, rodear, asaltar y perseguirse con saña en la huida.

Pero las mayores y más sangrientas batallas cayeron de su lado, y ahora la victoria estaba cerca. En los últimos tiempos todo se había vuelto mucho más fácil, casi rutinario. Lo único que nunca variaba era el espeso silencio que siempre precedía al primer disparo.

Fue el batallón de los voluntarios el primero en asaltar aquel silencio; fue su gente la que liquidó el reducto  hostil, tras convertirlo en otra devastada ruina ennegrecida. La llegada del mensajero los encontró reponiendo fuerzas y pertrechos, aún en la zona de conquista, sobre los cráteres, cascotes y cuerpos de los caídos:  

Confirmado: ¡el enemigo se ha rendido sin condiciones!

En ese momento todos los voluntarios se miraron: lo habían conseguido; los habían borrado del mapa.  Supieron que habían disparado su último tiro. Se acababan de terminar todas las órdenes, el mando, las líneas de avance y retirada, las desenfiladas, los campos de minas, los abrigos, los refugios, los pozos de tirador, la intendencia y el municionamiento de la vanguardia. Y entonces cayeron en la cuenta de la terrible verdad.

Por todas partes se alzó un sordo clamor de celebración. Era la hora de la euforia, de la alegría desbordada por la victoria tan duramente alcanzada, de la paz largo tiempo soñada. Pero aquellos hombres no gritaron, no saltaron, no se abrazaron. Miraron al suelo y permanecieron en un hondo silencio que únicamente su jefe se atrevió a romper:

Ya no vigilaré más mi espalda, ya no tendré que esperar ninguna amenaza, ya no habrá que ir a buscarla, ni la llevaré hasta el mismo centro de la batalla. Olvidaré el calor, el frío, las privaciones y el latir de la sangre rabiosa en mis venas. Yo no valgo para vivir tranquilo, para hacerme viejo contemplando el mar. ¿Si la vida es riesgo, qué clase de vida me espera ahora?

 Hemos tenido que vencerles para comprenderlo. Ellos nos daban nuestra razón de ser. No solo hemos acabado con ellos, también nos hemos dado fin a nosotros mismos.

¿Qué será ahora de nosotros sin nuestros queridos enemigos?


 

sábado, 17 de noviembre de 2012

La Pared 2ª parte: Al otro lado


Pero él decidió ignorarla, y siguió cavando con más ahínco, en completo silencio. Al cabo de unas horas el agujero había empezado a adquirir buena anchura y cierta profundidad. Entonces la pared se dejó oír nuevamente:

"¿Querías hablar? Estoy dispuesta a escucharte"

Lo cierto es que nunca la había visto tan de cerca y con tanto detalle, durante tanto tiempo. Por eso ahora podía advertir cómo su base estaba cruzada por infinidad de grietas y desconchones. Se percató de los estragos que la humedad de la negra tierra llevaba haciendo  en esa parte de la estructura desde tiempos inmemoriales.

El pico y la pala siguieron hundiéndose en la tierra, cada vez con mayor facilidad, haciendo el agujero cada vez más grande, más hondo.

La muralla tronó nuevamente:
"Negociemos: si dejas de cavar te cuento lo que hay al otro lado, pero te avanzo que no vale la pena, es un mundo peligroso y hostil, y yo estoy para protegerte de él, como siempre he hecho todos estos años... algo que por cierto tu me agradeces así, haciendo ese hoyo que nos amenaza a los dos."

El agujero tenía ya suficiente hondura, así pues empezó a cavar en dirección a la pared. Había pasado a ser un túnel. Poco después, empezó a filtrarse un hedor a maloliente podredumbre; procedía de los viejos cimientos. Pronto envolvió con su evidente pestilencia todo el paraje. La vieja muralla volvió a sumirse en el silencio. Él, con una mueca de disgusto, apretó los dientes redobló sus esfuerzos, haciendo crecer el túnel más y más, hacia el otro lado.

Ella volvió a hablar, pero ahora su voz llegó hasta él debilitada a través de la tierra que los separaba:
"Mira, esto supone un gran esfuerzo para mí, pues va contra mis principios fundacionales, pero quizás podría abrirte una ventana, por la que podrías mirar de vez en cuando... ¡eso siempre y cuando prometas dejar el pico y la pala y cerrar ese feo agujero!"

Al cabo de poco, al otro lado de la pared se abrió un pequeño orificio en el suelo; pronto se hizo mucho más grande, lo suficiente para que emergiera la figura de él. Entonces, y antes de dejarla atrás para siempre, respondió:

- Ahora ya es muy tarde para eso...




martes, 23 de octubre de 2012

Lo que nunca termina


El sonido de la intensa lluvia se filtraba tenuemente a través del ventanal. A oscuras, en lo más profundo de la noche, en el centro del salón, cerró los ojos. Las secciones de cuerda iniciaron desde las tonalidades más graves el suave y hondo lamento que daba inicio al gran momento de Tristán e Isolda.

Suave, lenta y educadamente le habían dicho que se veían obligados a prescindir de sus servicios. Era sin ningún género de dudas un gran profesional y había realizado una impecable labor, pero la cosa estaba mal, muy mal, como ya debería saber, por otra parte. Esperaban que se hiciera cargo y por otra parte estaban convencidos que con su currículo en breve volvería a estar en activo. Un ajuste doloroso pero necesario. Y eso, que mucha suerte...

Preludio y muerte de Isolda. Un cuarto de hora largo de puro gozo sonando sólo para sus oídos. Los altavoces reproducían con absoluta fidelidad la fantástica interpretación de la Filarmónica de Praga.

Desde aquel día había empezado su colección. Desde entonces, ya hacía mucho que coleccionaba palabras vanas y formalismos educados. Innumerables palmaditas y cantidades ingentes de miradas de comprensión. Mucha empatía, toneladas de ella, pero nada de todo eso sería bastante para calentar su casa cuando llegase el frío. Esa gran casa, el signo de su tiempo y sus aspiraciones. Tan grande, tan vacía, y ahora tan fría. Toda para él, su único y triste habitante desde el día en que ella se fue, llevándose los buenos tiempos, arrancando una parte de su ser, la que ascendía en la vida, la que sonreía al futuro lleno de confianza.

Los violines empezaron a vibrar, la percusión subrayaba el dramatismo del momento mientras el tema central de la obra reaparecía, embargándolo todo de una elevada y romántica melancolía, hasta caer de nuevo al fondo, para mecerse de la mano de los oboes, hasta el largo y cadencioso final.

Se lo podrán llevar todo, pero siempre me quedará esta música. Nunca podrán dejarme sin nada, jamás.

Abrió de nuevo los ojos. Había dejado de llover. Pronto amanecería. Ahora sabía que tenía una gran tarea por delante; estaba dispuesto a volver a empezar.






sábado, 20 de octubre de 2012

La pared


Tambaleándose, dio unos pasos atrás y volvió la vista, exhausto. De nuevo se hallaba cubierto de magulladuras en mente, hombros, puños y corazón. No era la primera vez; su cuerpo recordaba bien los viejos golpes encajados.

La pared era alta, muy alta. Tan grande como antigua; plena y sólida, impenetrable. Absolutamente definitiva.

Pero no había otro camino. Era la única dirección. Ante la pared, solo quedaba permanecer ahí, o quizás volver atrás. Sentado a su pie esperó hasta haber recuperado el resuello. "¿Por qué no hablamos?" volvió a preguntarle, como había hecho tantas veces en el pasado. Y aunque sabía que le escuchaba, la pared mantuvo su silencio pétreo una vez más, como siempre. Era un viejo y antiguo juego, era el juego de la pared.

Entonces empezó dentro de él otra lucha silenciosa: la impotencia y la frustración, dos viejas conocidas que reaparecían siempre en el peor de los momentos, y junto a ellas venía siempre de la mano su hermano pequeño, el conformismo. Sin embargo estaba cansado de conformarse, llevaba demasiado tiempo ahí, malgastando su vida y sus energías mientras alrededor todo cambiaba. Volvió la vista de nuevo a la inmutable y oscura pared. Esta vez sería diferente. Al fin lo había entendido.

No podía escalarla, no podía atravesarla, no podía rodearla. Y la saliva jamás la había desgastado un ápice, nada la debilitaba, nada la conmovía. A cambio, sólo había obtenido silencio. Por fin había reunido el valor suficiente para aceptar que hablar con una pared no sirve de nada, no si quería que las cosas cambiaran, no si quería pasar al otro lado.

Había inventado un nuevo juego. Unos metros más atrás y ante el mismo centro de la ciclópea pared, cogió un pico y una pala y empezó a cavar un gran agujero en la blanda tierra que los sostenía a ambos.

Entonces, por vez primera en todos aquellos largos años, de las mismas entrañas de la gran pared surgió una voz: "¡Hablemos!"



martes, 9 de octubre de 2012

De cuando caí

Relato publicado en @diariofenix

La reunión empezó pero él no estaba allí. El espacio físico que ocupaba en aquel despacho era el último sitio donde deseaba estar en ese momento. "No me lo puedo creer, no estoy en la lista..."

Obligado a guardar las formas, se esforzó en demostrar un interés que en absoluto sentía. Cambió varias veces de postura en la butaca. A su alrededor y en torno a la gran mesa redonda jefes, superiores inmediatos e iguales a él debatían los datos del sesudo estudio que los consultores externos presentaban. "¿Cómo puede haberme pasado esto a mí? ¡Tiene que tratarse de un error!..."

Su fachada externa miraba alternativamente al ponente y a la pantalla, mesándose profesionalmente la barbilla; su interior sin embargo se hallaba muy lejos de allí. Deseando volver atrás en el tiempo, que nada de aquello hubiera pasado, poder pulsar una gran tecla de escape y volver a empezar. Ser capaz de hallar un nuevo comienzo. "Ya no habrá más oportunidades, todos sabíamos que era ahora o nunca... y me la han jugado, los muy cabrones de mierda"

Hastiado, fijó los ojos en el pequeño proyector, ajeno a la funcional presentación en PowerPoint que se mostraba más allá. Era un estudio que él sabía que jamás habría sido necesario, porque sus resultados eran obvios; tan sólo era pura y sustancial lógica.  Tiempo, trabajo y dinero dilapidados; resultados y conclusiones destinadas a pasar al gran cajón del olvido. "Tengo que hacer algo, esto NO puede quedar así... aunque probablemente no sirva de nada... porque no se van a desdecir... tendré que reclamar, averiguar cómo, informarme, tendría que empezar ahora mismo... ¡Pero que desgraciados son! Y sólo me ha pasado a mí... ¿quiénes son ellos, que no tienen ni zorra idea, para valorar algo que les supera?... Así nos va, como con esta mierda en la que..."

- ¿En el último informe semestral de percepción no habíamos incluido unas preguntas sobre esto? - la pregunta del subdirector esperaba su apunte con el dato exacto.

- Sí, los datos del estudio ya indicaban también una caída, del seis con cuatro si no recuerdo mal... justo en línea con lo que se dice aquí.

Había respondido con tono firme, elevando un punto la voz, sin apartar la vista del proyector, e ignorando muy especialmente la mirada que le dirigía uno de los jefes de área. "Es lo que hay, si no te gusta oírlo te jodes. Mamón... a mi tampoco me gustan muchas cosas, como trabajar de balde para gentuza puesta a dedo como tú,... o esto: que otros puedan opinar de lo que no saben y decidir que pueden tirar por la borda las pocas aspiraciones que le quedan a uno en la vida. ¡Cuánto hijoputa suelto!..."

La presentación terminó pero las luces de la sala no se encendieron. A la tenue luz de la última diapositiva de 'Muchas gracias' la reunión se resistía a morir, languideciendo en ampulosas puntualizaciones de los jefes de área y las correspondientes precisiones y matizaciones del equipo de consultores. Desde la interpelación directa del subdirector él había permanecido en absoluto silencio, alejado de todo lo que allí se decía, ajeno por completo al absurdo desfile final de egos y exhibición de galones. Entonces cayó en la cuenta: ¿así que esto es todo?  He estado descuidando todo lo demás para intentar alcanzar esto y casi lo consigo... hoy he caído, hoy ya sé que no seré uno de ellos... hasta ahora mismo he estado jodido en esta butaca tragando bilis. Todo este tiempo he estado construyendo mi pequeño mundo, tal y como han hecho todos ellos, pero a mi me lo han desmontado de un plumazo. ¿Pero es sólo a esto a lo que aspiro? ¿de verdad quiero convertirme en uno de ellos? Será que  hoy no he caído, sino que me he despertado...

Al fin las luces se encendieron y el proyector se extinguió. Por primera vez en lo que llevaba de día sonrió al recordar de nuevo lo que más le importaba: dentro de un rato estaría en casa. Sabía que allí le esperaba el cálido abrazo de unos hermosos ojos.






lunes, 24 de septiembre de 2012

Almoços e Jantares


Almoços e Jantares pone en el rótulo del ventanal verde, en tipografía clásica de letras amarillas sobre fondo negro, rectas y claras, frente a la Praça do Comercio de Lisboa. Los portugueses aún ponen bolas de alcanfor de las de toda la vida en los servicios de caballeros que llevan ahí toda una vida.

Sentados en una mesa de la terraza que se extiende bajo los soportales dejamos las horas pasar. Sería posible sentir a Fernando Pessoa en cualquiera de esas viejas sillas metálicas, viendo la vida pasar en ruidosos tranvías amarillos. El café portugués es sencillo en su sabor, pero también es denso, intenso y oscuro, como el recuerdo de lo que más nos es querido y que ya se fue.

La luz de la tarde de verano acaricia con calidez las veteranas piedras rectas, incide sobre los rostros con los ojos entornados, y aviva la memoria. Y en Lisboa, memoria siempre equivale a melancolía, acompasada al dulce sonido de una lengua suave, llena de reminiscencias de muy antiguo, de lo auténtico y permanente. Como todas esas cosas que tu y yo nos dijimos una vez y que, algunas veces, volvemos a recordar.



martes, 4 de septiembre de 2012

El conductor croata

Goran es un croata de ojos pequeños y algo barrigón que transporta turistas en su trasnochado autocar a lo largo del extravagante mapa de Croacia. Las más de las veces tiene que recoger a sus pasajeros en Venecia. En esos casos siempre se hace acompañar de su ayudante Ratko, quien toma el volante del vehículo en cuanto salen las carreteras de su país. Ratko es mucho más joven que Goran, fornido y muy silencioso, casi tanto como su patrón. Conduce siempre protegiendo sus ojos tras unas anchas y herméticas gafas de sol.

Goran se presenta invariablemente a sus clientes con un breve y vacilante discurso en inglés trufado de palabras en italiano. Acaba de entrar en una cincuentena plácida; es simple en el trato y algo seco, pero eficiente.

Desde hace unos años pasa los meses de verano paseando a sus clientes por los frondosos bosques del parque nacional de Rinsjac, la bulliciosa ciudad Split, o el encanto reconstruido de Dubrovnik, a orillas del mar. El Adriático es un mar extraño y calmo, sus aguas cálidas son transparentes, de un atractivo verde turquesa pero lo cierto es que su belleza es distante, sólo hecha para ser contemplada en la distancia, porque muy pocas veces es posible acceder a él por alguna playa, casi siempre guardado por escarpados roquedales.

Pero antes, mucho antes, Goran transitó intensamente por otros caminos más inciertos: Bihac, Osijek, Vukovar y cómo no, Karlovac. Un pasado sobre el que ya empieza ha acumularse el tiempo, pero del que aún no ha podido desprenderse, porque aún no ha pasado tiempo suficiente, y quizás nunca lo haga.

Porque por esas ironías del destino, Goran debe volver una y otra vez a Karlovac camino de la principal atracción turística de Croacia, los hermosos lagos de Plitvice. Y volver a la misma calle, a esa recta larga y en suave pendiente ascendente, flanqueada a ambos lados por modestas hileras de casas rurales de una o dos plantas. Una y otra vez se ve obligado a volver a pasar por esa misma maldita carretera. Y sabe que siempre, invariablemente, cada hornada de turistas le preguntará.

Porque aunque muchas de las viviendas que verán al pasar son absolutamente normales, incluso anodinas, sus viajeros se sorprenderán al ver que algunas de las casas conservan intactos los signos inequívocos del abandono y la guerra. Tejados reventados,  ventanas sin cristales, fachadas ennegrecidas y cruzadas por miles de impactos de bala y metralla, agujeros que nadie ha cerrado, que siguen ahí, perforando aún la piedra y las almas. Y al final las preguntas le alcanzarán, porque el turista medio si algo sabe hacer bien y mucho es preguntar.

Y así, de ese modo vuelve a verse una y otra vez con veintitantos años, cubriendo el avance de los suyos con una ametralladora PKM del 7,62. Cuando llegan a Karlovac Goran lleva ya mucho tiempo pisando cascotes y cristales rotos, esquivando balas y disparando otras muchas también. Se ha parapetado al principio de la calle tras los restos de un Volkswagen Golf despanzurrado por un morterazo. La orden del coronel es sencilla: "Goran, tú nos das fuego de apoyo. Ninguno de ellos debe cruzar la calle."

Están buscando y desalojando a los últimos defensores serbios con la misma saña con la que antes ellos se habían empleado. Entre ráfagas y explosiones, casa por casa, la columna croata avanza a ambos lados de la calle. Goran es metódico localizando los focos de resistencia y posibles francotiradores en puertas y ventanas, y es muy eficiente en su eliminación. Los casquillos vacíos repiquetean continuamente al caer sobre el asfalto y ruedan, alejándose de Goran y su PKM.

La limpieza prosigue durante una media hora, sus compañeros están llegando al final de la calle. Atrás han dejado varios edificios en llamas. Una densa humareda negra se extiende sobre el lugar, entreverándose con la limpia luz del sol de la mañana.

La lucha parece haber terminado, los disparos se espacían hasta cesar. Durante unos minutos se instala un denso silencio en el lugar. De pronto a lo lejos, se suceden una serie de rápidas explosiones. En ese momento Goran ve cómo de una de las últimas casas emerge un numeroso y compacto grupo de gente, más de veinte personas probablemente, que se disponen a cruzar la calle. Por un breve instante duda sobre qué hacer, pero rápidamente desecha cualquier otra opción. Se afianza sobre el bípode de su arma y cumple una vez más con la tarea encomendada, rápida y eficientemente. Al término del día el coronel le felicitó por el impecable trabajo. Sus camaradas le confirmaron que el último grupo de serbios se lo habían puesto a Goran en bandeja. Poco importaba que ya no fueran combatientes, sino sólo viejos, mujeres y niños...

Así que Goran siempre responde las mismas vaguedades a los turistas; siempre seco y un poco hosco, íntimamente preso de su historia. "Son las casas de los serbios, que se fueron cuando la guerra." A estas alturas de la vida, demasiado bien sabe que no se puede poner en el corazón de las personas lo que no existe, así que como buen eslavo, sacude la cabeza, asume, calla y sigue conduciendo.


                                Lagos de Plitvice - Croacia Verano 2012

jueves, 30 de agosto de 2012

El Whats-App

Relato publicado en el nº 6 de la revista Entropía



Eran algo más de las tres de la madrugada. Un sonido de alarma diferente a cualquiera de los despertadores que había tenido jamás estaba sonando al lado de su oreja izquierda, insistentemente, sobre la mesita de noche. Sobresaltado y aturdido, consiguió incorporarse a duras penas. Muy cerca de su cabeza algo seguía aumentando de volumen, taladrando el silencio de la noche. Por fin fue capaz de encender la luz:

Moviéndose al son de su propio estruendo, parpadeando con vivos colores, su nuevo teléfono móvil había cobrado vida, aparentemente poseído por una entidad desconocida. Era uno de esos que ahora llaman inteligentes, tan de moda. El caso es que, como cada noche, creía haberlo desconectado, aunque en su descargo bien podría haber alegado que aún no se había familiarizado con gran parte de sus inacabables funcionalidades. Sujetándolo con ambas manos, forcejeó hasta que acertó a accionar el botón adecuado.
Ya en silencio pero aún aturdido por el infernal sonido no le quedaba sino averiguar la causa de tanta agresividad tecnológica. La elegante pantalla rectangular de cristal se mostraba ahora inofensiva, silenciosa, completamente oscura. Antes de accionar el botón superior derecho dudó por un instante, quizás temiendo lo que pudiera pasar a partir de ese momento. Tras la pulsación, un mensaje apareció en el centro del aparato:

WhatsApp: Tiene nuevos mensajes

Más perplejo que molesto, se quedó unos instantes contemplando el dispositivo fijamente en su mano. ¿¿Un whatsapp?? ¿A estas horas? ¿Pero a quién se le ocurre...? Súbitamente, un destello de inspiración cruzó por su mente como un latigazo. Comprendió: no podía ser nadie más que él; su viejo amigo.
Con el paso de los años casi habían casi perdido el contacto. La vida que les unió en las aulas del instituto forjó caminos distintos para cada uno; distintas profesiones, nuevos retos, nuevas ciudades. Sin embargo, siempre quedaron un puñado de momentos y lugares comunes cada año: las navidades en el viejo barrio, algunos días sueltos en verano. Suficiente para comprobar que las antiguas complicidades y viejos códigos seguían ahí, asombrosamente inmunes a sus vidas de adultos. Reían como el primer día al recordar mil anécdotas y peripecias; pero en el fondo, y eso era lo mejor de todo, recordaban para volver a reír, y se sentían mejor.
Con los primeros móviles todo fue algo más fácil, pero nada parecía poder sustituir a una larga tarde de amena charla frente a frente en un café. Hasta que llegaron las últimas navidades, en las que su amigo se presentó con uno de esos sofisticados trastos llenos de curiosas utilidades que hacían mil cosas, siempre en atractivos colores. De entre todas, había un curioso sistema de mensajería instantánea que permitía intercambiar texto, imágenes y sonido con gran rapidez y calidad, prácticamente en tiempo real ¿No conoces los WhatsApp? tienes que hacerte con uno de éstos, ya verás...
No tardó en seguir su consejo, y desde ese momento alimentaron nuevamente su amistad con frenético entusiasmo infantil, compartiendo el gusto por lo instantáneo y el detalle, inmortalizando de nuevo momentos, comentando de nuevo todo en un segundo, sintiendo que el contacto había sido recuperado sin que ya volviera a importar nunca más ni el tiempo, la distancia ni el lugar en el que se encontraran.
Abrió la aplicación y no dio crédito a sus adormilados ojos mientras deslizaba su dedo sobre la pantalla táctil. Una larga retahíla de nuevos mensajes desfiló ante sus ojos. Como había supuesto, todos eran de él, y cosa extraña, todos parecían haberse emitido al mismo tiempo. Exactamente a la misma hora que en aquel preciso instante marcaban los dígitos verdosos de su despertador, las 03:06 de la madrugada de un día cualquiera.

Si te cuento lo que me acaba de pasar... 03:06
Vas a flipar, no se ni cómo no he volcado y aquí estoy ahora contándote de p. milagro 03:06
Eran dos al menos, enorrrrmes!! estaban en medio del carril Q peazo bichos la madre q m… 03:06
Iba a 110 kmh si llego a pegar volantazo o clavar ruedas ahora estaría tocando el arpa o en la uci :P 03:06
así que imagina la hostia q s han llevado los 2 jabalíes 03:06
El coche inservible, hay uno entre la rueda y los bajos, fiambre creo... joder dios q destrozo! L 03:06
Mira el morro del terrano como h qdao!! 03:06 VER/REENVIAR
Voy a ver si hago xa apartar el coche hasta q lleguen d l central 03:06
Estoy solo en medio de la autovía y no pasa ni dios, todo bosque y oscuri ostras q hay otro vivo! esta m cerca!!! 03:06
Era la madre, con medio cuerpo deshecho se ha venido contra mi, quería vengar a la cría 03:06
Me miraba con mucho odio... cada vez más cerca, tenía que disparar, era ella o yo. 03:06
La he esperado hasta que ha estado encima y se la he puesto justo entre los ojos 03:06
La puta pistola, solo ha hecho clic… no sé que mierda ha pasado 03:06
Es raro, creía que dolería algo. Ahora todo está bien 03:06
Quería que al menos lo supieras por mi, amigo 03:06
JuanSV
últ. vez hoy a las 03:06
USUARIO DESCONECTADO


 

viernes, 3 de agosto de 2012

Deponed

El emisario remontó la empalizada al caer la noche. Avanzó en la penumbra entre su gente, bajo la luz temblorosa de los candiles. Su rostro sucio y cansado les habló sin necesidad de despegar los labios; sus ojos enrojecidos revelaban ya el mensaje:

"Deponed toda esperanza, rendíos a la evidencia, bajad los brazos, resignaos. No tenéis otra salida. Aceptadlo, os hemos vencido. Vuestra posición es insostenible; la situación, irreversible. Sólo os cabe abrirnos las puertas. No aceptaremos exigencias previas ni condiciones. Asumidlo ya, y cesad la resistencia de inmediato."

Los viejos cerraron los ojos, las mujeres abrazaron a sus hijos, los jóvenes apretaron los puños, pero nadie dijo nada. Un sordo rumor de llanto y derrota ascendió y empezó a extenderse entre la multitud. Instintivamente muchos ojos alzaron la mirada, buscando en la atalaya la eterna figura de quien siempre veló por ellos, pero fue en vano, porque allí arriba hacía mucho tiempo que ya no había nadie. Estaban solos frente a toda la abrumadora codicia, frente a toda la mezquindad.

Por fin, una voz anónima se alzó entre los presentes, rompiendo el espeso silencio. "¿Así que aquí acaba todo...?" 

Y entonces, en algún lugar, alguien consiguió mirar dentro de sí, y reunió fuerza y coraje, lo suficiente para gritar por primera vez: "¡NO!"

jueves, 26 de julio de 2012

Tú también

Relato escrito conjuntamente con Maria José Barroso (@Mara_BC)

El sonido de la campanilla del juez repicó de nuevo por tercer día consecutivo. Hasta ahora, las sesiones habían sido profundamente aburridas, salpicadas de verborrea procesal. Nada más que cuestiones previas formuladas por el fiscal y la defensa sin entrar a fondo en los hechos. Desde los bancos del público, esperaba con ansia su momento. Guiñó coqueta al policía de la sala que le ayudaría sin saberlo y vio cómo los agentes sentaban a la asesina en el banquillo junto al resto de los que mataron a su padre. Tendría que ser rápida, pero había calculado cuidadosamente todos sus movimientos.

Había comprobado que el agente se quedaba embobado cuando ella aparecía en la sala, con la mirada fija en sus contundentes caderas. Sabía que se sentaría de espaldas al público en el banquillo de los acusados, con los rizos desplegados ocultando la nuca donde le dispararía un solo tiro. Aprovecharía el ensimismamiento del policía que estaba a su lado para cogerle la pistola. Sólo tendría ese instante, esa oportunidad, y graves consecuencias. Lo sabía. Pero estaba harta de mentiras y concesiones, cansada de verdades disfrazadas de palabrería humanitaria, enfurecida por los paños calientes para los asesinos y el consuelo condescendiente para las víctimas.

Quería venganza a toda costa porque la vida, la que valía la pena vivir, ya se le fue junto a su padre aquella fatídica tarde en la que él y sus compañeros de armas quedaron sobre el negro asfalto. Desde aquel día en su mente sólo había humo espeso, cristales rotos, metralla y toda aquella sangre vertida...

Todo ocurrió con sorprendente facilidad. Lo que acaba de hacer lo había imaginado mil veces, contínua, intensamente, atendiendo a todos los detalles, todas las variantes, plena y conscientemente. Su mano sujetaba al fin la Heckler&Koch de nueve milímetros del policía nacional que pocos segundos antes había estado a su lado y que ahora volvía a ponerse en pie tras el inesperado empujón recibido. El rostro del policía desencajado por el pánico y sorpresa se unió al todos los presentes en la sala. Había conseguido ganar algo de espacio a su alrededor y disponía de una línea de tiro clara. Con su brazo armado y en total extensión, alineó la punta del cañón con la nuca de la asesina de ojos verdes. Era cosa hecha.

La visión periférica de su ojo izquierdo le decía que el agente desarmado se le venía encima en pos de su arma. Esa variante estaba contemplada; "¡Quietos! si alguien se me acerca la mato!" Su imperioso grito surtió el efecto deseado. Sólo necesitaba crear ese natural instante de duda para asegurar el tiro. Porque jamás contempló otra posibilidad.

Entonces, justo antes de oprimir el gatillo se encontró con el rostro de ella. Contaba con alguna reacción de su presa, también eso lo había previsto; sin embargo esta variante ya no estaba contemplada: unos hermosos ojos verdes la miraban fríamente, resbalando desde la mira del cañón hasta la corredera de la pistola, penetrando a través de sus pupilas hasta sus mismas entrañas: no había atisbo de miedo o estupefacción en ese rostro de cabellos rizados, tan absurdamente bello como inexpresivo.

Y tampoco había previsto que pudiera hablarle, con voz clara y serena: Cómo lo estás deseando, ¿verdad?... tu también eres capaz de odiar tanto, ¿lo ves? en nada eres mejor que yo. ¡Hazlo ya, dispara!”



miércoles, 11 de julio de 2012

Los años del Mehari

Discurría la tarde de verano volviendo por el camino de Matamala. La limpia luz dorada del sol poniente cayó sobre sus ojos al enfilar una larga recta. Suavemente aceleró mientras contemplaba los ondulantes campos amarillos de cereal, a un lado y otro de la carretera. El pueblo ya estaba cerca, pero antes, a su derecha y tras una curva a la izquierda deberían aparecer los esbeltos chopos de la fuente del Pradejón. Así fue. Entonces se acordó de todo.

Quizás aquel lejano recuerdo no valía ya un alto en el camino, pero aún así ya había parado en lo que ahora se le antojaba un lugar desprovisto de todo interés. Extrañado de su propio desapego, bajó del coche y recorrió con la mirada el paraje. Buscaba un olmo viejo y grande.

Hacía ya muchos veranos del chico del Mehari azul; fue la auténtica sensación de aquellos años. En una época en la que todos despertaban a muchas cosas de la vida, él supo sacar buen partido de su ventaja. Con sus cuatro ruedas y su sonrisa arrasó un mundo de bicicletas y un puñado de ciclomotores para cambiarlo todo. Cayeron bajo el influjo, se los llevó a todos y a todas de calle. A todas, si...

Empezaron los años del Mehari. Y es que un coche sin techo como aquel podía hacer promesas sin límite: las nuevas expectativas, el sol y el viento en la cara, los nuevos lugares, las fiestas sin fin, las noches de vino y estrellas, los nuevos juegos, y por encima de todo, la insuperable, embriagadora sensación de libertad...

Los kilómetros pasaron con rapidez y con ellos los días de aquel verano. Hasta que un día amaneció fresco y nublado, y por fin llegó la lluvia. Aquel día no hubo risas. Por primera vez un desacuerdo, una contrariedad. Por primera vez un reproche, y las primeras palabras malsonantes asomaron en la boca del simpático chico del Mehari.

Aquel día de lluvia, algunos empezaron a darse cuenta de que el chico del Mehari no era tan joven, que su sonrisa no era eterna, ni el coche, pese a todo, tampoco lo era tanto.

Al año siguiente, el chico del Mehari volvió al pueblo con su desenvuelta sonrisa de verano, pero esta vez se encontró con algunos cambios.  Junto al corrillo de la que fue su gente las bicicletas habían dado paso a las Vespinos y un par de Montesas de 50 CC. Muy cerca, un reluciente SEAT Ritmo lanzaba destellos de verde metalizado.

Resultó que al chico del Mehari no le gustaban los cambios, no cuando no venían con él. Una noche de sábado, al calor de la borrachera se fue directo hacia el del Ritmo. Que supiera que no habría nunca nada como su Mehari, que él les había traído la verdadera esencia del verano y que lo habían dejado colgado. Que por eso eran unos traidores, unos desagradecidos. Que a partir de ahora se lo montaran como pudieran. Y que les dieran.

Ese verano la parroquia del Mehari cambió y poco a poco fue a menos. Algunos empezaron a ver que su carrocería de plástico se llevaba mal con los golpes, que la capota no encajaba bien, y que el viento silbaba, molesto, al pasar al interior. Que los treinta y tantos caballos de sus dos cilindros perdían su juvenil alegría a plena carga y en subida.

La última del chico del Mehari fue cuando quiso retar al del Ritmo a una carrera. "Vamos a la recta de Matamala, guaperas, y vemos quien es el mejor". Por entonces a nadie se le escapaba ya que un Mehari apenas superaba los 100, y eso recién salido de fábrica; pero aquel era ya un coche viejo y quien lo conducía penas se tenía en pie, ciego de cubatas y orgullo herido. El otro ni se dignó a responder, dejándolo con la palabra en la boca. Furioso, dicen que lo vieron salir del pueblo y embocar la carretera de Matamala a todo lo que daba la máquina. Seguramente no llegó a los 100 Km/h, pero fue suficiente para desintegrarse junto con su Mehari cuando se estampó contra el gran olmo que aún crece junto al modesto muro de piedra de la fuente del Pradejón.

Allí estaba. Se plantó de nuevo ante el viejo árbol. Rodeándolo, buscó alguna señal en la centenaria corteza. En efecto, tal y como se dijo entonces, el impacto no había dejado huellas apreciables en el árbol. No pudo evitar una tenue sonrisa: al final tampoco la había dejado entre los que lo conocieron.

jueves, 28 de junio de 2012

Baldosas sueltas

"Las baldosas sueltas te calan entero"
@Mertxe_Beriain

No lo podía creer, era inconcebible. Los ecos de un sonoro exabrupto aún resonaban en los oídos de los transeúntes que en aquel momento pasaban por su lado. Irritado, contrariado, confuso, permaneció inmóvil en medio de la acera, concentrando las miradas de todos los presentes. 

Incrédulo, contemplaba como su elegante pie derecho seguía dentro de aquel gran charco. La antes negra y brillante piel del mocasín se estaba tornando blanda y pardusca con rapidez. Las dos perneras del pantalón, completamente empapadas por el agua sucia del charco, habían empezado a dejar pasar la humedad hacia la piel de su portador. 

El frio contacto de la ropa calada lo enfureció aún más. Sus nuevos pasos sobre la acera habían perdido toda la prestancia, todo el orgullo. El mocasín derecho emitió un ruido grotesco al desembolsar parte del agua acumulada. Levantó la vista hacia la entrada: lo estaban esperando en pleno, nadie había perdido detalle. Nunca le había importado donde había pisado, hasta aquel mismo instante. Por primera vez en su vida supo que aquella puerta estaba más lejos que nunca.


martes, 19 de junio de 2012

La bofetada


Como plomo fundido en la gran sala de juntas, el denso, sofocante, espeso silencio había caído sobre todos los presentes. 

Una mano se había alzado desde la mesa sobre la que reposaba. Ya en alto, había permanecido inmóvil por un brevísimo instante, apuntando hacia el techo sus cinco dedos abiertos en extensión. Finalmente, una vez provista de toda la carga cinética que pudo atesorar, había descrito un amplio, elegante, veloz arco descendente ante la vista de todos. Hasta caer directamente y de pleno contra aquella mejilla.

Y el silencio perduró mientras el eco de la gran bofetada reverberaba en todos los oídos. Nunca nadie había osado, nunca nadie lo había hecho antes, pero a nadie le sorprendió. Iban a cambiar muchas cosas.
 

jueves, 7 de junio de 2012

El reencuentro



Relato escrito junto a Maria José @Mara_BC

Empezaba a clarear mientras dormitaba con los pies sobre la mesa intentando reposar la sangría de la verbena nocturna que le habían obligado a tragar como forastero “ilustre”. El joven guardia civil recién llegado al Puesto se había sentido como la diana perfecta de miradas y cuchicheos. Trató de despejarse con un café con leche y una magdalena convertida casi en engrudo al pasar por su garganta. Rumiaba su maldito destino en aquel pueblucho, mientras su mente volaba hacia una rebanada de pan con manteca colorá.

El sonido del teléfono le apartó de las delicias culinarias de su tierra y una voz entrecortada y ronca le habló algo de unos huesos en una casa. “Bah, voy para allá. Serán de algún animal…”

Un vago olor a podredumbre le revolvió las tripas, aún más. Aquel esqueleto del pasillo era humano, muy humano. El susto le dejó la mente en blanco. “Maldita sea. ¿Y ahora qué? ¿Qué? Algo de un atestado, el forense, claro, y el juez…” Salió con la magdalena avanzando por su esófago y se topó con el alcalde en mitad de la calle. “¿Qué pasó joven? ¿Por qué sale de la casa del Manolo si no vive aquí desde hace diez años o así?”. Mientras intentaba hilvanar una confusa explicación, vio salir de otra casa a una vivaracha anciana de mejillas rojas como manzanas. “Buenas, don Mariano. Hola, majo. ¿Qué pasó?” Le dedicó un guiño especial al aturullado agente. La magdalena amenazaba ya con saltar de su garganta.

El corrillo de vecinos y forasteros de fiesta que les rodeaba había ido en aumento. Casi gritando, el guardia civil intentó restaurar su dignidad y poner orden. ¿Cómo era posible que hubiera un esqueleto allí después de tantos años, un esqueleto que a todas luces tenía que ser el señor Manolo? ¿Cómo nadie se había dado cuenta?

-Mire usté, majo –dijo la anciana limpiándose las manos sobre el mandil- el Manolo era muy suyo. Todo el día en el campo y a su aire. Y dos no hablan si uno no quiere, o algo así, dice el refrán. Y aquí también somos muy nuestros. Y si alguien no quiere dar explicaciones, no las pedimos. Y a otra cosa, mariposa. Y aquí paz y después gloria. Cada vez se va más gente del pueblo. Sólo quedamos cuatro gatos y mal repartidos. Pero somos buena gente, joven, no vaya usté a pensar. Mi marido y yo guardamos al chucho del Manolo cuando lo vimos atado a la puerta de la casa, muertico de hambre. Y eso que no nos sirvió para cuidar a las ovejas. No ladra, fíjese qué raro. Un perro mudo. Ahora ya es tan viejico como nosotros, una buena compañía.

Como si hubiera estado atento a la llamada, el perro sin nombre avanzó lento, muy despacio, y atravesó la puerta frente a la que durante tantos días gimió sin respuesta. Un largo lamento de pena resonó al mediodía, y acalló de súbito todas las voces.

El primer lamento sincero por Manolo llegaba del único amigo que tuvo en vida. Después, el viejo can se tumbó en el suelo con la cabeza muy cerca de cráneo del muerto, con la mirada fija en él, inmóvil. Durante unos instantes nadie habló, y se instaló una suerte de silencio de velatorio en el que nadie osó acercarse ni al animal ni al muerto.

- Quizás habría que llevarse de aquí al perro... - comentó al fin el alcalde, dirigiendo su mirada al representante de la autoridad.

- Por el momento no lo creo necesario, el pobre animal al fin y al cabo parece tener claro que se ha reencontrado con su dueño, y por lo que se ve, él sí lo echaba en falta ¿no les parece? - Quizás fuera por su acento andaluz, pero para muchos de los presentes el tono de voz del agente parecía haber apuntado un cierto deje de sorna. Sin embargo, nadie dijo nada.

Poco a poco las voces volvían a surgir en el heterogéneo grupo, aunque mucho más atemperadas.
- A ver, aquí no tienen nada que hacer; hagan todos el favor, vuelvan cada uno a lo suyo. – La magdalena definitivamente se había asentado en el estómago del joven guardia. Más sereno, reparó en que alguno de ellos tuvo que ser quien le llamase después de encontrar el cuerpo. Pero, poco a poco. Ya habría tiempo de cuadrar preguntas y respuestas.

- Don Mariano, ¿quiere usted ayudar? ¿puede quedarse en la puerta y me impide que entre nadie? Y usted, señora -dijo dirigiéndose a la anciana - usted que conocía al muerto, ¿puede venir conmigo adentro un momento? Voy a hacer un primer registro visual.

El agente y la mujer penetraron en la rancia atmósfera de la casa. Avanzando por el pasillo en penumbra, dejaron atrás la esquelética figura inerte acompañada por el perro hasta llegar a comedor. Allá donde se posaban sus ojos sólo había una abandonada y densa suciedad, oscura y polvorienta que cubría los escasos muebles de la estancia. Se hallaban en una cápsula del tiempo, de un tiempo ya muerto y congelado, donde todo indicaba que la felicidad nunca  tuvo demasiada cabida. Sobre una mugrienta mesita redonda apareció un diario doblado con las últimas noticias que Manolo conoció: la apergaminada portada mostraba la humeante zona cero de Nueva York. Justo debajo asomaba lo que parecía una roñosa carpetilla blanca. Quizás se tratase de un documento identificativo. 

El guardia tiró de la esquina que sobresalía y la tomó en sus manos. Resultó ser una cartilla veterinaria. En la primera página se relacionaban los datos de un perro. El guardia levantó la vista por un instante hacia el viejo animal que seguía inmóvil en medio del pasillo, ajeno en su velatorio de los huesos del muerto. Volvió los ojos al documento:

Fecha de nacimiento: Indeterminada
Raza: Mestizo común
Nombre: "Cotufo"- leyó en voz alta el joven guardia.

En ese momento, desde fondo del pasillo, el viejo can alzó primero la cabeza hacia el guardia, después se incorporó y a continuación, echó a andar con un trote asombrosamente ligero para su edad. Atravesó el pasillo hasta plantarse ante los pies del hombre y sentándose de nuevo sobre sus cuartos traseros prorrumpió en un ronco y breve ladrido, poniendo fin así a su largo silencio de diez años. El guardia no pudo reprimir poner su mano sobre la cabeza del animal, que mantenía sus ojos brillantes, fijos en él. Para Cotufo todo volvía a estar bien: Al menos había vuelto a casa y había recuperado su nombre.



jueves, 31 de mayo de 2012

El mayor de los olvidos

Lo supo desde que amaneció. No lo iba a conseguir. Él no, y probablemente tampoco ninguno de sus compañeros.

"Dependemos de vosotros, aguantad todo lo que podáis y luego os retiráis también." Los tres hombres intercambiaron miradas amargas desde sus puestos de tiro. Se habían llegado a conocer bien tras muchos meses de dura lucha. Lo que tenían enfrente no dejaba margen alguno para la segunda parte de esa orden. No si se quedaban; no si cumplían con su deber.

Guardó en su macuto el tubo de brillantina para el pelo y su cepillo de dientes. Que la muerte nos encuentre presentables cuando llegue. No somos unos cualquiera, somos los escogidos, somos los últimos de la XV Brigada.

Son una pequeña parte de un mundo, una minúscula fracción de un ideal que agoniza, abandonado y traicionado.  Los tres defensores de la cota 562 se han quedado atrás voluntariamente, frente a toda la  adversidad que se les viene encima. No están del todo solos: les apoyan desde tres blocaos adelantados a su posición, construidos en buen cemento. Pero para su desgracia, los de enfrente han sacado tres tanques. Son T-26 capturados, de los que una vez estuvieron en su propio bando, cuando quizás otro final aún era posible. Impotentes en su posición elevada, los tres hombres ven cómo las tres bestias mecánicas se encaminan en solitario directamente hacia los blocaos. Van a hacer el trabajo sucio a quemarropa; no hay opción para sus defensores.

Sea pues. Vamos hasta el final y que lo paguen. Como lo acaba de pagar ese confiado oficial nazi del otro lado, justo al principio del ataque. A través de la mira telescópica de su Mosin Nagant lo ha visto soltar sus prismáticos y caer. Un disparo afortunado en el límite del alcance efectivo. Pero sabe que dificilmente lo podrá contar en casa...

Pasan un par de horas, y ya no necesita de mira alguna para ver las caras de sus enemigos. Recargar otro peine de balas, apuntar apenas y disparar. Sentir el culatazo tosco de ese fusil ruso en el hombro. Una y otra vez. Resistir, mantenerlos a raya, ganar tiempo para su gente, para todo en lo que aún cree. Sus vidas a cambio de algo de tiempo, un puñado de horas al menos. Que otros puedan seguir intentándolo después de ellos...

Ya están aquí, se les van a echar encima. Los puede oir perfectamente, más allá de los sacos terreros que le protegen. Ya no puede saber si sus compañeros siguen aún ahí, vivos. Una recia voz con un acento distinto al suyo llega a sus oídos: "¡granadas!". Él antes les ha lanzado dos de las suyas. Consigue sacar las tres primeras que entran en la trinchera, mientras las balas zumban a su alrededor, buscándole. Las devuelve con fría serenidad de veterano, en un siniestro juego de la patata caliente que no puede permitirse perder. La última también la ve venir. La recoge del suelo a sus pies y la sostiene en su mano por un momento, pero esta vez ha llegado tarde.

En ese instante su mano derecha desaparece, y mientras la metralla entra en su pecho y sus entrañas, se van para siempre su madre, sus seis hermanos, su viejo barrio de calles empedradas entre el puerto y la montaña, los amigos de la escuela, aquella vecina tan simpática de ojos negros y brillantes, los veranos en la playa y las largas jornadas en la fábrica. También se termina toda la euforia, toda la rabia y toda la angustia de aquellos largos años de insoportable inquina y destrucción. Y ya en el fondo de su trinchera, le acoge para siempre su destino, el verdadero y definitivo hogar de los últimos héroes del Ebro: El mayor, el más amargo de los olvidos.


lunes, 21 de mayo de 2012

El sabor de mis teclas

Recuerdo aquella canción que se hizo famosa de "siempre que llegas a casa me encuentras en la cocina..." Y es que siempre que te conectas me encuentras cocinando, rebozada en harina.

Quizás no debería, quizás podría resistirme, pero lo reconozco: me he vuelto débil. Y por eso mis teclas ahora comparten espacio con sartenes y espumaderas. Todas mis teclas están impregnadas de miga de pan y de sal, de clara de huevo y aceite. Saben a pimientos fritos y a vinagre, a ralladura de limón, a cebolla y caramelo, pero también y sobre todo, saben a ti. Y de ti.

Son mis teclas las que consiguen conciliar uno y otro mundo. A través de ellas recorro distancias imposibles mientras el pollo crepita en el horno, y siento otra clase de calor, además del que me dan mis queridos fogones.

De este modo he aprendido a escribirte con un ojo puesto en la sartén, y me aseguro así de que la cotidiana fritura de pescado se dora y queda en su punto, como siempre. Mientras tanto, siguiendo el ritmo incesante de mis teclas, a mi espalda un eterno y gran puchero bulle a fuego lento, muy despacio, como debe ser. Esperando, también, a que llegue su momento.



Fotografía de Blanca @awakates




 

sábado, 12 de mayo de 2012

Brillo en los ojos

Muchas veces los lunes abrimos las semanas pensando que todo va a discurrir dentro de los cauces de nuestras convencionales rutinas. Todo indicaba que esta semana de mayo iba a ser una de tantas, pero por suerte calculé mal. Y es que no contaba con Twitter, ni con mi buen amigo y bloguero Francisco Navarro, ampliamente conocido como @gasolinero para los que estamos en el ajo de las redes sociales y la blogosfera. Tengo que agradecerle a él en primer lugar, a @CrisAlcazar  de Bee Social Team y a GlobalCaja el que esta semana pudiera asistir en calidad de invitado a la Feria España Original  en Ciudad Real, celebrada entre los días 8 y 10 de mayo. Mención especial merece mi compañera de viaje durante este día Carmen, alias @CarmenGutiez, tuitera, amiga, bloguera solvente y estupenda profesional del Social Media.

España Original es una feria profesional dedicada a la promoción y apoyo de las empresas manchegas dedicadas a la producción de agroalimentarios con denominación de origen y de calidad. Se trata de una feria muy solvente e impecablemente organizada, pero sobre todo, se trata de una buena noticia. Y es que en medio del marasmo de despropósitos que a diario nos llegan procedentes del complejo mundo económico y financiero de las grandes organizaciones, es agradable ver y conocer la loable tarea que realizan algunas entidades financieras del mundo rural en apoyo de la verdadera generación de riqueza productiva. Basta hablar con la gente del lugar para caer en la cuenta que el mundo de las cajas rurales lleva muchos años siendo otra cosa. Para los habitantes del campo siempre han supuesto mucho más que un simple lugar donde guardar el dinero o pedirlo prestado.

En este caso el papel de GlobalCaja va mucho más allá del apoyo financiero al uso. Actuando como facilitador, ayuda a impulsar el negocio de proveedores, apoya las iniciativas de emprendedores y presta la asistencia tecnológica necesaria a la feria, incluendo acceso web y uso de las nuevas tecnologías de la información. A resaltar la muy positiva iniciativa de la cobertura en redes sociales del evento, el cual pudo comentarse y seguirse a través de Twitter con los hagstags #GlobalCaja y #EspañaOriginal.

 

 
De la atenta mano de Juan Antonio Chapresto, director de Estrategia Corporativa de GlobalCaja (@juanchapresto), Hugo Fernando Caula, responsable de la cobertura del evento en Redes Sociales (@FERNANDOCaula) y demás responsables de Feria España, conocimos la singular Galería de los Sabores, una zona de degustaciones eficientemente creada, en la que el profesional puede entrar en contacto con los distintas producciones y fichas técnicas completas de aceites, quesos, encurtidos, conservas, embutidos y vinos.

             

La segunda parte de la jornada consistió en un recorrido por las entrañas de la feria, visitando stands verdaderamente notorios.

En Can Bech-Just for Cheese comprobamos las deliciosas posibilidades combinativas que unas sofisticadas mermeladas pueden ofrecer al entrar en contacto con determinadas variedades de queso selecto. Maridajes verdaderamente perfectos e inesperados.





En el puesto de La Flor de Guara conocimos a Bogdan, un joven pastor y artesano de origen transilvano criado en Zaragoza y Huesca, que nos cuenta los secretos de un queso curado artesano hecho tan sólo de lo que obtienen de un rebaño de 1.100 ovejas del pirineo oscense. Es una producción primorosa, muy limitada, y de un sabor exquisito, pero él y su gente tienen muy claro que no quieren crecer ni producir más, pues no lo necesitan ni desean cambiar su modo de vida. Toda una declaración de principios.


Los productos que encontramos en el stand de Sabores de Sur no engañan, lo mismo que el acento de Domingo Eiriz y sus Jamones Eiriz, de Huelva. Allí, y de su experta mano asistimos a una demostración de corte y degustación memorables, así como una jugosa disertación acerca de las diferencias organolépticas entre los mejores jamones que en el mundo han sido: Extremadura, Guijuelo y por supuesto, Huelva.




Eleazar Belmonte Martínez es el administrador de Kiele y el causante de que la Meseta castellano-manchega sea un lugar donde la modesta sardina se convierte en algo muy especial: la anchodina de Socuéllamos. Eleazar nos cuenta que antes de embarcarse en esta aventura de las semiconservas con su socio ambos tenían sendos negocios por separado. El uno era pizzero y el otro un minorista de pescado.

Ahora compran la sardina en Cádiz, Málaga o incluso en Portugal. Trabajan la sardina con la misma técnica de la anchoa y obtienen algo nuevo, con un sabor diferente al que se podría esperar, más suave, muy interesante. Y lo que es mejor, a un precio muy competitivo.

A Eleazar, un hombre próximo a la teórica jubilación, de apariencia sencilla pero lleno de energía, le brillan los ojos cuando nos dice que llevan ya diez años esto; que empezaron con crecimientos del 65%, hasta que llegó la nefasta crisis... y que desde entonces "solo" crecen un 10% anual, cosa que desde luego, no está nada mal. Todo ello nos asegura, conseguido con el esfuerzo, entusiasmo e ilusión de una cincuentena de personas, trabajando desde las 6 de la mañana hasta más allá de la hora de la cena habitual de cualquiera de nosotros.

En España venden bien, sus anchodinas se pueden encontrar en los centros de El Corte Inglés, pero no es su prentensión seducir a los gourmets, sino que se codean con la competencia de a diario en los lineales generales de los supermercados. Eso sí, destacando tanto por su envase en frasco más largo y estrecho como por su precio (2,50 € frente a una media de 6,50 € según nos cuentan). Lo último en España ha sido introducirse en un mercado tan a priori complicado para este producto como el catalán. En el exterior, exportan a 10 países, pero el primero por el que empezaron fue... ¡Dubai! No sabemos si por el mar corren las liebres, pero por el desierto, con el entusiasmo adecuado, sí corren las sardinas...

El punto final lo puso el encuentro con Rafael Díaz Salazar, venerable institución y alma mater de esta Feria, que a sus ochenta y tres años conserva un sorprendente caudal de vigor y entusiasmo. Nos contó de sus andanzas allá por los años 60 en los Estados Unidos, con su tomavistas en ristre y del desconocimiento que encontró allí en todo lo tocante a la tierra que le vió nacer. De cómo le dolió que los yanquis creyeran que la sinpar Dulcinea del Toboso fuera si acaso una prostituta que salía en un viejo libro y de cómo entonces decidió que él iba a hacer todo lo posible por poner a su tierra en el lugar que merece a los ojos del mundo. El intenso brillo de los ojos de Rafael al contarnos todo esto me convenció de que se sentía satisfecho de lo que había conseguido.



Agradecimiento especial por la asistencia`prestada durante el viaje a Txema Campillo @Txemacg y mención a mis aplicados colegas y a su vez blogueros @PilarMartinVal, @Amraxx, @Trujalo @PacoAnes @Cocinillas_Es @miotraella @el_primer_paso y @pasean2.


martes, 1 de mayo de 2012

Boicot a la inteligencia

Aún conservo el saludable hábito de despertarme por las mañanas escuchando las noticias de la radio, pero debo confesar que desde hace un tiempo me doy cuenta que eso ha dejado de ser cierto. Me refiero a lo de saludable. Despertarse hoy en día a las siete de la mañana en un día laborable escuchando las noticias se ha convertido en una forma cierta de asegurarse un tempranero cabreo matutino, antes incluso de poner un pie en el suelo.
Invariablemente, cada día las mismas historias resuenan en mis oídos:
Un nuevo recorte presupuestario, una desorbitada subida de precios del servicio de los transportes, el desmantelamiento de los principios universales de la educación y la sanidad públicas, las cifras rampantes del paro, la infame reforma laboral, la prima de riesgo país, las sombrías previsiones de los analistas financieros...

Y sin embargo, todo esto no es lo que más enciende mis ánimos. Hay un subproducto derivado de esta hecatombe con el que no he aprendido a lidiar: en estos tiempos de escasez moral y material vengo observando la proliferación de una curiosa tipología de seres humanos, que bien podría condensarse en el término "soplagaitas". Si ya en circunstancias normales en la vida cotidiana hay abundancia de ellos, en el momento actual parecen haber adquirido tintes de epidemia.

Hay soplagaitas con variados grados de poder y por lo tanto distinto ascendente mediático, por lo que es habitual que sus declaraciones trufen los noticiarios matutinos. De este modo, es frecuente que en mis primeros cinco o diez minutos de incipiente vigilia se cuelen sus interminables sartas de excusas huecas, sus apelaciones a la responsabilidad y al rigor, sus acusaciones a la nefasta herencia recibida, y sobretodo sus promesas de recuperación tras la purga de contrición, absolutamente necesaria según ellos.

Así pues, cada mañana, se me recuerda que todo esto es por mi bien, pues han sido muchos los pecados económicos cometidos por mi y mis conciudadanos, pero muy especialmente, por aquellos que nos gobernaron antes. Una suerte de legado siniestro, un reinado del mal cuya herencia sería la causa y origen de todo lo que nos acontece, incluso sería la causa de la ineficacia de todas las medidas tomadas después de que sus antecesores se marcharan. Incluso también tendrían la culpa de aquellas decisiones que es imposible atribuírseles, en tantos ayuntamientos y comunidades que no han gobernado desde hace mucho tiempo...

Por otra parte el soplagaitas lo es y ejerce sin distinción de cuna u origen. Todos tienen una curiosa cualidad común: desde su burbuja elevada de privilegio y distancia con el mundo de a pie, verdaderamente se creen mejores y más listos que el resto de sus semejantes. Y con tal convencimiento hablan y actúan.

¿No es de solemnes soplagaitas pretender "ganarse la confianza de los mercados"... tal como lo sería intentar ganarse la confianza de un tiburón? Unos y otros solo entienden del beneficio propio y saben oler bien la debilidad de la presa fácil, aunque sin embargo es posible que se retiren si se decide plantarles cara y no vender barata la piel. Seguimos teniendo miedo de perder lo que tenemos. Quizás por eso nuestros dirigentes sacan pecho de puertas para adentro pero se humillan serviles fuera ante quienes ahora detentan el verdadero poder, sin querer admitir que esa justamente es la forma de perderlo todo, con toda seguridad.

Palabras y acciones que indignan y retratan a la pléyade habitual de políticos oportunistas, falaces y advenedizos, pero que también están dejando en sonrojante evidencia a una serie de personajes que deberían ser referente de virtud y principios. En estos tiempos de marea baja están surgiendo a la luz sus miserias y sus auténticos valores personales. Cuando sistemáticamente te lo han tapado todo puede llegar a ser muy fácil seguir poniendo cara a sellos y monedas. A los símbolos hoy más que nunca hay que exigirles que ejerzan como tales, con autenticidad y honestidad. A su entorno familiar, recordadles que nadie es mejor que nadie, y pretender obtener beneficios bastardos a partir de una condición de privilegio para el que no han hecho ningún mérito objetivo debería tener las mismas consecuencias que tendría para cualquier ciudadano. Haberlos apuntalado a todos ellos con secretismo y engaño no es sino otro prolongado, irritante insulto a la inteligencia.

A todos estos ejercicios de insulto a nuestra inteligencia hemos empezado por no prestarles excesiva atención, posteriormente los hemos obviado como parte del paisaje y finalmente hemos acabado por aceptarlos como algo inevitable. Hemos boicoteado así nuestra propia inteligencia, por puro hastío o dejación. Porque tan culpable es el que insulta como el que es insultado, cuando no se hace nada por poner coto a la ofensa.

Nuestro conformismo debe tener un límite, sólo cabe esperar que no reaccionemos demasiado tarde. Que el camino desandado no sea excesivo. La historia nos enseña que es muy fácil destruir, increíblemente sencillo para cualquiera de los irresponsables que han contribuido a formar esta tormenta perfecta: una obtusa en Alemania, un narcisista desorientado en Francia, un miedoso indeciso en España y un montón de cínicos de todo pelaje que cada día insultan tu inteligencia, desde primera hora de la mañana.