viernes, 30 de septiembre de 2011

La encrucijada

Ella no defendió encrucijadas ni puentes, no resistió en colinas o bastiones, no hubo de prevalecer frente a enemigos furiosos que buscaran su extinción.

Ella tampoco ansió las tierras o glorias de otros, ni le interesaron los privilegios de aquellos que sin duda le habrían mirado por encima del hombro.

Porque ella cree en las cosas bien hechas, en el valor de los auténticos amigos, en la palabra bien dicha, en el valor la promesa otorgada.

Por eso en su vida hay amor, coraje, vocación, abnegación y honradez en ingentes cantidades. Esencia y materia necesarias para hacer de este mundo que enloquece día a día un lugar con una alguna oportunidad.

Por eso en su día a día, en un instituto público de Torrejón de Ardoz son muchos los que tienen el  privilegio de recibir el mejor regalo que un ser humano puede recibir de otro: cultura, educación, método científico, los verdaderos mimbres para algún día formar parte de un mundo de almas libres con criterio.

Esas son las encrucijadas, los puentes, las colinas y bastiones que ella y otros tantos como ella defienden cada día. Y no deben caer.

Para Ángela

(C) by www.martin-liebermann.de

martes, 27 de septiembre de 2011

Sin atajos

Nos dicen ahora que la molécula de la longevidad no era tal, eso es lo que han dicho los científicos sobre la sirtuina, una proteína a la que múltiples investigaciones habían asociado con la capacidad de alargar la vida. Pero en la Escuela Universitaria de Londres han comprobado como moscas y gusanos, si prolongaban sus insípidas vidas, era únicamente debido a la alimentación recibida.

Como género, siempre hemos buscado en el viaje de nuestra existencia atajos para todo. Es lo que nos distingue, y es buena parte de la causa de nuestro progreso desde que salimos de las cuevas hasta la última crisis financiera de Wall Street.

Pero viajar atajando hace que olvidemos más fácilmente lo visto, pues en realidad ya ha dejado de interesarnos lo que nos rodea. Y entonces ya no viajamos, sino que discurrimos, de forma parecida a como lo hacen moscas y gusanos.

Recuerdo los últimos años de mi abuelo Dámaso, que con 96 años a cuestas fue un hombre lúcido hasta el final: insistía una y otra vez en que ya tenía bastante, que su larga y aprovechada función debía terminar, pues su condición le indicaba que ya no le quedaba otra cosa que hacer en la vida, aparte de discurrir.

No quiero que el camino de mi vida tenga más atajos, quiero seguir viviendo lo bueno y lo malo que encuentre en todos los días, poder percatarme de lo fugaz y ser capaz de asumir lo irreversible, aprendiendo de cada revuelta del camino. Porque progresar es también adaptarse, eso es lo realmente distintivo de nuestra condición, lo que da sentido a todo lo demás.





jueves, 22 de septiembre de 2011

El cambiazo

Luz de media tarde entrando por los ventanales del aula. Tarde de examen de verbos griegos. Ante nosotros estaba mosén Balasch, capellán y helenista, viejo profesor veterano y tranquilo, auténtico pozo de sabiduría clásica. Lo recuerdo perfectamente en su continente físico contrahecho y ya desgastado, pero conservando en sus brillantes ojos miopes el entusiasmo del saber y la pasión por transmitir todo ese conocimiento. Lo conocimos veinticinco años antes de su muerte, siendo un hombre afable, de retranca sutil, sereno y absolutamente despreocupado por las cuestiones accesorias del mundo.

El mosén era un profesor muy distinto al resto de sus colegas más jóvenes. Muchos de ellos eran auténticos águilas de su territorio, siempre vigilantes y a la caza de cualquiera que osase tirar de chuleta. Sin embargo, a él no le importó decirnos exactamente el contenido de aquel examen, puesto que lo único que le importaba era investigar y difundir su saber, y no detenerse sino lo imprescindible en lo que no eran sino detalles superficiales en los que perder su tiempo que ya sabía escaso.

Durante sus clases de lengua y cultura griegas no tardamos en descubrir anexos inesperados:  las traducciones de Rilke, las vidas y obras comentadas de los autores clásicos griegos, y parte de la biografía de su admirado helenista Carles Riba, empresa que por aquellos años estaba concluyendo. Todas estas tareas eran sin duda mucho más enriquecedoras que la evaluación obligatoria de sus alumnos por medio de tediosos exámenes de gramática griega.

Ni que decir tiene que mi amigo y yo coincidíamos plenamente en tales apreciaciones, pero por motivos bien distintos. De este modo, y una edad en la que éramos pura hormona desbocada y adicción a la adrenalina, a nuestros ojos el viejo y sabio profesor se convirtió en la constatación de una posibilidad nunca antes soñada: ejecutar un auténtico y genuino cambiazo y triunfar de pleno con un resplandeciente diez en la asignatura de Primero de Lengua Griega.

Nuestra posición en el aula para llevar acabo la operación no era de las más propicias, dado que ocupábamos el primer lugar en la fila de la derecha, de un total de tres hileras de pupitres dobles. No obstante, decidimos hacer bueno el viejo adagio latino: "Fortuna audaces iuvat"

Al poco de iniciada la prueba, con un movimiento preciso, percibí a mi lado como mi colega de pupitre ejecutaba la maniobra pactada. Debo decir que mi amigo desde siempre había apuntado inequívocas maneras y una destreza especial en este campo, quizás por ello con el tiempo se convertiría en un eficaz servidor de la ley, pues siempre contó con la valentía y arrojo necesarios, amén de un poderoso instinto para ponerse en el lugar de una mente delictiva. Por mi parte, llegada la hora de la verdad, me hallaba absolutamente bloqueado, inmerso en un mar de indecisiones. No tardé en sentir su mirada. Poco después, escuché de su voz bajísima una orden perentoria: "¡¡Vengaaaa!!"

A mi izquierda, sobre la tarima de madera el viejo profesor seguía sentado, absorto repasando plácidamente la Iliada. Su figura encorvada y rechoncha se recortaba a contraluz contra la ventana. A mi derecha, mi amigo empezaba a desesperarse: "¿Pero qué te pasa? vamos, ¡¡HAZLO YA!!"

Decidí que no sería capaz, que prefería suspender antes que pasar por la humillación de ser descubierto, pues estaba convencido de que algo tan flagrante como dar un cambiazo, automáticamente forzaría a levantar los ojos de su lectura al buen profesor, quien vendría directamente hacia mí, descubriría en el acto todo el apaño y solemnemente me declararía suspendido ad aeternum ante todos mis compañeros por tan deleznable proceder...

Andaba yo visualizando las consecuencias de mi negro futuro y aún más allá cuando mi amigo arrancó la hoja en blanco que se hallaba sobre mi mesa con una mano; y echando mano al cajón del pupitre con la otra, plantó con un golpe seco ante mis ojos la hoja con el examen completo. Una oleada de horror e incredulidad me paralizó. Con la cabeza gacha, durante unos agónicos segundos esperé oír los pasos del profesor viniendo hacia mí, pero nada ocurrió. El viejo mosén siguió leyendo con fruición a Homero en su lengua original, y ambos amigos realizamos el que lógicamente sería el mejor examen de toda nuestra vida académica.

No puedo responder por mi amigo, pero ese fue el primer y único cambiazo que ejecuté en toda mi vida. De los cambiazos de otra índole que la vida nos tenía reservados quizás hablaré otro día.


Dedicado a @Laeme, de quien espero su comprensión e indulgencia



lunes, 19 de septiembre de 2011

Lo que yo espero de ti

Estimada gobernanta de mi Comunidad:

Lo que yo espero de tí en estos tiempos duros e inciertos de crisis de todo orden es que no olvides nunca que si estás ahí es porque te debes únicamente a nosotros. Porque somos los ciudadanos, la "res pública" quienes te hemos escogido para tan importante tarea, y no tus amigos, simpatizantes o clientes.

Es por eso que espero que no tengas nunca la tentación de creerte imprescindible y menos aun por encima de quienes te hemos legitimado. Por tal motivo, a la hora de gobernar y administrar nuestros recursos no deberías olvidar que:
  • Los ciudadanos somos mucho más que votos que sumar cada cuatro años.
  • Las mayorías, ni siquiera absolutas, nunca serán carta blanca para hacer y deshacer a tu antojo.
  • Promover la concordia y la convivencia dentro y fuera del ámbito de influencia de tu Comunidad de gobierno es mucho más beneficioso a largo plazo que generar inquinas y rivalidades por mezquinos intereses a corto plazo.
  • Tu primordial obligación es administrar en beneficio de todos los recursos que generamos con total honestidad, transparencia y eficacia.
  • Garantizar una educación y sanidad universales de la mayor calidad posible es un pilar irrenunciable para construir una sociedad más justa, estructurada, democrática y competitiva.
  • Debes asumir y admitir que parte de la ciudadanía puede estar en desacuerdo con tu gestión.
  • No puedes insultar, calumniar o menospreciar a aquellos ciudadanos que no estén de acuerdo con tus decisiones.
  • Un colectivo de profesionales que decide de forma razonada y razonable ir a la huelga a causa de un profundo desacuerdo con tus decisiones de gobierno nunca podrá ser tachado de ilegal o de irresponsable.
  • Tu tiempo pasará, pero todas las decisiones importantes que tomes ahora serán el legado que nos dejes, y eso es algo demasiado importante como para quedarnos de brazos cruzados si no estamos de acuerdo en tu forma de gobernarnos.


"¿Cuál es la esencia de un buen gobierno? 
No resolver los asuntos con precipitación y no buscar el propio provecho."  
Confucio

"Enseñar es un ejercicio de inmortalidad" 
Ruben Alves

martes, 13 de septiembre de 2011

Avisos

"Odio cuando mi intuición me envía hasta correos electrónicos para que le haga caso y yo como sino fuera conmigo" (leído en Twitter)

Avisos que nos da la vida. Están por todas partes. Sin embargo, hay que saber verlos. Unos de los recuerdos más claros de mi infancia pertenecen al mes de julio; a unas largas tardes de verano con el sonido de fondo de las corridas de toros en la televisión de mis abuelos. De este modo, a mediados de los años ochenta, por simple ósmosis, acabé familiarizado con todos los nombres de los toreros del momento, y por añadidura, acabé siendo conocedor de todos los lances, suertes y toques de clarines de la llamada fiesta nacional.

Recuerdo perfectamente que de vez en cuando las cosas en la plaza se torcían y entonces los habituales vítores y rítmicos olés del público eran reemplazados por un silencio denso. Era el primer indicio de que algo no iba bien. En algunas ocasiones tras ese silencio, se empezaban a oir silbidos primero aislados, luego generalizados. Y entonces ocurría finalmente: a algún atribulado torero la presidencia del festejo le hacía escuchar un aviso. Algo así como una reprimenda. "No lo estás haciendo bien, pero estás aún a tiempo"

Aquellos avisos, lo mismo que los que da la vida a las personas, empresas, sindicatos, banqueros, gobernantes, países y organizaciones mundiales de toda índole en sus respectivas lidias, nunca llegan de repente. Son muchos los indicios que nos avisan, pero hay que estar dispuesto a advertirlos y mas aún, tener el coraje de rectificar a partir de ellos.

En estos tiempos, la figura de aquel torero de mi infancia se vuelve a mis ojos y por primera vez en alguien envidiable, puesto que en su mundo perfectamente regulado y circular, advertir los avisos no depende de su voluntad o entendimiento, puesto que son inequívocos. Él nunca podrá alegar falta de información, o disponer de indicios contradictorios, o sufrir la presión de poderes fácticos, o tener que atender otras prioridades, como tantas veces nos ocurre a los que estamos fuera de la plaza.

Porque todos sin excepción tenemos la libertad de atender o ignorar los avisos que nos llegan. Y en caso de que, cargados de razón o enajenados sin ella decidamos continuar por la senda del error, es seguro que tarde o temprano nos llegarán nuevos avisos, y detrás de ellos, las consecuencias de nuestros actos. Y aquí por segunda vez y más que nunca, envidio las inofensivas y limitadas consecuencias que en el peor de los casos deberá afrontar el solitario habitante del ruedo taurino, tan distintas a las que afrontaremos los demás, después de haber desoído durante tanto tiempo todos los avisos recibidos.


jueves, 1 de septiembre de 2011

El motero melancólico de Saariselkä

Saariselkä es una población en plena Laponia finlandesa que vive por encima del paralelo 67, bastante por encima de la línea del Círculo Polar Ártico. Es una extraña latitud, en donde la luz tiene un extraño comportamiento, y quizás también los seres que lo habitan. En verano los días se extienden largamente en un crepúsculo infinito con amago de noches, que apenas caen para levantar de nuevo rápidamente, antes de las 4 de la mañana. Con apenas 6 grados a la hora del desayuno, y 15 grados en las horas centrales en pleno mes de agosto, se puede tener una idea de la clase de inviernos que se dan allá.  El lugar en realidad es apenas un cruce de calles, eso si, perfectamente cuidadas y con varios hoteles de buen tamaño. El nuestro era un hotel extenso, lleno de grandes ventanales, dotado de una gran zona climatizada de baños y spa y por supuesto, con sauna.

En esos días el lugar acogía una concentración motera de ámbito nacional, lo cual dotó a nuestra estancia de un inesperado atractivo adicional. En todo momento nos vimos rodeados por cientos de nativos de ambos sexos venidos de los cuatro rincones del país, enfundados en las habituales ropas técnicas de cuero y cordura, pilotando enormes máquinas de dos ruedas, rebosantes de caballos y cromados. Ejemplares tuneados con esmero: decenas, centenares de Hondas Goldwing, Harley-Davidson, BMW,Yamahas y Triumph, vehículos poderosos pero dormidos, sometidos a los estrictos 80-100 km/h de las perfectas carreteras finlandesas, sencillas en su rectilínea y monótona belleza.

A la hora de los desayunos de buffet libre en la gran sala del hotel era curioso ver cómo parte de la gran tribu motera allí alojada se agrupaba disciplinadamente en clanes, portando las camisetas negras distintivas, gorras y hasta tatuajes indicativos de tal o cual asociación. Había algunas parejas sin aparente adscripción a grupo alguno, aunque ciertamente pocas. Reparé en la presencia de un único motero solitario, de larga cabellera blanca y enormes barbas, alto y viejo como los bosques de Finlandia. Silencioso y tranquilo, desayunaba con la mirada lánguida y abstraída. De vez en cuando cruzaba alguna palabra con otros comensales, o con alguien que lo reconocía y saludaba al pasar junto a él, volviendo enseguida a sumirse en sus pensamientos.

Durante el día los clanes moteros se dispersaban en ruidosas manadas por los alrededores, mientras los turistas de coche como nosotros recorrían los pintorescos senderos boscosos de la zona. A última hora de la tarde volvíamos a coincidir de nuevo unos y otros en el hotel. Cada día, cuando el sol desaparecía tras las colinas cercanas, arrancaba en una sala de fiestas anexa un interminable karaoke apasionado y melancólico, en lo que debía ser un revival inacabable de grandes éxitos locales. Era  digno de ver a esos grandes y aparentemente duros y cuajados moteros cantando pastelosos temas similares a los de Julio Iglesias de los últimos años setenta, pero trufados con acordes de balalaika rusa. Daba la sensación de que de un momento a otro escucharíamos una versión en la imposible lengua finesa de "De niña a mujer" o "Hey".

Los primeros compases de una nueva canción empezaron a sonar, causando un revuelo de satisfacción entre la parroquia. Alrededor del cantante de turno, grupos de moteros barrigudos empezaron a corear el tema, asintiendo al compás. En una de las sillas, sólo, el viejo motero de larga cabellera y blanca y mirada lánguida empezó a musitar la canción junto a sus hermanos de armas, todos ellos bebiendo sin cesar latas de Karhu, la contundente cerveza cuyo logo es el rostro de un oso finlandés grande, rudo, amenazador. Aunque quizás en el fondo se tratase también de otro ser apacible y melancólico.