miércoles, 21 de diciembre de 2011

Armisticios

Fue mucho, mucho tiempo después de todas las bombas. Antes, habían aprendido a domesticar sus conciencias, habían sabido ignorar todos sus errores, se habían dejado arrullar suavemente por el infinito cansancio y el hastío de toda aquella lucha, estéril, inútil, amarga. La tierra negra de los cráteres y las trincheras se fue nivelando, pero sin terminar nunca de desaparecer.

Durante todo este tiempo, se habían seguido observando en la distancia, a través del viejo paisaje desgarrado, abrazando el rutinario manual de la paranoia. Y decidieron que era debido inhibir toda forma de movimiento, toda forma de esperanza.

Y sobre la herrumbre abandonada de sus almas trazaron imaginarias líneas rojas, demarcaciones y zonas de tiro.

Y anegaron los campos, y les clavaron altas estacas, y demolieron los puentes, y retorcieron las vías del tren, y minaron todos los caminos.

Y sólo entonces, cuando se dieron por satisfechos y se detuvieron para contemplar la magnitud de su obra, comprendieron que todo había sido inútil: pues en la martirizada tierra de nadie, en lo más profundo del mayor de los cráteres de la última y más grande de todas las bombas, había brotado de nuevo una minúscula brizna de hierba verde.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Cuídese

Con melodioso acento caribeño la operadora de Canal Plus Digital se despidió: "Ah, está bien, no se preocupe, ya retomaremos más adelante si le parece. Adiós y cuídese"

Colgué. Y pensé en que algo no estaba en el guión. Entonces lo comprendí cuando ya era tarde, y pensé en por qué no le devolví la llamada inmediatamente, no fuera que por fin la hubiera encontrado. Aún a sabiendas de que ni ahora ni entonces pude escuchar su voz lo suficiente. Porque supe que podía haber sido ella. Porque ya nadie dice a nadie "cuídese" como lo dijo entonces ella, como ella lo dijo hoy. Y menos aún quedan para demostrarlo como ella lo hizo, con ese milagro de amor ancestral, protector, puro, desinteresado.

Debí haberla buscado, haberla encontrado y al fin poderle haber dicho lo que ni aquella vez ni hace un minuto pude expresar, por haber olvidado hace demasiado tiempo las palabras necesarias de la verdadera humanidad:

"Gracias por acogerla, gracias por darle tu calor. Sé que la cuidarás. Sé que tendrá la mejor de las vidas contigo. Y cuídate. Cuídate tu también."


miércoles, 7 de diciembre de 2011

Desde este momento

Así pues todo quedó dispuesto y a punto. Cerró la puerta, echó la llave, lo había comprobado todo como es debido. Siguió la rutina y ritual habituales. Esos que dan siempre la seguridad de que todo está y seguirá bien. Al menos, esa era la teoría.

Pero esa vez, al traspasar por última vez la puerta, desde ese instante sabía que nada podría volver a ser lo mismo. Que cada paso que diese fuera de la falsa seguridad que habitaba tras esas cuatro paredes ya nunca más volvería ser como todos los anteriores.

Había renunciado. Atrás quedaban por fin el tedio y la pérdida, el miedo y las indecisiones. Se alejaba al fin de todas aquellas excusas que le habían servido para volverse cada vez más pequeño y tenue, como la frágil sombra del niño que una vez fue, y que quizás nunca había dejado de ser. Hasta este mismo momento.

Porque desde este momento, ya todo es posible.

domingo, 4 de diciembre de 2011

El pie izquierdo

El pie izquierdo no me quiere hacer ni caso. Todo debió empezar con aquel leve hormigueo en el dedo meñique, hace unos meses. Es verdad que en su momento no le di demasiada importancia: tenía muchas otras cosas más importantes en las que pensar, y más de un tiempo a esta parte, en el que mi camino está plagado de dificultades que requieren toda mi atención.

Ahora caigo en la cuenta que después del meñique fueron molestándome los otros cuatro dedos del pie, y al poco el hormigueo fue subiendo hasta el empeine. Lo cierto es que nunca se me ocurrió dedicarle ni un segundo de mi precioso tiempo a este tema, pues bien sé que algo así no está bien visto entre mis colegas y amigos. Cualquier referencia a un asunto como éste me habría puesto en una situación muy incómoda ante ellos. Habría podido levantar las suspicacias de alguno, y ya se sabe, eso es lo mismo que sospechar, y una vez se sospecha, ya se está desconfiando, y entonces es el fin, pues ellos no tienen piedad para el que pierde el paso.
 
Al final me he decidido a consultar el caso con mi médico de toda la vida, (le he tenido que pedir máxima discreción, pues sé que está muy bien relacionado con mis colegas y amigos), pero él no encuentra motivo para el extravagante comportamiento de mi pie. Me asegura que estoy haciendo lo correcto. Me ha recomendado un tratamiento de choque, a base de mucho ejercicio y disciplina. Nunca falla, me dice. "No tardará en entrar en razón, todos los pies izquierdos lo hacen".

Mientras tanto mis queridos colegas y amigos se han internado en una senda nueva y extraña. Y ahora todos estamos subiendo una fuerte pendiente. Y mi pie izquierdo sigue sin hacerme caso, y parece ir a peor. Además me doy cuenta de que el grupo de colegas y amigos se ha estirado mucho, y resulta que ya no vamos todos juntos. Algunos se están alejando deprisa, sin apenas volver la vista a atrás. Otros empiezan a perder el ritmo. A algunos les alcanzo y les pregunto:  Me confiesan que ya no pueden disimular más y que también les duele el pie izquierdo, mucho.

A todo esto, la senda sigue endureciéndose, y parece que el tratamiento del doctor no acaba de surtir efecto. En realidad me encuentro cada vez más débil, tanto que temo que a mi pie derecho le acabe por dar un calambre. Y si eso pasa, sinceramente, no sé que haré... Allá a lo lejos, los de abajo apenas vislumbramos ya a nuestros amigos, pero les oímos resoplar, renqueantes ya, pero empeñados en subir un escarpado y desolado pedregal.

En esas estoy cuando llego a un difícil repecho que me obliga a detenerme y a pensar en cómo seguir. Es entonces cuando noto que mi pie izquierdo se ha puesto a tirar de todo mi cuerpo en otra dirección, mostrándome otro camino: una senda antigua y oculta hasta entonces a mis sentidos, pues no discurre en la dirección marcada por los que van delante de mi.

Y entonces al fin lo entiendo: se trata de una vertiente más llana, quizás más modesta y menos ambiciosa, pero por la que puedo avanzar disfrutando de las vistas, sin prisas ni sufrimiento, libre al fin de las oscuras imposiciones de unos pocos y la ceguera de muchos. Otro camino es posible.