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No te esperaba ya, pero hoy has vuelto de nuevo. Hoy has traído a tus amigos a casa. Habéis merendado café y bizcocho en el gran salón. Los has reunido al pie de la chimenea, rodeados de olvidadas fotos antiguas, frente al viejo y gran cuadro de los paseantes. Por mi parte, no he podido evitar rememorar todas aquellas lejanas sonrisas en traje de fiesta y smoking.
El caso es que me cuesta acostumbrarme a ver las regias boiseries del salón con los estantes desnudos, o las sillas imperio vacías. En el recibidor, el escritorio filipino lacado se ha quedado muy solo y ya no luce como antaño. Repaso los altos techos: las molduras de volutas se han oscurecido y las lámparas de cristal han dejado de brillar, cubiertas por una fina pátina de polvo.
Las puertas de madera noble ceden con cansancio ante tus pasos, y el largo pasillo está más oscuro que nunca. Te has dado cuenta de que han aparecido algunos agujeros en el gastado parquet y has visto que la moqueta azul se está deshilachando aquí y allá. Pero no sabes cuánto me alegro de tu visita.
Por suerte aún me queda intacta la luz del gran ventanal con vistas a la plaza del Marqués de Salamanca, que hoy luce blanca y majestuosa a la luz invernal del atardecer. Y por supuesto, me queda nuestro querido cuadro, el de la pareja de paseantes que, acodados en la barandilla de la Concha de San Sebastián, contemplan juntos el mar. ¿Te acuerdas? De pequeña siempre querías saber quienes eran, me preguntabas porqué nos daban la espalda y porqué no les podíamos ver la cara. Yo siempre te decía que te fijaras muy bien, que un día lo entenderías.
El bizcocho de naranja siempre te ha salido bien, mejor que a mí, pero el de chocolate para mi gusto lo dejas cocer demasiado... no importa, veo que les ha gustado. Lo mismo que a mi verte de nuevo sonreír. Habéis vuelto a llenar la casa otra vez con vuestro calor y todas esas risas sinceras. Tienes unos amigos muy simpáticos, se nota que te aprecian de verdad. Te veo bien otra vez, me alegro de veras por ti.
De pronto me he dado cuenta; lo has entendido. Como antaño, has vuelto a fijar tu mirada en el viejo cuadro de los paseantes y por un momento, con los ojos muy abiertos, has olvidado todo cuanto te rodeaba. Al fin has desentrañado el misterio. Ahora ya sabes todas las respuestas a tus preguntas. Es hora de reunirme con ellos, quiero pasear y acodarme en la barandilla a contemplar el mar. Allí algún día nos volveremos a encontrar.
Lindísimo Ricardo, gracias por deleitarnos con tus palabras.
ResponderEliminarMuchas gracias, Lola. Un honor tenerte entre mis lectores :-)
ResponderEliminarAlgún día seremos el susurro de las olas tranquilas .... algún día seremos el viento ....
ResponderEliminarBonito de veras el relato ....
y alguien lo pintará en algún cuadro... Gracias, Juana!
ResponderEliminarTransmite paz.
ResponderEliminarNo la de aceptación de lo inevitable sino la de haberse sumergido en la Vida y anhelar una nueva etapa para pasear y contemplar el mar. Se respira el cansancio pero sigue intacta la luz del gran ventanal.
Y ese instante de comunicación sin palabras… “por un momento, con los ojos muy abiertos, has olvidado todo cuanto te rodeaba”
Un abrazo! :)