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Almoços e Jantares pone en el rótulo del ventanal verde, en tipografía clásica de letras amarillas sobre fondo negro, rectas y claras, frente a la Praça do Comercio de Lisboa. Los portugueses aún ponen bolas de alcanfor de las de toda la vida en los servicios de caballeros que llevan ahí toda una vida.
Sentados en una mesa de la terraza que se extiende bajo los soportales dejamos las horas pasar. Sería posible sentir a Fernando Pessoa en cualquiera de esas viejas sillas metálicas, viendo la vida pasar en ruidosos tranvías amarillos. El café portugués es sencillo en su sabor, pero también es denso, intenso y oscuro, como el recuerdo de lo que más nos es querido y que ya se fue.
La luz de la tarde de verano acaricia con calidez las veteranas piedras rectas, incide sobre los rostros con los ojos entornados, y aviva la memoria. Y en Lisboa, memoria siempre equivale a melancolía, acompasada al dulce sonido de una lengua suave, llena de reminiscencias de muy antiguo, de lo auténtico y permanente. Como todas esas cosas que tu y yo nos dijimos una vez y que, algunas veces, volvemos a recordar.
Afortunadamente todavía existen rincones, y hasta ciudades enteras, donde dejarse llevar por la melancolía, esa que nos revive...
ResponderEliminarLo que no se recuerda ni se nombra muere en algún lugar del silencio...
Íntimo y evocador post. Muy bonito.
Pues no queda sino recordar y pronunciar alto y claro los nombres de lo que nos importa, muy buena reflexión, Mara.
EliminarGracias!
El relato me sumerge en un tiempo en que saboreé, casi con la misma intensidad, lo que entreveo entre sus líneas. Un tiempo de voces suaves y sugerentes, de tranvías escandalosos y rincones para soñar y sacar pinceladas poéticas a la melancolía.
ResponderEliminarGracias por recordármelo!
Gracias a ti por compartirlo, Teresa!
EliminarEspero no llegar demasiado tarde, aunque creo que en alguna ciudad no se hace de noche porque la siguen iluminando farolas que acompañan a los tranvias en cada parada.
ResponderEliminarYo me quedaría aquí para que me pusieras un fado acompañando a esa lengua de mariposa que ha dejado una palabras muy bellas en este post..
¿Bailas?
Lisboa no se entiende sin la melancolía de un fado, por supuesto que bailo, Blanca! Muchas gracias por tus palabras :)
EliminarCoincido en lo del fado, es que tus palabras lo piden.
ResponderEliminarQue ganas me han entrado de volver a Lisboa y dedicar un rato a ver pasar la vida, ¡cuantos años hace ya!
Un abrazo!
Isabel, si hace mucho que no vas por Lisboa no dejes de volver... por los fados, por la luz y por todo lo que contiene ese lugar tan especial. Gracias!
EliminarAbrazos