jueves, 30 de junio de 2011

Las llamas

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La tierra húmeda de la noche se pegaba a su cuerpo mientras reptaba lentamente, remontando el último repecho del terreno. Se detuvo en cuanto los tuvo a la vista, y tras él todo el grupo. La espesura del silencioso bosque mantenía atrapada la oscuridad en el valle que se abría ante ellos. En el último rincón del cielo, tras las oscuras montañas empezó a recortarse la primera luz del día. En absoluto silencio, contempló el paso de un gran escarabajo negro sobre su mano derecha, la que empuñaba firmemente la lanza. Con la izquierda, aprestó contra su cuerpo el hacha de guerra. Allá abajo, entorno a una debilitada hoguera, todos dormían aún. Miró a sus hombres: por fin había llegado el momento de ajustar cuentas...

El seco chasquido de un tronco vencido por el fuego lo sobresaltó. Abrió de nuevo los ojos y volvió a extender sus manos hacia el rojo intenso de las llamas. Una recia ola de calor golpeó su rostro. Lo notó trepar lentamente por su cuerpo exhausto. Estaba vivo, era lo único que importaba. Frente a él las viejas caras conocidas de sus compañeros de armas cobraban extrañas formas bajo los cascos de acero, desdibujándose tras las temblorosas llamas. A lo lejos, pero nunca lo bastante, seguía alcanzándoles el incesante tronar de una tierra en furiosa disputa.

Disponían de poco tiempo, quizás de ninguno si el cerco se había vuelto a cerrar. El contacto por radio se había perdido. Poco importaba ya, pues bien sabía que todo estaba perdido, pero no estaba dispuesto a abandonar a los heridos, demasiado bien sabía que no habría cuartel para ellos.

Comprobó mecánicamente su fusil de asalto y volvió a refugiarse en el abrazo del fuego que embriagaba y reconfortaba a la vez sus sentidos endurecidos, dándole un cuartel que sus enemigos le negaban, quizás con toda justicia. Contempló las llamas y deseó poder disolverse en ellas, regresando de nuevo a la ancestral unión con aquel otro tiempo ensoñado pero cierto.

El fuego empezó a crepitar con furia, levantando pavesas punzantes contra sus manos. Sintió más y más su poderosa atracción primitiva y entonces supo con absoluta certeza que mucho antes hubo otras hogueras, otros rostros, otros hombres y otra sangre. Que aquella misma tierra fue la suya, que aquella lanza estuvo en su mano y que aquel día no le faltó fuerza ni valor.

Y también supo que en ese preciso instante otros muchos como él, absortos en la noche frente a las llamas, sabían que había llegado su momento.

2 comentarios:

  1. Hubo otros tiempos, otros espacios, otros silencios .... o tal vez, todos están en este momento viviendose al mismo tiempo ....

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  2. Tal vez, seguramente... no lo has sentido alguna vez, mirando al fuego?

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