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Finales del verano del año 1991. Una desgastada fortaleza en lo alto de la ciudad vieja de una plaza del África española. Calurosa noche, densa y oscura que anuncia quizás la primera tormenta de la temporada. Esta noche pinta diferente en la Unidad de Tropa del Gobierno Militar. Se trata de una pequeña dependencia separada del resto del acuartelamiento que los fines de semana hace las funciones de discreto garito de juergas para una peculiar tropa de reemplazo, de disciplina muy relajada. Una singular guarnición compuesta por unos cuantos oficinistas con la titulación académica adecuada y otros muchos niños bonitos también con las adecuadas recomendaciones.
Hoy hay sesión de güija y costo en la oficina de escribientes. La vieja estancia cavernosa de ladrillo rojo está tenuemente iluminada por dos velas. La atmósfera está recargada por la densa humareda de la grifa, mezclándose con sudor rancio, café recalentado y el inevitable aroma a Zotal. Sobre una de las mesas de trabajo se ha pintado a lápiz una suerte de tablero improvisado para la ocasión. En el centro ya hay dispuesto un vaso de cristal boca abajo.
Seis chavales vestidos de verde se sientan expectantes alrededor de la güija. Habrían podido ser una buena muestra demográfica de la población del país: Álvaro, un madrileño de buena familia, descendiente directo de un renombrado político de la época de la Restauración; Renato, un legionario de San Lúcar de Barrameda, tan cuadrado como simplón; Josu, un vasco de Durango, espabilado, bajito y socarrón; Jacobo, un gallego tranquilo de mirada lánguida enamorado de Michelle Pfeiffer; Manu, un cabo alicantino tan flaco y nervioso como inteligente y el catalán que suscribe estas líneas, con veinte años menos y aún todo el pelo sobre la cabeza.
Jacobo se dispone a oficiar: "¡Callarse ya, carallo, que necesito concentración para captallos!" Se hace un silencio expectante entre la soldadesca. Pone el dedo índice de la mano derecha sobre el vaso. Sus ojos verdes brillan extrañamente a la luz termblorosa de las dos velas.
"Poned los vuestros ahora" - ordena. Obedecemos los demás. Instantes después Jacobo cierra los ojos y lanza al aire una pregunta con voz fuerte y profunda: "Espíritus ¿Estáis ahí? ¡Manifestaos!"
Como no puede ser de otro modo, el vaso empieza a desplazarse lentamente en dirección hacia la palabra SI, escrita a un lado de la mesa. Surgen las primeras risas nerviosas:
- Quiyo, esto ze mueve y yo no zoy... dice el legionario
- ¡Pues yo tampoco, ostias! - confirma el vasco
- Esto se pone interesante... - comenta excitado el madrileño pijo, haciéndome un guiño de complicidad.
Por mi parte, esta noche estoy decidido a dejarme llevar sin cuestionarme nada, embriagado como los demás por la euforia del excelente costo marroquí que compartimos con ejemplar camaradería.
Jacobo vuelve a preguntar al vacío, mirando fijamente al vaso: "¿Moriste aquí?" El vaso vuelve al centro del tablero, se detiene un instante y nuevamente se desplaza hasta colocarse en el centro de la palabra SI
"¿Moriste de muerte natural?" El vaso viaja ante nuestros ojos lentamente hacia el otro extremo de la mesa: NO
Un escalofrío recorrió nuestras espaldas. Nos miramos todos en silencio.
- ¡Venga, gallego, que nos estás liando, lo estás moviendo tu para acojonarnos!... - proclama en tono desabrido el cabo Manu.
Afuera ha empezado a llover. Los cristales del único ventanal de la estancia empiezan a repiquetear. Un trueno lejano llega a nuestros oídos, resonando largamente antes de extinguirse.
Jacobo no se inmuta ante la acusación:
- ¿Eso crees?
- Sí, y te digo que nos la estás pegando, he notado cómo lo empujas tu...
- Para nada, y te digo más, este es un espíritu muy fuerte.
-Y una mierda...
- Muy bien. Creo que vas ' flipar, chaval - responde Jacobo sin mover un solo músculo. Acto seguido, retira su dedo del vaso y vuelve a preguntar al vacío: "¿Eras soldado como nosotros?"
El vaso vuelve a moverse sin el dedo de Jacobo encima, incluso con más ligereza que antes: SI
Manu abre mucho los ojos y enmudece, acallado tanto por su propio desconcierto como por nuestras recriminaciones. Mientras, Jacobo prosigue con el interrogatorio: "¿Cuantos años tenías al morir?" El vaso pasa por encima del número 2 y del 3 y se detiene.
-Ohú, que mal royo... ¡yo tengo veintitré!, paso...- Renato retira su dedo y se estremece en su silla.
Otro trueno, más cercano esta vez, llega a nuestros oídos, haciendo vibrar los cristales del ventanal. Afuera parece haberse desatado un diluvio instantáneo. El rumor de la lluvia golpeando furiosa invade la estancia.
Imperturbable a todo, Jacobo prosigue: "¿Cuál es tu nombre?" el vaso permanece quieto unos instantes; al fín arranca y se dirige con nuestros dedos encima hacia la parte de la mesa con el alfabeto: A, N, T
"¿Te llamabas Antonio?" interrumpe Jacobo. El vaso se para durante un largo instante. Luego vuelve a ponerse en marcha y nos conduce hacia el SI.
Ahora la mirada de Jacobo ha cambiado, afilándose sobre el vaso. Su cuerpo se tensa y coloca las manos sobre la mesa, antes de decir: "Antonio, dinos quién te mató"
El vaso permanece inmóvil durante largos segundos. Nadie dice nada, nadie se mueve. El silencio entre nosotros es absoluto. Súbitamente el vaso arranca y se pasea por toda la mesa hasta el NO.
Un halo de decepción se extiende entre los presentes. Jacobo parece contrariado. Pero no se vaa rendir. Decide forzar la situación: "Antonio, si tienes algo que decirnos, hazlo, ¡manifiéstate!"
En ese preciso instante, una potente voz irrumpe en la estancia: "¿¿Pero qué hacéis??" al tiempo que a nuestras espaldas emerge de las sombras una oscura figura encapuchada, chorreando agua.
El efecto es devastador: El legionario lanza un alarido descomunal y cae al suelo lanzándose hacia atrás desde la silla. Josu se mete debajo de la mesa y empieza a gemir. Manu salta de su silla y se esconde detrás de mi, haciéndose un ovillo. Álvaro empujado por Renato al caer, da un manotazo al vaso, que sale volando hasta estrellarse contra la pared, junto a Jacobo, que con los ojos abiertos como platos, mira al aparecido fijamente, mudo de terror.
Otra figura aparece detrás de la primera: "Joder, está cayendo la de Dios... ¿nos invitáis a un cafetito? ¿oye, qué pasa aquí con la luz?"
Entonces la primera figura, que tras abrir el impermeable mimetizado y descubrir su cabeza se ha convertido en el cabo de guardia Josemi, vuelve a hablar: "¿Pero vosotros estáis tontos o qué?"
Eso se llama ser oportuno ¡que susto!
ResponderEliminarSobretodo, la sentencia final, es lo más acertado como conclusión... gracias, Juana
ResponderEliminarMe he descojonado (perdona pero no se me ha ocurrido otra palabra) con la escena de la entrada del cabo de guardia. Muy bueno de verdad
ResponderEliminarSi es que los gallegos tenemos una querencia hacia los espíritus...
ResponderEliminarEntre el café recalentado y el susto... ¡vaya nochecita!
:))
Muchas gracias Pedro. Entiendo tu descojone,no es para menos!
ResponderEliminarGracias, Isabel. No sabía que eras gallega. Lo entenderás entonces mejor que muchos... :-)
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