jueves, 31 de mayo de 2012

El mayor de los olvidos

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Lo supo desde que amaneció. No lo iba a conseguir. Él no, y probablemente tampoco ninguno de sus compañeros.

"Dependemos de vosotros, aguantad todo lo que podáis y luego os retiráis también." Los tres hombres intercambiaron miradas amargas desde sus puestos de tiro. Se habían llegado a conocer bien tras muchos meses de dura lucha. Lo que tenían enfrente no dejaba margen alguno para la segunda parte de esa orden. No si se quedaban; no si cumplían con su deber.

Guardó en su macuto el tubo de brillantina para el pelo y su cepillo de dientes. Que la muerte nos encuentre presentables cuando llegue. No somos unos cualquiera, somos los escogidos, somos los últimos de la XV Brigada.

Son una pequeña parte de un mundo, una minúscula fracción de un ideal que agoniza, abandonado y traicionado.  Los tres defensores de la cota 562 se han quedado atrás voluntariamente, frente a toda la  adversidad que se les viene encima. No están del todo solos: les apoyan desde tres blocaos adelantados a su posición, construidos en buen cemento. Pero para su desgracia, los de enfrente han sacado tres tanques. Son T-26 capturados, de los que una vez estuvieron en su propio bando, cuando quizás otro final aún era posible. Impotentes en su posición elevada, los tres hombres ven cómo las tres bestias mecánicas se encaminan en solitario directamente hacia los blocaos. Van a hacer el trabajo sucio a quemarropa; no hay opción para sus defensores.

Sea pues. Vamos hasta el final y que lo paguen. Como lo acaba de pagar ese confiado oficial nazi del otro lado, justo al principio del ataque. A través de la mira telescópica de su Mosin Nagant lo ha visto soltar sus prismáticos y caer. Un disparo afortunado en el límite del alcance efectivo. Pero sabe que dificilmente lo podrá contar en casa...

Pasan un par de horas, y ya no necesita de mira alguna para ver las caras de sus enemigos. Recargar otro peine de balas, apuntar apenas y disparar. Sentir el culatazo tosco de ese fusil ruso en el hombro. Una y otra vez. Resistir, mantenerlos a raya, ganar tiempo para su gente, para todo en lo que aún cree. Sus vidas a cambio de algo de tiempo, un puñado de horas al menos. Que otros puedan seguir intentándolo después de ellos...

Ya están aquí, se les van a echar encima. Los puede oir perfectamente, más allá de los sacos terreros que le protegen. Ya no puede saber si sus compañeros siguen aún ahí, vivos. Una recia voz con un acento distinto al suyo llega a sus oídos: "¡granadas!". Él antes les ha lanzado dos de las suyas. Consigue sacar las tres primeras que entran en la trinchera, mientras las balas zumban a su alrededor, buscándole. Las devuelve con fría serenidad de veterano, en un siniestro juego de la patata caliente que no puede permitirse perder. La última también la ve venir. La recoge del suelo a sus pies y la sostiene en su mano por un momento, pero esta vez ha llegado tarde.

En ese instante su mano derecha desaparece, y mientras la metralla entra en su pecho y sus entrañas, se van para siempre su madre, sus seis hermanos, su viejo barrio de calles empedradas entre el puerto y la montaña, los amigos de la escuela, aquella vecina tan simpática de ojos negros y brillantes, los veranos en la playa y las largas jornadas en la fábrica. También se termina toda la euforia, toda la rabia y toda la angustia de aquellos largos años de insoportable inquina y destrucción. Y ya en el fondo de su trinchera, le acoge para siempre su destino, el verdadero y definitivo hogar de los últimos héroes del Ebro: El mayor, el más amargo de los olvidos.


8 comentarios:

  1. Impresionante, lo has revivido como si fueras él!. Es tan evocador el relato, con precisión y sentimiento, que la conclusión habla por sí sola: reparada la injusticia del olvido, por él y por muchos luchadores anónimos.
    Genial! Abraçades.

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    1. Muchas gracias Mara. Quizás solo haya un consuelo a la muerte, y es que los vivos te recuerden. Más si cabe cuando en casos como éste se ha tratado del más generoso sacrificio que puede hacerse por los demás.
      Gracias a ti! :D

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  2. "No si se quedaban; no si cumplían con su deber"

    Las balas y las trincheras son otras pero el olvido sigue siendo el mismo. ¿De cuantos olvidos estará compuesto este desastre actual? ¿Hasta cuando aguantaremos con tanto sacrificio?

    No he podido evitar leerlo en modo metáfora.

    Un abrazo!

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    1. Muy bien visto, Isabel... esa parte de la historia, la metafórica no se te ha escapado. Te confieso que no pude dejar de pensar en ello mientras le daba forma. Gracias por tu afilada visión!

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  3. ¡Qué buen homenaje, Ricardo! Me he quedado alucinada de la reconstrucción que has hecho de esa última batalla y de Xarli.

    Tantas cunetas y fosas que no van a tener esa suerte..

    Buenísimo. Creo que vas a tener que cambiar para algunos relatos y volverte más "belicoso".

    Un abrazo grande!

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    1. Muchas gracias, Blanca. Confieso que el tema me atrapó en cuanto lei esa noticia. Se mezclan muchos extremos de la condición humana en una guerra. Es una de las experiencias más extremas que se pueden vivir. El caso de Xarli y de tantos otros es conmovedor. Y como bien dices, tantos quedarán para siempre en el olvido...
      otro igual para ti :)

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  4. Estas situaciones de deseperación siempre me recuerdan a la canción de "Ilegales" que escuchaba cuando era adolescente:

    Iremos juntos... hacia el infierno,
    si es que una bala se cruza al pasar.
    Iremos juntos... dispararemos,
    todo es mejor que quedarse a mirar.

    No es la misma situación, pero tienen en común la desesperación ....

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  5. Gracias Juana, la desesperación nos puede empujar en un sentido o en otro, para bien o para mal...

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