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El explorador había regresado con inesperadas noticias: se había localizado un gran foco de resistencia. Muy posiblemente fuera el último. El jefe de los voluntarios se volvió hacia su gente con un renovado brillo en los ojos. No tardó en dar las órdenes que todos ansiaban. "¡Vamos a por ellos!"
Habían sido largos años de lucha enconada y cruel. Habían caminado por el límite de su existencia muchas veces, Nunca ni unos ni otros tuvieron dudas en la implacable, furiosa lógica: Llegar a cualquiera de los parajes desolados de aquella guerra, buscarse, combatir, rodear, asaltar y perseguirse con saña en la huida.
Pero las mayores y más sangrientas batallas cayeron de su lado, y ahora la victoria estaba cerca. En los últimos tiempos todo se había vuelto mucho más fácil, casi rutinario. Lo único que nunca variaba era el espeso silencio que siempre precedía al primer disparo.
Fue el batallón de los voluntarios el primero en asaltar aquel silencio; fue su gente la que liquidó el reducto hostil, tras convertirlo en otra devastada ruina ennegrecida. La llegada del mensajero los encontró reponiendo fuerzas y pertrechos, aún en la zona de conquista, sobre los cráteres, cascotes y cuerpos de los caídos:
Confirmado: ¡el enemigo se ha rendido sin condiciones!
En ese momento todos los voluntarios se miraron: lo habían conseguido; los habían borrado del mapa. Supieron que habían disparado su último tiro. Se acababan de terminar todas las órdenes, el mando, las líneas de avance y retirada, las desenfiladas, los campos de minas, los abrigos, los refugios, los pozos de tirador, la intendencia y el municionamiento de la vanguardia. Y entonces cayeron en la cuenta de la terrible verdad.
Por todas partes se alzó un sordo clamor de celebración. Era la hora de la euforia, de la alegría desbordada por la victoria tan duramente alcanzada, de la paz largo tiempo soñada. Pero aquellos hombres no gritaron, no saltaron, no se abrazaron. Miraron al suelo y permanecieron en un hondo silencio que únicamente su jefe se atrevió a romper:
Ya no vigilaré más mi espalda, ya no tendré que esperar ninguna amenaza, ya no habrá que ir a buscarla, ni la llevaré hasta el mismo centro de la batalla. Olvidaré el calor, el frío, las privaciones y el latir de la sangre rabiosa en mis venas. Yo no valgo para vivir tranquilo, para hacerme viejo contemplando el mar. ¿Si la vida es riesgo, qué clase de vida me espera ahora?
Hemos tenido que vencerles para comprenderlo. Ellos nos daban nuestra razón de ser. No solo hemos acabado con ellos, también nos hemos dado fin a nosotros mismos.
¿Qué será ahora de nosotros sin nuestros queridos enemigos?
Uf! La disculpa del enemigo externo para tapar el propio... ¿Será esa la auténtica rutina? ¿Se esconderá ahí nuestra (i)responsabilidad?
ResponderEliminarCuanto camino por desandar!
Somos capaces de esconderlo todo, si nos sirve para sobrevivir. Pero todo lo que se esconde pugna por salir de nuevo. Y muchas veces lo hace...
EliminarGracias!
Me ha encantado porque planteas muy bien la sensación tras el fin. Nunca se suele ver más allá, pero en este caso, además de la guerra, se acaba la motivación, la relación de años y el "aprecio" entre enemigos que han convivido años en una "rutina" de lucha.
ResponderEliminarEs humana la batalla, encontrar retos, enfrentarse a antagonistas y pelearse por sobrevivir. Son las razones del instinto.
Pero igual de humano es saber que la felicidad no es sobrevivir en guerra sino vivir con un afecto que se forje en paz. Esa sería la razón del sentimiento.
Y nunca es tarde para buscar nuestra verdadera razón de ser...
Un abrazo!
Es humano pelear, es humano no saber mirar más allá de nuestras narices... y es humano arrepentirse de lo hecho. Pero como dices, nunca (o casi nunca) es tarde para encontrar la razón de ser
EliminarAbrazos!
el mejor de todos tus escritos........el ser motivó una forma de actuar, se perpetúa más allá de la razón de ser...mas importante la acción que el objetivo?........no extrañen al enemigo.......el reside en ti............EXCELENTE ESCRITO EL MEJOR QUE TE HE LEIDO
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras, Esperanza. Ciertamente, eran iguales, y por eso no sabían que se combatían a si mismos, hasta que fue tarde...
EliminarEsta mañana le decía a mi jefe:
ResponderEliminar"él es el enemigo, los elijo con cuidado y con cariño, sé que (como dicen en Twitter) terminaré pareciéndome a él" .... aunque seguramente ya nos parecemos mucho ....
Me gusta "batallar" con gente arriesgada, valiente y persistente .... jamás "destruí" a un enemigo "externo" son demasiado valiosos ....
Gracias por la entrada, parece que hubiese estado hecha "para mi" en el día de hoy ....
Me alegra mucho saber que este post te ha llegado tanto, Juana. Si lo combates tanto, seguro que te pareces entonces... harás bien en conservarlo cerca
EliminarBesos
R.
"En la guerra cada jefe hace bendecir sus banderas e invoca solemnemente a Dios antes de lanzarse a exterminar a su prójimo".- Voltaire
ResponderEliminarCreo que no es así, Rich.
Creo que quien necesita de los márgenes de los otros para delimitarse, para saber quién es... no ha comprendido el secreto de la vida. Y siempre me acabo preguntando cuándo, en qué momento (o si será posible) que la humanidad entienda que es cada hombre. En la individualidad rica, plena, personal.... la que se abre a la pluralidad de los otros. Y se da, para el bien común. Porque somos todos distintos y todos iguales.
Enemigo es todo aquel que es distinto. Porque los hombres temen lo que no se les parece, porque no lo pueden entender.
Tu texto es para una meditación más profunda que este tonto comentario que te hago. Pero no quería dejar de decirte que te leo con atención.
Un beso,
it
Muy probablemente no sea así, como tu dices, It... ¿o quizás no debería ser así y sin embargo ocurre?
EliminarMis personajes actúan como espejo de otros más o menos reales. Y eso no les da carta de ejemplaridad, sino únicamente de su pulsión, que esa sí creo que es auténtica. ¿De verdad combatimos al que no es como nosotros, o en realidad todos somos mucho más iguales de lo que desearíamos ser?
Me alegro mucho de que sigas ahí.
Besos!
R.