sábado, 31 de agosto de 2013

Kathmandú en gris y naranja

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Nepal en pleno monzón. Los graznidos de los cuervos y ruido de tráfico entran por la ventana, junto con la primera luz del día. Kathmandú amanece con el gris del cielo y el naranja de las túnicas de los monjes budistas del monasterio de Sechen, lugar de nuestra primera noche en el país. No muy lejos suena un gong: ¡tan temprano y sin embargo ya se nos hace tarde! Nos apresuramos camino de la gran estupa de Boudha, mientras atravesamos bajo una suave llovizna las serpenteantes calles de Boudanath, el llamado barrio tibetano y auténtico trozo de aquel país, hogar de tantos que huyeron de la invasión china del 59. Tras un último recodo aparece por sorpresa la gran plaza circular, y por encima de todo, los dos grandes ojos de Buda, azules, profundos, serenos, observándonos desde lo alto de la gran construcción.


Cuando ponemos el pie para adentrarnos en la plaza descubrimos que cien mil palomas llenan el suelo, el aire y la gran cúpula blanca de la estupa, al tiempo que reparamos en la miriada de personas que frente a nosotros se mueven, caminando al unísono en una misma dirección, mezclándose con el incienso, el humo y el color de las velas votivas. Todos giran alrededor del gran edificio, de cuyo cimborrio parten haces multicolores de banderolas cuadradas de oración. La estupa de Boudha se ha convertido en el centro de un enorme vórtice de la muchedumbre silenciosa y diligente, creando y participando de una misma energía pacífica que se extiende y contagia entre las personas y las cosas que se encuentran en aquel lugar envuelto en una atmósfera extraña y especial, como lo son todos los espacios sagrados desde antiguo, cómo sólo lo pueden ser los cruces de caminos del espíritu y del comercio, aspectos de la vida que para un tibetano o un nepalí no son en absoluto incompatibles, como más adelante comprobaríamos.

Hombres maduros, mujeres jóvenes, monjes, ancianas, niños y niñas provistos con la mochila y la corbata que les distingue como estudiantes. Es una multitud diversa de orantes individuales pero a la vez sorprendentemente unida que sortea a su paso a perros tumbados en medio de la calle, turistas desorientados cámara en ristre y penitentes. Uno de éstos, provisto de mandil y protecciones en rodillas y manos avanza trabajosamente; da un paso, junta las manos sobre su frente, se arrodilla, se tumba boca abajo y alarga los brazos sobre el suelo, se levanta, da otro paso y vuelve de nuevo a juntar las manos ante sí, repitiendo el ciclo de movimientos incesantemente. Todos ellos darán varias vueltas alrededor antes de dirigirse a sus quehaceres cotidianos. En muchas manos cuelgan los malas, el equivalente a los rosarios cristianos con los que se lleva la cuenta de los mantras recitados. Los caminantes más próximos hacen girar a su paso los centenares de rodillos de oración dispuestos en las paredes blancas de la estupa. Todo gira, todo fluye aquí, en armónica confusión, como un remedo del universo mismo.

Frente a la puerta de entrada a la estupa, un joven monje envuelto en su túnica roja y naranja sonríe igual al amigo y al extranjero, sin dejar de rezar.  Mujeres de pelo cano y cobre se cruzan con turistas occidentales de mirada atónita, maravillados por el flujo de personas y seres en constante rotación. En la parte exterior de la gran plaza comerciantes con aire indolente están leyendo la prensa en sánscrito al pie de sus negocios, sentados en taburetes bajos de mimbre. En sus locales de madera añeja y oscura brillan los bronces y plateados de la orfebrería o cuelgan las telas de vivos colores, no faltan los puestos de fruta, verduras y especias. Ahora la cálida lluvia cae con más fuerza, formando charcos al paso de chamarileras y vendedores ambulantes. La primera oración del día ha terminado.





5 comentarios:

  1. Gracias por traer a mi memoria uno de los mejores viajes que he hecho en mi vida.
    Un abrazo

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    1. Gracias a ti Javier, por tu visita y apoyo. Me alegro de la coincidencia, también lo ha sido para mí.
      Abrazos!

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  2. Y yo sin enterarme de que había un post del estupendo viaje. Más desconectada que tú en Kathmandú. Una belleza las fotografías y el relato.

    Me alegro de la vuelta..

    ¡Besos!

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    1. Muchas gracias, Blanca; pronto nuevas entregas de este viaje.

      Besos!!

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  3. "Todo gira, todo fluye aquí, en armónica confusión, como un remedo del universo mismo"

    Y nosotros con nuestras nimiedades... (empezando a disfrutar de tu viaje)

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