viernes, 25 de marzo de 2011

Tesoros a media tarde

Cargando..
Levantó sus ojos del libro. A esas horas imposible. A su derecha, en el otro sillón su abuelo roncaba suavemente, con la boca entreabierta. A su izquierda, las persianas verdes de estrechas tablillas apenas contenían el fulgor de agosto. Silencio, modorra estival en Almazán. Hora de explorar.

Se levantó con sigilo, la pierna aún escocía un poco, la costra roja de mercromina seguía tierna en su rodilla, el día anterior había vuelto a probar el suelo después de un derrape imprevisto, nada extraño por otra parte. Dejó atrás el comedor y salió al pasillo. El suelo de madera oscura crujió bajo sus wambas azules. Por su derecha llegaba la acompasada polifonía sonora de la siesta de sus padres. Ganó la escalera a su izquierda y bajó al frescor de la cochera.

Sus abuelos habían convertido la planta baja en un lugar fascinante a los ojos de un niño de doce años. Allí convivían en perfecta armonía el SEAT 131 blanco de su tío Emilio, las grandes cajas de arroz SOS con las que su abuelo complementaba el mes como agente comercial, una gran cama de hierro dorado y blando colchón de lana, un largo biombo de tela , un fregadero de piedra gris con su tabla de lavar, una gran tinaja de barro de fondo inescrutable, y unos viejos pero hermosos muebles de maderas olorosas.

Aquel día se decidió por la gran cómoda de madera clara. El dulce olor del sándalo se intensificó cuando abrió el primer cajón. Emergieron a la suave penumbra de la tarde viejas cartas escritas con tinta china, la foto de un joven vestido de quinto con la inconfundible barbilla recta de su abuelo, también la de una jovencita de sonrisa dulce y confiada, ya entonces con el mismo moño que siempre lucía su abuela.

En el siguiente cajón apareció una boina azul con una borla, que inmediatamente se caló hasta las cejas, y unos cuadernos grises en los que la letra infantil de su tío fechaba: "Formación del Espíritu Nacional, año 1954". Aquellas páginas captaron su atención; ahí se hablaba en un lenguaje extraño y rimbombante de batallas gloriosas, de honor, de sacrificios, pero también de héroes perfectos y terribles villanos. Los dejó sobre la mesa, luego seguiría con ellos.

Al sacar el último cuaderno, una moneda redonda y pequeña brilló en el fondo del cajón. El niño abrió mucho los ojos ante el fabuloso hallazgo: un medio dólar de plata de los Estados Unidos Mejicanos había vuelto a ver la luz del sol.


3 comentarios:

  1. La rutina solo nos devora si no cambiamos algo en nuestro vivir, y si más encima en las cosas habituales de una casa le le ponemos la curiosidad de un niño y su visión del mundo, una simple y bella, muy bella moneda puede ser la llave de su proximo viaje :)

    Me ha encantado cada detalle del relato, me he sentido niña, porque curiosidad lo llevo de gata ;)

    besos ronroneados en mi abrazo ^_^

    ResponderEliminar
  2. Estimada Pau, si somos capaces de mantener viva nuestra curiosidad de niños significará que seguimos siendo capaces de lo mejor. Gracias!

    ResponderEliminar
  3. Bellísimo. Emocionante y elegante.
    Admiro tu capacidad de expresar tanto de una forma tan sencilla y precisa.

    M.A.N

    ResponderEliminar