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Anochecía, rápida e irremediablemente. A través del espeso silencio, a nuestros oídos llegaban los ecos apagados de la cabalgata que empezaba a discurrir por las calles de pueblo de Monistrol, mucho más abajo. El camino quedaba ya en sombras. Una luna tenue e incompleta era todo lo que impedía que la oscuridad fuera total en aquella noche, en medio del macizo de Montserrat. Nos conocíamos poco, aún. Había ilusión, ganas de empezar algo prometedor. Quizás un camino, quizás el de la vida. Sin embargo, en aquel momento apenas éramos sombras indistinguibles el uno para el otro. Y allí quietos, entreviéndonos, en medio de la noche, del frío, con el desconcierto y el pánico acechándonos en el siguiente recodo fue cuando supimos de qué pasta estábamos hechos.
Y desde entonces han sido muchas las sendas por las que hemos transitado. A menudo no ha sido fácil el trayecto; ha estado jalonado de piedras, duras pendientes y en varias ocasiones hemos llegado a perder el rumbo. Pero en todos esos momentos difíciles, como en aquella primera vez, o tú o yo volvimos a encontrar ese mechero en el fondo de la mochila, y a la luz de su temblorosa llama siempre hemos vislumbrado la salida.
Y seguimos adelante, mi compañera, en este camino.
Y seguimos adelante, es lo que toca, incluso a veces parece que estamos dando vueltas, pero no es verdad, la Vida se parece más a una espiral, aunque a veces los círculos ¡están tan juntos! ....
ResponderEliminarCierto, Juana. Esa sensación es muy familiar...
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