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El fluorescente averiado parpadeaba en rápidos y breves destellos. Un viejo operario avanzaba con pasos cortos enfundados en gastadas alpargatas de loneta. Escalera al hombro y caja de herramientas bajo el brazo, introdujo su mundo rutinario de cables, luces, regletas, reactancias y fusibles por el pasillo central de la luminosa sección de alta joyería y peletería. La habitual burbuja de indiferencia se formó a su paso, envolviéndolo allá donde fuera, haciéndolo invisible para vendedores y clientes. Sin prestar atención al brillo lujurioso de todas las pieles, obviando el fulgor inoxidable del oro, de la plata y del titanio que lo rodeaban, el viejo operario desplegó la escalera de aluminio y elevándose por encima de todos, acercó su mirada cansada a la indecisa luz de neón.
Había un problema con la regleta de la reactancia, y tendría que cambiar una parte del cableado. Ocupado en cortar, pelar y atornillar, su metódica destreza no pudo prever la caída de un largo trozo de cable que, escapando de su mano en alto, pasó en un instante ante sus ojos y terminó su caída sobre el aparador que se abría sus pies, con un tenue golpe de plástico contra cristal. El viejo operario lo había seguido con la mirada. De este modo se reencontró con él:
A sus pies emergió la visión de aquel hermoso collar de grandes perlas blancas, brillando iridiscentes con toda la intensidad y el misterio de su engarce antiguo de oro delicadamente repujado.
Y fue entonces cuando desapareció ese mundo y lo recordó todo. Volvió a estar en la jarcia del palo mayor con la vista puesta en el horizonte, frente a la costa ocre y arenosa de Catar. Reaparecieron las velas blancas, el sabor de la sal, el azul intenso y peligroso de un mar hostil. Sintió el peso de su sable en la mano, a la caza del botín. La lucha incierta de su propia vida, el humo, la sangre. Y por encima de todo, unos ojos negros de intenso fulgor, tan brillantes como amargos, allí donde todo empezó y todo acabó.
Una voz atiplada, envarada y displicente surgió a sus pies:
-Oiga usted: Si está interesado en adquirir perlas arábigas puede pasarse si le apetece al acabar su turno.
Desde lo alto el viejo operario miró largamente al jefe de sección y con un aplomo que nunca antes había sido suyo esta vida respondió:
-Conocí bien el género y tuve todas las que quise... ¿Y tu?
Quien está enamorado de las perlas se tira al mar - Proverbio árabe
Me ha encantado... Claro que sí... Dónde haya perlas...
ResponderEliminarPrecioso Ricardo, una perla en sí.
ResponderEliminarNavega flotando en el aire, tanto el misterio de las perlas, como el misterio de la vida, que al igual el uno como el otro, suele rodearnos a su antojo.
ResponderEliminarUn relato nostálgico y fantástico.
huifang12
Es hermoso el relato hasta el fin, con ese sabio proverbio. Me quedo con el valor del recuerdo que provocaron esas perlas, más impagable que cualquier joya, imágenes de un pasado de lucha y pasión, de un ser especial que, seguramente, "se tiró al mar" para conseguir lo que deseaba. Para mi, aunque las perlas fueran piedras, serían exquisitas, como todo lo que nos devuelve lo mejor que tuvimos y lo auténtico que vivimos. Después pelear por la vida, aún podemos pelear por el recuerdo.
ResponderEliminarUn abrazo
Siempre mostrando algo apasionante de algo aparentemente insignificante; gracias again
ResponderEliminarUn pirata arrebatador. Ha pasado de ser una prenda a una perla cultivada. La más cara, de inestimable valor.
ResponderEliminarUn abrazo!
Elena, Lola, Teresa, Mamen, Blanca: muy agradecido por vuestros comentarios, tan llenos de buenas palabras. Besos!
ResponderEliminarA veces, la Vida te transporta a lugares que jamás olvidarás, aunque no recuerdes haber estado .....
ResponderEliminarY por encima de todo, unos ojos negros de intenso fulgor, tan brillantes como amargos, allí donde todo empezó y todo acabó.
ResponderEliminar"Y por encima de todo, unos ojos negros de intenso fulgor, tan brillantes como amargos, allí donde todo empezó y todo acabó".
¡Cuanto misterio en una sola frase! Da para varios relatos. ¿Los del contrincante por el botín o los ojos de la persona amada que le incitaban a la conquista? El inicio de su nueva vida de invisibilidad y el final de la intensa y peligrosa pasión?
¿Y que será ahora de su “habitual burbuja de indiferencia?
Tardo, pero llego :)
Dejo aquí mi entrada para agradecer a Ricardo su colaboración en este cuento y porque no se me cae ninguna prenda por hacerlo.
ResponderEliminarUn placer, amigo, haber compartido unas palabras para unirlas en un post.
Besos!