La tierra húmeda de la noche se pegaba a su cuerpo mientras reptaba lentamente, remontando el último repecho del terreno. Se detuvo en cuanto los tuvo a la vista, y tras él todo el grupo. La espesura del silencioso bosque mantenía atrapada la oscuridad en el valle que se abría ante ellos. En el último rincón del cielo, tras las oscuras montañas empezó a recortarse la primera luz del día. En absoluto silencio, contempló el paso de un gran escarabajo negro sobre su mano derecha, la que empuñaba firmemente la lanza. Con la izquierda, aprestó contra su cuerpo el hacha de guerra. Allá abajo, entorno a una debilitada hoguera, todos dormían aún. Miró a sus hombres: por fin había llegado el momento de ajustar cuentas...
El seco chasquido de un tronco vencido por el fuego lo sobresaltó. Abrió de nuevo los ojos y volvió a extender sus manos hacia el rojo intenso de las llamas. Una recia ola de calor golpeó su rostro. Lo notó trepar lentamente por su cuerpo exhausto. Estaba vivo, era lo único que importaba. Frente a él las viejas caras conocidas de sus compañeros de armas cobraban extrañas formas bajo los cascos de acero, desdibujándose tras las temblorosas llamas. A lo lejos, pero nunca lo bastante, seguía alcanzándoles el incesante tronar de una tierra en furiosa disputa.
Disponían de poco tiempo, quizás de ninguno si el cerco se había vuelto a cerrar. El contacto por radio se había perdido. Poco importaba ya, pues bien sabía que todo estaba perdido, pero no estaba dispuesto a abandonar a los heridos, demasiado bien sabía que no habría cuartel para ellos.
Comprobó mecánicamente su fusil de asalto y volvió a refugiarse en el abrazo del fuego que embriagaba y reconfortaba a la vez sus sentidos endurecidos, dándole un cuartel que sus enemigos le negaban, quizás con toda justicia. Contempló las llamas y deseó poder disolverse en ellas, regresando de nuevo a la ancestral unión con aquel otro tiempo ensoñado pero cierto.
El fuego empezó a crepitar con furia, levantando pavesas punzantes contra sus manos. Sintió más y más su poderosa atracción primitiva y entonces supo con absoluta certeza que mucho antes hubo otras hogueras, otros rostros, otros hombres y otra sangre. Que aquella misma tierra fue la suya, que aquella lanza estuvo en su mano y que aquel día no le faltó fuerza ni valor.
Y también supo que en ese preciso instante otros muchos como él, absortos en la noche frente a las llamas, sabían que había llegado su momento.
jueves, 30 de junio de 2011
domingo, 19 de junio de 2011
Distracciones
Un techo blanco de escayola pasó a ocupar todo su campo de visión. No ha sido este un buen día, ni está siendo una buena semana... si es que en realidad lo mismo podía pensar de todo lo que llevamos de año...
Enseguida llegó el cálido chorro de agua sobre su cabeza, deslizándose después desde la frente hacia ambas sienes. Lo malo es que si miro más lejos, entonces... creo que no, mejor no. Por ejemplo: ¿Cuando empezó la cosa a torcerse con David? últimamente salimos a pelotera diaria...
Dedos expertos extendieron el champú por su cabello entrecano. El efecto fue inmediato: Cerró los ojos y se dejó llevar suavemente por su cansancio acumulado. ...No recuerdo cómo empezó esto, y aunque no tengo nada contra él, algo voy a tener que hacer, porque al final me van a tomar por el pito del sereno, y ya está bien...
Desde el exterior tan sólo llegaba a sus oídos el suave zumbido de la maquinilla de corte, presionando a intervalos sobre su cabeza. ...En lo del comité, debería tener en cuenta la opinión de Luis, ahora sólo puedo contar con él, y él lo sabe... bueno, todos lo saben ya a estas alturas...
El metal cálido cosquilleaba sobre su piel mientras rebajaba con precisión sus patillas y perfilaba la línea fronteriza entre el pelo y el cuello sobre su nuca. ...Bien mirado, igual soy demasiado comedido... ¡algún día tendré que ponerlos sobre la mesa, como hace aquí todo quisque, y que cada palo aguante su vela...!
Súbitamente, el rítmico chasquido del metal afilado sobre su cabeza empezó a dar forma a su nuevo aspecto. El peine ejercía una suerte de masaje relajante cuando rozaba su cuero cabelludo, dando orden a su pelo mojado y fresco. ....Esta chica no me suena, debe ser nueva, pero tiene buena mano con la tijera...
Algunas hebras caían sobre su rostro. Se obligó a aceptarlas sin moverse bajo la fina bata que lo cubría. Un agradable aroma a limpio lo fue llenando todo a su alrededor. Esto habría sido insoportable sin ella; menos mal que la tengo a ella, menos mal. Ella me da las fuerzas cuando me faltan... Suerte que supimos arreglarnos a tiempo. Es lo mejor que me ha pasado en toda mi vida.
Un cepillo levemente impregnado de talco empezó a correr por sus hombros, haciéndole abrir los ojos de nuevo. Contempló su nueva imagen remozada en el gran espejo. Hoy lo hablaremos, y seguramente me decida... si, lo haré, está decidido, pediré el nuevo puesto...
El cepillo siguió su curso, pasando suavemente por su rostro, retirando aquellas hebras de cabello que ya ni tan siquiera notaba. La chica volvió con el pequeño espejo cuadrado. Un momento para el vistazo final:
- ¿Qué tal se ve?
- ¡Muy bien! es un corte perfecto, muchas gracias.
Enseguida llegó el cálido chorro de agua sobre su cabeza, deslizándose después desde la frente hacia ambas sienes. Lo malo es que si miro más lejos, entonces... creo que no, mejor no. Por ejemplo: ¿Cuando empezó la cosa a torcerse con David? últimamente salimos a pelotera diaria...
Dedos expertos extendieron el champú por su cabello entrecano. El efecto fue inmediato: Cerró los ojos y se dejó llevar suavemente por su cansancio acumulado. ...No recuerdo cómo empezó esto, y aunque no tengo nada contra él, algo voy a tener que hacer, porque al final me van a tomar por el pito del sereno, y ya está bien...
Desde el exterior tan sólo llegaba a sus oídos el suave zumbido de la maquinilla de corte, presionando a intervalos sobre su cabeza. ...En lo del comité, debería tener en cuenta la opinión de Luis, ahora sólo puedo contar con él, y él lo sabe... bueno, todos lo saben ya a estas alturas...
El metal cálido cosquilleaba sobre su piel mientras rebajaba con precisión sus patillas y perfilaba la línea fronteriza entre el pelo y el cuello sobre su nuca. ...Bien mirado, igual soy demasiado comedido... ¡algún día tendré que ponerlos sobre la mesa, como hace aquí todo quisque, y que cada palo aguante su vela...!
Súbitamente, el rítmico chasquido del metal afilado sobre su cabeza empezó a dar forma a su nuevo aspecto. El peine ejercía una suerte de masaje relajante cuando rozaba su cuero cabelludo, dando orden a su pelo mojado y fresco. ....Esta chica no me suena, debe ser nueva, pero tiene buena mano con la tijera...
Algunas hebras caían sobre su rostro. Se obligó a aceptarlas sin moverse bajo la fina bata que lo cubría. Un agradable aroma a limpio lo fue llenando todo a su alrededor. Esto habría sido insoportable sin ella; menos mal que la tengo a ella, menos mal. Ella me da las fuerzas cuando me faltan... Suerte que supimos arreglarnos a tiempo. Es lo mejor que me ha pasado en toda mi vida.
Un cepillo levemente impregnado de talco empezó a correr por sus hombros, haciéndole abrir los ojos de nuevo. Contempló su nueva imagen remozada en el gran espejo. Hoy lo hablaremos, y seguramente me decida... si, lo haré, está decidido, pediré el nuevo puesto...
El cepillo siguió su curso, pasando suavemente por su rostro, retirando aquellas hebras de cabello que ya ni tan siquiera notaba. La chica volvió con el pequeño espejo cuadrado. Un momento para el vistazo final:
- ¿Qué tal se ve?
- ¡Muy bien! es un corte perfecto, muchas gracias.
martes, 14 de junio de 2011
Dos minutos
Todo empezó con una extraña pero hermosa naturalidad. La últimas luces del día desaparecían ya, muy a lo lejos en el horizonte. El interior de la cabina del veterano carguero se había llenado de sombras, tenuemente iluminada por los paneles del instrumental de a bordo. De los tres tripulantes, fue el operador de navegación el que primero vio las luces irisadas que acompañadas de un suave zumbido, pronto envolvieron todo el fuselaje del avión en una espectacular gama de colores.
Instantes después ambos motores interrumpieron abruptamente su ronroneo, tosieron en un profundo estertor mecánico y se detuvieron a la vez. Una miríada de alarmas y luces de advertencia inundaron la estancia, pintando destellos en rojo y amarillo sobre los nerviosos rostros de los tres hombres en frenética lucha. Luego sobrevino el fallo general de potencia, y el fin de toda posibilidad.
Empezaron a caer velozmente en silencio, abriéndose paso a través de bancos de oscuras nubes, siempre acompañados de ese halo misterioso iridiscente, envueltos en toda la gama cromática del espectro visible, directos hacia el último crepúsculo en medio del océano Pacífico.
Las vueltas enloquecidas del altímetro señalan con fría certeza la menguante distancia hacia cero, pero ya nadie prestaba atención; los tres hombres habían enmudecido. Tras dejar atrás un último banco de nubes densas, apareció ante sus ojos la inmensa masa marina en calma del océano, brillantemente bañada por la luz blanca de una luna enorme. Los tres mantuvieron sus miradas fijas en la contemplación del grandioso espectáculo previo al que iba a ser el final de sus días. "Nos quedan menos de dos minutos" musitó entonces el navegante.
Y fue en ese preciso instante cuando todo pasó. Vivieron todos y cada uno de sus buenos y cálidos momentos de plenitud, vivieron todo lo nunca expresado, todo lo nunca vivido suficientemente, todos los detalles que jamás les importaron. Y vivieron todas las caras, vivieron todas las palabras, todas las solemnidades, todos los día a día y hasta todas las insulsas trivialidades. Vivieron todo lo que de verdad importa, pues vivieron todo lo que fueron, todo lo que eran y todo lo que podrían haber sido y sin embargo ya no serían jamás. Todo.
Después, con la misma sutileza de su llegada, las luces irisadas desaparecieron. Instantes después, los motores, libres ya de cenizas volcánicas, volvieron a rugir, dando paso al resto de sus días. Los tres hombres cruzaron sus miradas en silencio, unidos ya para siempre por dos minutos de eternidad.
Instantes después ambos motores interrumpieron abruptamente su ronroneo, tosieron en un profundo estertor mecánico y se detuvieron a la vez. Una miríada de alarmas y luces de advertencia inundaron la estancia, pintando destellos en rojo y amarillo sobre los nerviosos rostros de los tres hombres en frenética lucha. Luego sobrevino el fallo general de potencia, y el fin de toda posibilidad.
Empezaron a caer velozmente en silencio, abriéndose paso a través de bancos de oscuras nubes, siempre acompañados de ese halo misterioso iridiscente, envueltos en toda la gama cromática del espectro visible, directos hacia el último crepúsculo en medio del océano Pacífico.
Las vueltas enloquecidas del altímetro señalan con fría certeza la menguante distancia hacia cero, pero ya nadie prestaba atención; los tres hombres habían enmudecido. Tras dejar atrás un último banco de nubes densas, apareció ante sus ojos la inmensa masa marina en calma del océano, brillantemente bañada por la luz blanca de una luna enorme. Los tres mantuvieron sus miradas fijas en la contemplación del grandioso espectáculo previo al que iba a ser el final de sus días. "Nos quedan menos de dos minutos" musitó entonces el navegante.
Y fue en ese preciso instante cuando todo pasó. Vivieron todos y cada uno de sus buenos y cálidos momentos de plenitud, vivieron todo lo nunca expresado, todo lo nunca vivido suficientemente, todos los detalles que jamás les importaron. Y vivieron todas las caras, vivieron todas las palabras, todas las solemnidades, todos los día a día y hasta todas las insulsas trivialidades. Vivieron todo lo que de verdad importa, pues vivieron todo lo que fueron, todo lo que eran y todo lo que podrían haber sido y sin embargo ya no serían jamás. Todo.
Después, con la misma sutileza de su llegada, las luces irisadas desaparecieron. Instantes después, los motores, libres ya de cenizas volcánicas, volvieron a rugir, dando paso al resto de sus días. Los tres hombres cruzaron sus miradas en silencio, unidos ya para siempre por dos minutos de eternidad.
domingo, 12 de junio de 2011
¿Qué era eso?
Los viajes a otro tiempo que soñaron sobretodo nuestros mayores y algunos de los mejores clásicos, mejor que no se produzcan jamás. Por su bien, más que por el nuestro. No por las posibles paradojas temporales, de las que mucho me temo que de puro galimatías teórico que son, jamás acertaríamos a comprender si alguna vez sucedieran, sucedieron o sucederán... (¿Lo ves, mi estimado lector, en qué imponente jardín me estoy metiendo?)
A lo que íbamos: espero y deseo, (o deseé o desearé) que nunca alguien como un H.G. Wells, un Lovecraft, un Poe o una bendita Mary Shelley haya podido jamás viajar a éste nuestro mundo de hoy y vernos ni tan siquiera, como habría dicho mi madre, por un agujerillo. Pues sin duda habrían asumido un enorme riesgo de toparse con cosas más allá de toda comprensión o de toda locura.
No tengo ninguna duda de la curiosidad de un posible viajero en el tiempo a nuestra época. Por ello, estoy convencido de que tras la inserción en nuestro presente de alguien proviniente de cualquier otro momento de la línea temporal por la que ahora mismo cojeamos, más pronto que tarde su ansia de conocimiento conduciría a su mente a una segura y horrible hecatombe, tan cruel como irreversible.
Quizás antes del fatal desenlace, hubiera sido testigo de la insolidaridad en nuestro frío y tecnificado mundo, hubiera asistido a las guerras más innobles, inicuas y brutales de nuestra especie. Hubiera visto los estragos del hambre y la desigualdad en un mundo de extrema abundancia. Hubiera asistido al respaldo por masas enfervorecidas de gobernantes indecentes, insultantemente instalados en su corrupción.
Hubiera sido testigo de multitudinarias celebraciones por triunfos deportivos y de desoladoras indiferencias ante causas justas y sangrantes. Muy posiblemente"¿Qué era eso?" hubiera sido la única pregunta de nuestro aterrado explorador en todos los casos.
Y finalmente, para su última desgracia y remate final, en algún momento nuestro intrépido viajero hubiera fijado su atención en un aparato de televisión, a la hora de algo llamado "Sálvame Deluxe".
A lo que íbamos: espero y deseo, (o deseé o desearé) que nunca alguien como un H.G. Wells, un Lovecraft, un Poe o una bendita Mary Shelley haya podido jamás viajar a éste nuestro mundo de hoy y vernos ni tan siquiera, como habría dicho mi madre, por un agujerillo. Pues sin duda habrían asumido un enorme riesgo de toparse con cosas más allá de toda comprensión o de toda locura.
No tengo ninguna duda de la curiosidad de un posible viajero en el tiempo a nuestra época. Por ello, estoy convencido de que tras la inserción en nuestro presente de alguien proviniente de cualquier otro momento de la línea temporal por la que ahora mismo cojeamos, más pronto que tarde su ansia de conocimiento conduciría a su mente a una segura y horrible hecatombe, tan cruel como irreversible.
Quizás antes del fatal desenlace, hubiera sido testigo de la insolidaridad en nuestro frío y tecnificado mundo, hubiera asistido a las guerras más innobles, inicuas y brutales de nuestra especie. Hubiera visto los estragos del hambre y la desigualdad en un mundo de extrema abundancia. Hubiera asistido al respaldo por masas enfervorecidas de gobernantes indecentes, insultantemente instalados en su corrupción.
Hubiera sido testigo de multitudinarias celebraciones por triunfos deportivos y de desoladoras indiferencias ante causas justas y sangrantes. Muy posiblemente"¿Qué era eso?" hubiera sido la única pregunta de nuestro aterrado explorador en todos los casos.
Y finalmente, para su última desgracia y remate final, en algún momento nuestro intrépido viajero hubiera fijado su atención en un aparato de televisión, a la hora de algo llamado "Sálvame Deluxe".
jueves, 9 de junio de 2011
El frío
El sol estaba ya en todo lo alto, pero sus débiles rayos no lograban calentar el viejo cuerpo del húsar francés. Inmóvil, muy erguido sobre su caballo, contemplaba al enemigo en la lejanía, sobre la cima de la colina. Entre la bruma de la batalla podía distinguir perfectamente los compactos cuadros de la infantería británica, a la espera. Ocasionales destellos del acero de centenares de bayonetas punteaban las formaciones humanas.
Súbitamente sintió aquel intenso frío interior de las grandes ocasiones, y se sintió aliviado: solo aquel frío le hacía sentir verdaderamente vivo.
Se suele decir que cada persona es un mundo, pero lo cierto es que llegará un momento en la vida en la que nuestro mundo únicamente estará poblado de personas a la búsqueda de una sola cosa: el calor perdido. Quizás entonces es cuando sentimos que ha llegado el momento de pensar en dejar esa querencia y bagaje en manos de otros con más afán. Porque hay una edad para buscar el frío resplandeciente y liberador de la lucha, un tiempo para abrazar al riesgo y buscar la victoria total sobre todo conflicto.
Ahora por fin el viejo soldado lo sabía: había cabalgado demasiados años en pos de la gloria. Ahora simplemente era tarde para volver a desear otra cosa. Pues sólo los que ahondan hasta el final en la búsqueda del frío vital nunca vuelven a desear abrazar la paz y el calor primigenios.
El viejo soldado de la caballería imperial desenvainó su sable y volvió la vista hacia sus setenta jinetes. Todos tan jóvenes y sin embargo tan viejos como él. Se encontró con todas sus frías miradas en tensa calma, por última vez, antes de la que sería la definitiva gran carga final.
Súbitamente sintió aquel intenso frío interior de las grandes ocasiones, y se sintió aliviado: solo aquel frío le hacía sentir verdaderamente vivo.
Se suele decir que cada persona es un mundo, pero lo cierto es que llegará un momento en la vida en la que nuestro mundo únicamente estará poblado de personas a la búsqueda de una sola cosa: el calor perdido. Quizás entonces es cuando sentimos que ha llegado el momento de pensar en dejar esa querencia y bagaje en manos de otros con más afán. Porque hay una edad para buscar el frío resplandeciente y liberador de la lucha, un tiempo para abrazar al riesgo y buscar la victoria total sobre todo conflicto.
Ahora por fin el viejo soldado lo sabía: había cabalgado demasiados años en pos de la gloria. Ahora simplemente era tarde para volver a desear otra cosa. Pues sólo los que ahondan hasta el final en la búsqueda del frío vital nunca vuelven a desear abrazar la paz y el calor primigenios.
El viejo soldado de la caballería imperial desenvainó su sable y volvió la vista hacia sus setenta jinetes. Todos tan jóvenes y sin embargo tan viejos como él. Se encontró con todas sus frías miradas en tensa calma, por última vez, antes de la que sería la definitiva gran carga final.
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