Con la mayor dignidad que nos fue posible dejamos atrás la estancia de madera de abedul finlandés y el infierno que contenía en su interior para acto seguido meternos de cabeza en las duchas y dejar correr el agua fría por nuestros cuerpos, a fin de recuperar el fuelle y la moral perdidas. Tanto mi compañero como yo habíamos enrojecido como pimientos. La ducha nos vivificó, pero yo me notaba la cabeza floja, sin duda debido al efecto depresor de la sesión de sauna. La mirada ligeramente vidriosa de mi colega me indicaba que él tampoco andaba mucho mejor.
En este estado de cosas, y puesto que al entrar habíamos visto una sala de descanso anexa poblada por usuarios de la sauna provistos únicamente por sus toallas de baño, decidimos hacer la jugada completa. Con nuestras toallas alrededor de la cintura tomamos posesión del lugar, momentáneamente deshabitado. Se trataba de una confortable y práctica sala dotaba de sillones bajos, taburetes acolchados, mesa central y televisión conectada a un canal de videoclips musicales. Una lata de cerveza vacía sobre la mesa nos daba idea del uso social del lugar. Debíamos reconocer que los finlandeses se lo montaban bien: la idea de un ciclo de sauna, ducha y zona de descanso con opción a televisión y cerveza se me antojó insuperable.
Sentíamos renacer nuestra moral, y con ella nuestra voluntad de reparar la honrilla perdida. Lo suficiente como para contemplar un nuevo retorno a la sauna e intentar alcanzar esos quince minutos, (¿quién dijo miedo habiendo cementerios?). Así andábamos en estas consideraciones cuando aparecieron nuestros dos contertulios finlandeses, dispuestos a proseguir la conversación interrumpida por nuestra espantada.
Nos fue imposible esquivar la primera de las preguntas con las que reanudaron la conversación: "Así pues, ¿qué os ha parecido vuestra primera sauna?" Con toda la diplomacia que nos permitía nuestro mediano inglés les hicimos saber que nos había parecido un pelo calurosa... En realidad en aquellos momentos nos extrañó que después de haber pasado allá dentro una media hora echando cazos de agua no estuvieran derretidos como cirios y siguieran conservando su forma humana tan saludable.
Y como no solamente de sauna vive el hombre finlandés, y en tanto que hombre, pronto la conversación derivó hacia los por fortuna inevitables y apasionantes temas comunes a la comunidad masculina: Pretendimos abrir la veta futbolera, pero descubrimos que para ellos el fútbol en realidad ni fu ni fa; lo que hace que los finlandeses pierdan la cabeza es el hockey sobre hielo, deporte nacional del que son recientes y orgullosos campeones mundiales tras vapulear a Suecia, su eterno rival, por 6 a 1. Este dato arrojó luz sobre el que había sido hasta entonces uno de los misterios del viaje: las camisetas que habíamos visto en todas las tiendas de souvenirs con estos guarismos sobre las banderas de ambos países.
Repasamos lógicamente los éxitos de Kimi Raikkonen, pese a que ambos reconocieron que Fernando Alonso es mucho mejor piloto. Por nuestra parte reconocimos la valía de Kovalainen y los laureles del gran Mika Hakkinen como corredor de rallies. Por cierto, nos avisaron de que llegábamos tarde al Rally de los 1000 lagos, (que recientemente había sido rebautizado como Neste Oil) puesto que se celebra en el mes de julio.
Nos empezábamos a dar cuenta de que el verano finlandés en realidad sólo alcanza hasta el mes de julio. Todos los festivales y eventos interesantes habían pasado ya, dejándonos prácticamente a solas con el hermoso paisaje de bosques y lagos, repletos de brillo o melancolía, según nos acompañara el sol o la lluvia en nuestro viaje.
A esas alturas la conversación se había prolongado mucho, haciendo impensable otra opción que no fuera obsequiarnos con una buena cena para reponernos de todo lo pasado. Antes de despedirnos de nuestros contertulios y aprovechando el punto de confianza adquirido, quisimos saber qué es de sus vidas cuando el frío, la nieve y la noche toma posesión de esas tierras durante tanto tiempo. La respuesta de nuestro finlandés más dicharachero no dejó lugar a la duda: "Bueno, hacemos lo de siempre, pero bien abrigados... la vida debe seguir. Eso... o te pegas un tiro como algunos hacen."
domingo, 28 de agosto de 2011
viernes, 26 de agosto de 2011
Cuestión de honrilla en Rovaniemi
Rovamiemi es una de las poblaciones más famosas de Finlandia. Exactamente situada sobre el Círculo Polar Ártico, es la puerta de entrada a la Laponia finlandesa y además residencia oficial de Santa Claus, un sorprendente fenómeno turístico digno de ver. Nos instalamos en un puclro y acogedor hotel de la omnipresente cadena Sokos, grupo empresarial que seguramente fue el que ganó el Monopoli en Finlandia, pues copan lo más selecto de los centros urbanos de las ciudades con sus hoteles, restaurantes y grandes almacenes, allá donde fuera que recalásemos en nuestro viaje. Aquel día teníamos tiempo y ganas. Estábamos decididos. Nuestra primera sauna finlandesa no se haría esperar.
Cuando abrimos la puerta de la sauna no había nadie en aquel momento. Nuestra entrada en el recinto fue bien. El calor no nos sorprendió como esperábamos. Pese a que el termómetro marcaba nada menos que 65 grados, era perfectamente soportable "esto parece mucho, pero es calor seco, se aguanta sin problemas, se nos dará bien". En medio de la estancia habia un cubo con agua y un cazo similar a los de servir sopa. No sabíamos que función tenía, quizás se empleaba como método de urgencia para refrescarse, pero ante la duda no lo tocamos. Nuestra confianza crecía mientras nuestros poros se abrían y empezábamos a sudar. Le propuse a mi compañero hacer una primera sentada de 15 minutos y luego salir a refrescarnos.
Apenas habíamos terminado de acomodarnos cuando entraron 4 nativos del país; grandes, sonrosados, de cabellos rubio pajizo. Uno de ellos llevaba una lata de cerveza en la mano. Lo primero que hicieron fue mirar el termómetro, con cara de frío, y comprobar no sin cierta estupefacción un pequeño ventanuco entreabierto, que por deferencia a nosotros no osaron cerrar. Mi compañero de viaje, que es muy sociable y gusta de dar palique en cuanto tiene la más mínima ocasión, no tardó en entablar conversación con los recién llegados. Todos hablaban un inglés de estar por casa, como nosotros. Dos de ellos entraron rápidamente al trapo, haciendo buena la definición que nuestra guía de viaje daba sobre el carácter finlandés: afables, simpáticos y parlanchines.
La conversación arrancó declarando por nuestra parte nuestra condición de novatos absolutos como usuarios de la auténtica sauna finlandesa. Todos mostraron su interés en saber qué nos estaba pareciendo el país y la experiencia. Prestamente nos instruyeron sobre el modo de empleo: sentadas de 15 a 20 minutos, con intervalos para ducharse y vuelta a entrar. Les informamos que para empezar habíamos pensado estar poco, un cuarto de hora o así. Sin perder el hilo de la conversación, uno de ellos tomó el cubo a sus pies y empezó a lanzar cucharones de agua sobre las piedras calientes del rincón de la estancia. En aquel preciso instante empezó de veras nuestra experiencia en la auténtica sauna finlandesa.
Tras cada cucharón de agua una oleada de aire insoportablemente caliente alcanzaba nuestro cuerpo, penetrando en nuestros pulmones. Sentíamos arder nuestro cabello y nuestros ojos, ¿nos estábamos volviendo incandescentes? Mientras nosotros boqueábamos, ocupados en sobrevivir, ellos seguían conversando animadamente con nosotros, ajenos al drama. Uno de ellos había estado en Barcelona en viaje de negocios, ambos eran representantes de una empresa. Los minutos pasaban lentamante, estábamos resistiendo como jabatos, solo 5 minutos más y habríamos salvado la honrilla... Vimos el cielo abierto cuando finalmente el agua del cubo se acabó. Vana ilusión: ¡uno de los gigantes salió a por más!
Entretanto nos informaron que la temperatura de confort media de la sauna es de unos 85 grados, pero que a algunos les gusta incluso más elevada. Nos aseguraron que la sauna es un acontecimiento diario y omnipresente en la vida de todo finlandés, que hay una en cada casa, incluso en los apartamentos más pequeños y de alquiler. Que las hay de leña, de carbón, y eléctricas, de tal o cual potencia, de tales o cuales dimensiones, y que toda la familia la utiliza desde la mas tierna edad, unas tres o cuatro veces por semana.
Los cazos llenos de agua volvieron a volar de nuevo, implacables, levantando de nuevo el infierno a nuestro alrededor. Nuestra voluntad flaqueó, era imposible competir con vidas enteras de aclimatación, tradición y entusiasmo. Nos dimos cuenta que no podríamos salvar nuestro orgullo hispánico. Nos excusamos y salimos con paso incierto después de 12 heroicos minutos.
Cuando abrimos la puerta de la sauna no había nadie en aquel momento. Nuestra entrada en el recinto fue bien. El calor no nos sorprendió como esperábamos. Pese a que el termómetro marcaba nada menos que 65 grados, era perfectamente soportable "esto parece mucho, pero es calor seco, se aguanta sin problemas, se nos dará bien". En medio de la estancia habia un cubo con agua y un cazo similar a los de servir sopa. No sabíamos que función tenía, quizás se empleaba como método de urgencia para refrescarse, pero ante la duda no lo tocamos. Nuestra confianza crecía mientras nuestros poros se abrían y empezábamos a sudar. Le propuse a mi compañero hacer una primera sentada de 15 minutos y luego salir a refrescarnos.
Apenas habíamos terminado de acomodarnos cuando entraron 4 nativos del país; grandes, sonrosados, de cabellos rubio pajizo. Uno de ellos llevaba una lata de cerveza en la mano. Lo primero que hicieron fue mirar el termómetro, con cara de frío, y comprobar no sin cierta estupefacción un pequeño ventanuco entreabierto, que por deferencia a nosotros no osaron cerrar. Mi compañero de viaje, que es muy sociable y gusta de dar palique en cuanto tiene la más mínima ocasión, no tardó en entablar conversación con los recién llegados. Todos hablaban un inglés de estar por casa, como nosotros. Dos de ellos entraron rápidamente al trapo, haciendo buena la definición que nuestra guía de viaje daba sobre el carácter finlandés: afables, simpáticos y parlanchines.
La conversación arrancó declarando por nuestra parte nuestra condición de novatos absolutos como usuarios de la auténtica sauna finlandesa. Todos mostraron su interés en saber qué nos estaba pareciendo el país y la experiencia. Prestamente nos instruyeron sobre el modo de empleo: sentadas de 15 a 20 minutos, con intervalos para ducharse y vuelta a entrar. Les informamos que para empezar habíamos pensado estar poco, un cuarto de hora o así. Sin perder el hilo de la conversación, uno de ellos tomó el cubo a sus pies y empezó a lanzar cucharones de agua sobre las piedras calientes del rincón de la estancia. En aquel preciso instante empezó de veras nuestra experiencia en la auténtica sauna finlandesa.
Tras cada cucharón de agua una oleada de aire insoportablemente caliente alcanzaba nuestro cuerpo, penetrando en nuestros pulmones. Sentíamos arder nuestro cabello y nuestros ojos, ¿nos estábamos volviendo incandescentes? Mientras nosotros boqueábamos, ocupados en sobrevivir, ellos seguían conversando animadamente con nosotros, ajenos al drama. Uno de ellos había estado en Barcelona en viaje de negocios, ambos eran representantes de una empresa. Los minutos pasaban lentamante, estábamos resistiendo como jabatos, solo 5 minutos más y habríamos salvado la honrilla... Vimos el cielo abierto cuando finalmente el agua del cubo se acabó. Vana ilusión: ¡uno de los gigantes salió a por más!
Entretanto nos informaron que la temperatura de confort media de la sauna es de unos 85 grados, pero que a algunos les gusta incluso más elevada. Nos aseguraron que la sauna es un acontecimiento diario y omnipresente en la vida de todo finlandés, que hay una en cada casa, incluso en los apartamentos más pequeños y de alquiler. Que las hay de leña, de carbón, y eléctricas, de tal o cual potencia, de tales o cuales dimensiones, y que toda la familia la utiliza desde la mas tierna edad, unas tres o cuatro veces por semana.
Los cazos llenos de agua volvieron a volar de nuevo, implacables, levantando de nuevo el infierno a nuestro alrededor. Nuestra voluntad flaqueó, era imposible competir con vidas enteras de aclimatación, tradición y entusiasmo. Nos dimos cuenta que no podríamos salvar nuestro orgullo hispánico. Nos excusamos y salimos con paso incierto después de 12 heroicos minutos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)