¿Son muchas las horas que hay en nueve años? ¿Son muchos ciento ocho meses?
Nueve años son setenta y ocho mil ochocientas cuarenta horas de vigilia y de sueño, de vigilante presencia de todo y de todos los que habitan en su territorio, de carreras escaleras arriba y abajo, con andares perpetuos de cazador furtivo, pendenciero, genéticamente callejero.
Horas de éxtasis al aspirar la luz y la hierba de mayo a los pies de rosales y jazmines en flor, horas interminables de perezosas siestas al sol en las tardes de verano, horas de contemplación de la lluvia de otoño arrebujado en tu sillón, horas de plácido letargo invernal en el seno de acogedores regazos.
También fueron horas de taimada planificación; de astutas fugas al patio del vecino, de
garbeos exploratorios por el vecindario, de mil búsquedas curiosas, de revoltosos juegos infantiles, de serena madurez, de viajes entre
Barcelona y Madrid. Largas horas de agudas miradas en verde
felino, expresiva inteligencia sin necesidad de palabras, avistamientos ansiosos de pájaros sobre la cerca del jardín, capturas triunfales de moscas,
lagartijas y saltamontes, de la defensa férrea del hogar frente a toda fauna intrusa de cuatro
patas; de estoica paciencia frente a pinchazos y pastillas de
veterinarios o ante las torpes manos de ancianos y niños que alguna vez acariciaron tu lomo pardo.
Muchas, muchas horas de fiel amistad, de compañía silenciosa junto al ordenador, de atenta observación sentado en tu silla de la cocina, entre el desayuno apresurado y la cena cotidiana. Siempre la primera figura en aparecer tras la puerta al llegar a casa. Horas de amor
puro e incondicional, y de ese ronroneo tan tuyo, suave y profundo entre mi pecho y mi hombro izquierdo, al acogerte entre mis brazos.
De todas esas horas, tan sólo siento no haberte acompañado en tu última hora, esa que ni tu ni nadie esperaba, esa que aún no debía ser la tuya; en la que te fuiste sin ruido, sin darte cuenta ni saber porqué.
Porque no es tanto el tiempo vivido, sino la forma y la intensidad con la que lo hemos vivido, y lo mucho que llegamos a compartir.
Algún día nos volveremos a ver, Minos. Y entonces sí, al fin podremos compartir todas las horas que haya en la eternidad.