¿Me das para una coca cola?
La pregunta hace que por un momento interrumpamos la conversación y levante la vista de mi café. Antes de que podamos abrir ni tan siquiera la boca, nuestro interpelante, un hombre alto y flaco, de ralos cabellos grises embutido en un chándal azul ya se ha dado la vuelta y se aleja con paso incierto en dirección a otros parroquianos. Deambulando al azar entre las filas de mesas escasamente pobladas, repite su mantra sin esperar respuesta.
La mayoría de los visitantes a los que aborda se lo quitan de encima sin tan siquiera dirigirle más allá de una breve mirada. Sin embargo, las enfermeras y doctores que se cruzan en su camino se la niegan con más familiaridad.
- No, ya sabes que no te conviene, Luis.
- ¿Por qué no? si está muy rica...
Cada día a la hora de la merienda los locos salen de paseo y
se acercan hasta la cafetería del Hospital General para pasar un rato
en amigable convivencia con los más o menos cuerdos del exterior.
En Sant Boi de Llobregat una de las alas del sanatorio de mentes está inciertamente separado del hospital de cuerpos por una suerte de muros bajos y verjas que siempre están abiertas. El camino que lleva de un lugar a otro en algunos tramos no es más que una linde estrecha, de márgenes desdibujados. Sólo cuando el camino llega a la altura de la cafetería se ensancha y se convierte en una galería cubierta, gracias a la trama de anodinas baldosas de terrazo gris.
- De chaval recuerdo haber visto en un vagón del carrilet de Sant Boi a Barcelona a uno que llevaba una chapa de sheriff, dándole palique a la gente.
- Ese era el Willy. Se ponía en las calles a dirigir el tráfico. Lo hizo durante muchos años y por cierto, se le daba muy bien...
Desde la ventana de la cafetería vemos pasar a unos y unos. Mientras tanto, lentamente, la luz de la tarde invernal va cayendo hasta hacerlos a todos indistinguibles entre las sombras, borrando al fin las sutilezas que los diferencian.
Apuramos nuestros cafés, con renovadas fuerzas para volver a ocuparnos de nuestro pariente enfermo. Ante nosotros Luis ha terminado la ronda por esa tarde y también se recoge. Cuando pasa frente al mostrador, la cajera lo saluda con una sonrisa: "Adiós Luis, mañana te veo"