jueves, 28 de julio de 2011

Retratos cualitativos: El pintor transparente

Elevada figura de gesto relajado y mirada curiosa, vestigios sabinescos en su barba-perilla entrecana, manos grandes y fuertes, transmisoras de nobles abrazos.

Y como aquel, pongamos que escribe a menudo de su Madrid. Prosa cargada de poesía, de trazo directo. Relatos de las calles, de las luchas, y los afanes de quienes la habitan. Escritor y descriptor de sentimientos, de sensaciones cotidianas, de felicidades y amarguras.

Caballerosidad antigua. Cervezas y tapas, encuentros y motos. Cigarrillo perenne. Lúcida, cruda acidez. Ojazos que desde la trastienda son apoyo y refugio.

El gusto supremo de compartir, el entusiasmo de crear, la virtud de soñar, la inagotable y plena conversación. Madridista impertérrito e impenitente; brega desde los higadillos en discusiones futboleras inacabables; exasperación de rivales, y sin embargo amigos. Acerada ironía, contrastada lealtad. Resuelta bonhomía desde la transparente sinceridad.

Suma de factores y de contradicciones que en Adolfo alcanzan toda la brillante lógica de quien es pintor honesto de la vida.

Para @cosechadel66

lunes, 25 de julio de 2011

Retratos cualitativos: La lectora intensa

Una sobria figura menuda ataviada de negro, fundiéndose con sus cabellos y ojos. Una voz clara y precisa, llena de acentos del Duero; que quizás en un tiempo fue aguda, macerada por el humo de incesantes cigarrillos.

Los días, las noches, los libros, a cientos, a miles, casi como único alimento y sostén. Recuerdos de la fría y sobria Zamora, revertida de verde intenso, a través del sincero calor que emana todo lo que hace, dice, escribe y siente. Abrazos telúricos de energía pura.

Ansiosa recolectora de todo lo bello. Afanosa constructora de pensamientos, uniendo magistralmente imagen y palabra. Escritora oculta, de prosa desenvuelta y conmovedora. Corazón siempre en la mano.

Consistente contraste. Ojos brillantes en las tristezas y en el entusiasmo, ambos siempre desbordantes. Impulso férreo y feroz en sus convicciones. Incondicional en sus filias y en sus fobias, en la abnegada defensa del amigo. Refugio seguro de los suyos, conciencia frente al enemigo, fina perspicacia, intuición infalible y sorprendente.

Para María José, el horror bien podría ser una lagartija. El paraíso, perderse en un verso de José Hierro.

   Para @Mara_BC


sábado, 23 de julio de 2011

Retratos cualitativos: El escritor vehemente

En un lugar de la Mancha habita un hombre grande. Amplio, llano y fructífero como es la tierra entera de Tomelloso. Cabello espeso y cano. Mirada tímida pero escrutadora, agazapada tras la delgada montura plateada de sus gafas. Sonrisa leve, declinada hacia la ironía. Mano franca, de apretón cálido y justo.

Persona y personaje, conversador súbito y vehemente, de formas suaves y voz queda. Lector infinito, incontenible torrente interior que bulle, pugna y brega hacia incontables libretas moleskine, inundándolas de verbo preciso y preciosista. Avezado cazador y recolector de sucesos y andanzas, armador de peripecias y tragedias.

Certero observador de un mundo de ombligos fríos, de vidas recias, de madrugadas desoladas en la gasolinera, de gastados monos azules, de paisanaje inefable en sus sórdidas ruindades. Relator de conmovedoras ternuras, discretas alegrías y desternillantes humoradas.

 Pero por encima de todo, y seguramente por todo lo anterior, don Paco es un hacedor sincero de amigos, obtenidos de la misma forma que cocina sus calderetas: con paciencia, generosidad, dedicación y la mejor, la más intensa de las lumbres. 

Para @gasolinero


martes, 12 de julio de 2011

Fascinación

Todo había terminado, por fin.
Aunque nos cueste admitirlo, todos alguna vez nos hemos descubierto secretamente atraídos por una suerte de fascinación por quienes piensan, actúan o viven de formas radicalmente distintas a nosotros. Como viajeros de trenes que se observan al cruzarse sus destinos, compartimos fugaces instantes de intensa observación y quizás llegamos a imaginarnos dentro en la piel del otro. O no...

Últimas horas de un día cualquiera en el  tórrido verano mesetario en la ciudad. Ventanas abiertas buscando un soplo de aire fresco. La suite nº1 de Bach suena de fondo, el sublime violoncello del gran Yo-Yo Ma lo envuelve, manteniéndolo absorto en su trabajo. Un complejo programa zumba en el potente ordenador, mientras procede a la revisión de final de unos códigos HTML. Súbitamente, un coro de inconfundibles alaridos femeninos irrumpe a través de la pared contigua, arrasador. Un golpe, un portazo fabuloso, ruido de cristales rotos. Más voces, ahora las del padre de la estrella mediática, quien asomado a la gran terraza, en bata gris, no deja de dirigir improperios a su retoño hasta que ésta desaparece calle abajo en su potente Mercedes SLK blanco.

Se dice que si somos capaces de no perder la capacidad de asombro, seguimos manteniendo un vestigio de la inocencia perdida,  y que ello contribuye a la postre a aumentar nuestra felicidad. Menos en la última parte, debía reconocer su perpetuo asombro. Después de tantos años de forzada convivencia vecinal, ella seguía siendo capaz de encontrar nuevas maneras de crispar sus templados nervios. Por algo debía ser una celebridad, por algo era la fascinación de tanta gente.

Ella, siempre ella, y su presencia constante de mil formas:  él siempre máxima discrección,  ella, siempre Máxima FM al otro lado. Esas cotidianas vistas perfectas a esos calzones a cuadros puestos a secar al sol.  Coincidencias fascinantes; el inesperado reconocimiento de su voz, pretenciosa y chillona, en un área de servicio perdida, reclamando el mejor bocadillo de jamón del mundo para su padre, "...me lo pones del mejor que haya, ¿eh?" Genuino asombro, innegable fascinación.

Desde el vehículo de atestados de la Policía, contemplaba ahora el bulto tendido en el asfalto cubierto por la manta dorada, que refulgía tan cegadora como había sido su fama, bajo el sol justiciero de media tarde. Los servicios médicos ya se habían retirado. La voz no tardó en correr, la muchedumbre empezaba a arremolinarse. Los periodistas no tardarían en llegar, prestos a cubrir la que iba a ser la última gran exclusiva de la estrella mediática.

Se dejaba el bolso y llegaba tarde a la grabación del programa. Había parado el coche en medio de la vía.  Acostumbrada a que el mundo se detuviera a su alrededor, había cruzado desde el carril opuesto, sin mirar siquiera. Tuvo tiempo de verla surgir desde la mediana, con su larga cabellera rubio platino flotando al viento, con su típico y mediático mohín de fastidio en la cara, fascinante hasta el final. Se le vino encima, así que no pudo hacer nada por evitarlo. O si...

Para @luz_tic


martes, 5 de julio de 2011

El clic

Se le iba a quedar grabado para siempre el blanco intenso de aquellos ojos, abiertos de par en par. Apenas recordaba cómo, pero lo cierto es que tenía a aquel tipejo firmemente sujeto por la pechera, arrinconado contra la estantería de su propio despacho.

Antes, con un inmenso manotazo había desarbolado la imponente mesa de despacho, cogido la estilizada pantalla plateada de a veinticuatro pulgadas del Mac Pro y la había estampado contra la mini-nevera panelada en madera. El sonido del cristal astillado se había mezclado delicadamente con el del plástico de primera calidad al quebrarse. Un sordo fogonazo eléctrico había certificado la defunción del dispositivo. Acto seguido, desde la ventaja que le daba su posición elevada, lo había asido de la chaqueta negra de Zegna y tirando de él, lo había arrancado de su butaca haciéndolo pasar por encima de la mesa. Atrás y por toda la estancia habían quedado las RayBan graduadas, la Montblanc Meisterstück y uno de los gemelos redondos de serie limitada, exclusivo para los clientes VIP de BMW.

Por un largo instante lo contempló, justo en el centro de la visión de túnel rojo que su adrenalina había formado:

Él siempre había sido un empleado leal, educado y eficiente. Amable, comedido y razonable. Virtudes muy útiles para afrontar muchas pruebas de la vida laboral y personal. Siempre lejos de toda violencia física o verbal, en la creencia de que dos no discuten si uno no quiere. Apartado de ese clic que a veces todos sentimos cuando las circunstancias o las personas nos ponen en el disparadero.

Sin embargo, le había costado adaptarse a la soberbia de alguien que se creía superior, sólo en virtud de un puesto de mando y quien sabe qué oscuros complejos personales. Con esa particular clase de irritante suficiencia. Bajo aquella fachada sociable y desenvuelta había demasiada ironía, demasiados fuegos fatuos, demasiada jactancia, demasiados desplantes, demasiadas humillaciones. Demasiadas gotas en el vaso. Y aquel día por fin, de todas las gotas, la última.

Su mano derecha, rota, palpitaba con fuerza, cerrada en un puño alzado, apuntando directamente contra aquella cara desencajada, muda de pánico, desprovista por fin de toda altivez. Ahora estaban las cosas en su sitio. Clic.