Fue mucho, mucho tiempo después de todas las bombas. Antes, habían aprendido a domesticar sus conciencias, habían sabido ignorar todos sus errores, se habían dejado arrullar suavemente por el infinito cansancio y el hastío de toda aquella lucha, estéril, inútil, amarga. La tierra negra de los cráteres y las trincheras se fue nivelando, pero sin terminar nunca de desaparecer.
Durante todo este tiempo, se habían seguido observando en la distancia, a través del viejo paisaje desgarrado, abrazando el rutinario manual de la paranoia. Y decidieron que era debido inhibir toda forma de movimiento, toda forma de esperanza.
Y sobre la herrumbre abandonada de sus almas trazaron imaginarias líneas rojas, demarcaciones y zonas de tiro.
Y anegaron los campos, y les clavaron altas estacas, y demolieron los puentes, y retorcieron las vías del tren, y minaron todos los caminos.
Y sólo entonces, cuando se dieron por satisfechos y se detuvieron para contemplar la magnitud de su obra, comprendieron que todo había sido inútil: pues en la martirizada tierra de nadie, en lo más profundo del mayor de los cráteres de la última y más grande de todas las bombas, había brotado de nuevo una minúscula brizna de hierba verde.
miércoles, 21 de diciembre de 2011
sábado, 17 de diciembre de 2011
Cuídese
Con melodioso acento caribeño la operadora de Canal Plus Digital se despidió: "Ah, está bien, no se preocupe, ya retomaremos más adelante si le parece. Adiós y cuídese"
Colgué. Y pensé en que algo no estaba en el guión. Entonces lo comprendí cuando ya era tarde, y pensé en por qué no le devolví la llamada inmediatamente, no fuera que por fin la hubiera encontrado. Aún a sabiendas de que ni ahora ni entonces pude escuchar su voz lo suficiente. Porque supe que podía haber sido ella. Porque ya nadie dice a nadie "cuídese" como lo dijo entonces ella, como ella lo dijo hoy. Y menos aún quedan para demostrarlo como ella lo hizo, con ese milagro de amor ancestral, protector, puro, desinteresado.
Debí haberla buscado, haberla encontrado y al fin poderle haber dicho lo que ni aquella vez ni hace un minuto pude expresar, por haber olvidado hace demasiado tiempo las palabras necesarias de la verdadera humanidad:
"Gracias por acogerla, gracias por darle tu calor. Sé que la cuidarás. Sé que tendrá la mejor de las vidas contigo. Y cuídate. Cuídate tu también."
Colgué. Y pensé en que algo no estaba en el guión. Entonces lo comprendí cuando ya era tarde, y pensé en por qué no le devolví la llamada inmediatamente, no fuera que por fin la hubiera encontrado. Aún a sabiendas de que ni ahora ni entonces pude escuchar su voz lo suficiente. Porque supe que podía haber sido ella. Porque ya nadie dice a nadie "cuídese" como lo dijo entonces ella, como ella lo dijo hoy. Y menos aún quedan para demostrarlo como ella lo hizo, con ese milagro de amor ancestral, protector, puro, desinteresado.
Debí haberla buscado, haberla encontrado y al fin poderle haber dicho lo que ni aquella vez ni hace un minuto pude expresar, por haber olvidado hace demasiado tiempo las palabras necesarias de la verdadera humanidad:
"Gracias por acogerla, gracias por darle tu calor. Sé que la cuidarás. Sé que tendrá la mejor de las vidas contigo. Y cuídate. Cuídate tu también."
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Desde este momento
Así pues todo quedó dispuesto y a punto. Cerró la puerta, echó la llave, lo había comprobado todo como es debido. Siguió la rutina y ritual habituales. Esos que dan siempre la seguridad de que todo está y seguirá bien. Al menos, esa era la teoría.
Pero esa vez, al traspasar por última vez la puerta, desde ese instante sabía que nada podría volver a ser lo mismo. Que cada paso que diese fuera de la falsa seguridad que habitaba tras esas cuatro paredes ya nunca más volvería ser como todos los anteriores.
Había renunciado. Atrás quedaban por fin el tedio y la pérdida, el miedo y las indecisiones. Se alejaba al fin de todas aquellas excusas que le habían servido para volverse cada vez más pequeño y tenue, como la frágil sombra del niño que una vez fue, y que quizás nunca había dejado de ser. Hasta este mismo momento.
Porque desde este momento, ya todo es posible.
Pero esa vez, al traspasar por última vez la puerta, desde ese instante sabía que nada podría volver a ser lo mismo. Que cada paso que diese fuera de la falsa seguridad que habitaba tras esas cuatro paredes ya nunca más volvería ser como todos los anteriores.
Había renunciado. Atrás quedaban por fin el tedio y la pérdida, el miedo y las indecisiones. Se alejaba al fin de todas aquellas excusas que le habían servido para volverse cada vez más pequeño y tenue, como la frágil sombra del niño que una vez fue, y que quizás nunca había dejado de ser. Hasta este mismo momento.
Porque desde este momento, ya todo es posible.
domingo, 4 de diciembre de 2011
El pie izquierdo
El pie izquierdo no me quiere hacer ni caso. Todo debió empezar con aquel leve hormigueo en el dedo meñique, hace unos meses. Es verdad que en su momento no le di demasiada importancia: tenía muchas otras cosas más importantes en las que pensar, y más de un tiempo a esta parte, en el que mi camino está plagado de dificultades que requieren toda mi atención.
Ahora caigo en la cuenta que después del meñique fueron molestándome los otros cuatro dedos del pie, y al poco el hormigueo fue subiendo hasta el empeine. Lo cierto es que nunca se me ocurrió dedicarle ni un segundo de mi precioso tiempo a este tema, pues bien sé que algo así no está bien visto entre mis colegas y amigos. Cualquier referencia a un asunto como éste me habría puesto en una situación muy incómoda ante ellos. Habría podido levantar las suspicacias de alguno, y ya se sabe, eso es lo mismo que sospechar, y una vez se sospecha, ya se está desconfiando, y entonces es el fin, pues ellos no tienen piedad para el que pierde el paso.
Al final me he decidido a consultar el caso con mi médico de toda la vida, (le he tenido que pedir máxima discreción, pues sé que está muy bien relacionado con mis colegas y amigos), pero él no encuentra motivo para el extravagante comportamiento de mi pie. Me asegura que estoy haciendo lo correcto. Me ha recomendado un tratamiento de choque, a base de mucho ejercicio y disciplina. Nunca falla, me dice. "No tardará en entrar en razón, todos los pies izquierdos lo hacen".
Mientras tanto mis queridos colegas y amigos se han internado en una senda nueva y extraña. Y ahora todos estamos subiendo una fuerte pendiente. Y mi pie izquierdo sigue sin hacerme caso, y parece ir a peor. Además me doy cuenta de que el grupo de colegas y amigos se ha estirado mucho, y resulta que ya no vamos todos juntos. Algunos se están alejando deprisa, sin apenas volver la vista a atrás. Otros empiezan a perder el ritmo. A algunos les alcanzo y les pregunto: Me confiesan que ya no pueden disimular más y que también les duele el pie izquierdo, mucho.
A todo esto, la senda sigue endureciéndose, y parece que el tratamiento del doctor no acaba de surtir efecto. En realidad me encuentro cada vez más débil, tanto que temo que a mi pie derecho le acabe por dar un calambre. Y si eso pasa, sinceramente, no sé que haré... Allá a lo lejos, los de abajo apenas vislumbramos ya a nuestros amigos, pero les oímos resoplar, renqueantes ya, pero empeñados en subir un escarpado y desolado pedregal.
En esas estoy cuando llego a un difícil repecho que me obliga a detenerme y a pensar en cómo seguir. Es entonces cuando noto que mi pie izquierdo se ha puesto a tirar de todo mi cuerpo en otra dirección, mostrándome otro camino: una senda antigua y oculta hasta entonces a mis sentidos, pues no discurre en la dirección marcada por los que van delante de mi.
Y entonces al fin lo entiendo: se trata de una vertiente más llana, quizás más modesta y menos ambiciosa, pero por la que puedo avanzar disfrutando de las vistas, sin prisas ni sufrimiento, libre al fin de las oscuras imposiciones de unos pocos y la ceguera de muchos. Otro camino es posible.
Ahora caigo en la cuenta que después del meñique fueron molestándome los otros cuatro dedos del pie, y al poco el hormigueo fue subiendo hasta el empeine. Lo cierto es que nunca se me ocurrió dedicarle ni un segundo de mi precioso tiempo a este tema, pues bien sé que algo así no está bien visto entre mis colegas y amigos. Cualquier referencia a un asunto como éste me habría puesto en una situación muy incómoda ante ellos. Habría podido levantar las suspicacias de alguno, y ya se sabe, eso es lo mismo que sospechar, y una vez se sospecha, ya se está desconfiando, y entonces es el fin, pues ellos no tienen piedad para el que pierde el paso.
Al final me he decidido a consultar el caso con mi médico de toda la vida, (le he tenido que pedir máxima discreción, pues sé que está muy bien relacionado con mis colegas y amigos), pero él no encuentra motivo para el extravagante comportamiento de mi pie. Me asegura que estoy haciendo lo correcto. Me ha recomendado un tratamiento de choque, a base de mucho ejercicio y disciplina. Nunca falla, me dice. "No tardará en entrar en razón, todos los pies izquierdos lo hacen".
Mientras tanto mis queridos colegas y amigos se han internado en una senda nueva y extraña. Y ahora todos estamos subiendo una fuerte pendiente. Y mi pie izquierdo sigue sin hacerme caso, y parece ir a peor. Además me doy cuenta de que el grupo de colegas y amigos se ha estirado mucho, y resulta que ya no vamos todos juntos. Algunos se están alejando deprisa, sin apenas volver la vista a atrás. Otros empiezan a perder el ritmo. A algunos les alcanzo y les pregunto: Me confiesan que ya no pueden disimular más y que también les duele el pie izquierdo, mucho.
A todo esto, la senda sigue endureciéndose, y parece que el tratamiento del doctor no acaba de surtir efecto. En realidad me encuentro cada vez más débil, tanto que temo que a mi pie derecho le acabe por dar un calambre. Y si eso pasa, sinceramente, no sé que haré... Allá a lo lejos, los de abajo apenas vislumbramos ya a nuestros amigos, pero les oímos resoplar, renqueantes ya, pero empeñados en subir un escarpado y desolado pedregal.
En esas estoy cuando llego a un difícil repecho que me obliga a detenerme y a pensar en cómo seguir. Es entonces cuando noto que mi pie izquierdo se ha puesto a tirar de todo mi cuerpo en otra dirección, mostrándome otro camino: una senda antigua y oculta hasta entonces a mis sentidos, pues no discurre en la dirección marcada por los que van delante de mi.
Y entonces al fin lo entiendo: se trata de una vertiente más llana, quizás más modesta y menos ambiciosa, pero por la que puedo avanzar disfrutando de las vistas, sin prisas ni sufrimiento, libre al fin de las oscuras imposiciones de unos pocos y la ceguera de muchos. Otro camino es posible.
martes, 29 de noviembre de 2011
El cerco
El último había dejado de moverse, había llegado casi hasta los pies de los dos hombres. El silencio volvió de nuevo al claro del bosque. Los negros ojos de la última bestia muerta seguían fijos en ellos, sobresaliendo por encima de la espesa capa de nieve que lo cubría todo. Sus dientes afilados se recortaban amenazadores, apuntando al cielo gris plomizo.
El bosque volvió a hervir de nuevo. Alrededor del claro se alzó un ominoso cerco de sombras y rugidos. Estaban otra vez ahí, muy cerca. Y esta vez eran muchos más. Los vieron salir, emergiendo lentamente de entre los altos árboles. Ya no temían mostrarse, pues al fin se sabían fuertes.
Atrás habían quedado los tiempos en que fueron cazados como las vulgares alimañas que eran por un pueblo de hombres orgullosos. Sin embargo un día empezaron a oler su respeto, después fue su temor, y finalmente su miedo. Fue entonces cuando las fieras salieron del bosque, derribaron las empalizadas y llegaron hasta sus casas. Aquella primera vez aceptaron los sacrificios que les ofrecieron. Ahora no aceptarían otra cosa que no fuera cobrar hasta la última gota de sangre.
Los dos hermanos se dieron cuenta de que ellos eran los últimos, ya no quedaba nadie más. Eran la última defensa. Espalda contra espalda, en medio de la brutal carnicería de hombres y bestias, recargaron sus armas y se dispusieron a esperar de nuevo. Una oleada más.
El bosque volvió a hervir de nuevo. Alrededor del claro se alzó un ominoso cerco de sombras y rugidos. Estaban otra vez ahí, muy cerca. Y esta vez eran muchos más. Los vieron salir, emergiendo lentamente de entre los altos árboles. Ya no temían mostrarse, pues al fin se sabían fuertes.
Atrás habían quedado los tiempos en que fueron cazados como las vulgares alimañas que eran por un pueblo de hombres orgullosos. Sin embargo un día empezaron a oler su respeto, después fue su temor, y finalmente su miedo. Fue entonces cuando las fieras salieron del bosque, derribaron las empalizadas y llegaron hasta sus casas. Aquella primera vez aceptaron los sacrificios que les ofrecieron. Ahora no aceptarían otra cosa que no fuera cobrar hasta la última gota de sangre.
Los dos hermanos se dieron cuenta de que ellos eran los últimos, ya no quedaba nadie más. Eran la última defensa. Espalda contra espalda, en medio de la brutal carnicería de hombres y bestias, recargaron sus armas y se dispusieron a esperar de nuevo. Una oleada más.
domingo, 20 de noviembre de 2011
Gaviotas blancas
Por fin quietas. O así le pareció por un instante. Desde el último extremo del castillo de proa las contemplaba acercarse en la distancia. Gaviotas blancas con las alas inmóviles, extendidas al albur de los vientos. Dejándose llevar una y otra vez hasta su cabeza, escrutando su presencia con ojos redondos y oscuros.
Respiró hondo: había conseguido aquietar la mente, lograr la necesaria claridad de pensamiento. El tan temido momento de la verdad había llegado, pero ahora por fin sabía que pasara lo que pasara no dudaría en hacer lo correcto.
Sintió los centenares de ojos de su gente puestos sobre él, expectantes. Volviendo la vista, divisó las velas ya cercanas de la flota enemiga. Y al fin, dio la orden.
Respiró hondo: había conseguido aquietar la mente, lograr la necesaria claridad de pensamiento. El tan temido momento de la verdad había llegado, pero ahora por fin sabía que pasara lo que pasara no dudaría en hacer lo correcto.
Sintió los centenares de ojos de su gente puestos sobre él, expectantes. Volviendo la vista, divisó las velas ya cercanas de la flota enemiga. Y al fin, dio la orden.
jueves, 17 de noviembre de 2011
Noche de güija
Finales del verano del año 1991. Una desgastada fortaleza en lo alto de la ciudad vieja de una plaza del África española. Calurosa noche, densa y oscura que anuncia quizás la primera tormenta de la temporada.
Esta noche pinta diferente en la Unidad de Tropa del Gobierno Militar. Se trata de una pequeña dependencia separada del resto del acuartelamiento que los fines de semana hace las funciones de discreto garito de juergas para una peculiar tropa de reemplazo, de disciplina muy relajada. Una singular guarnición compuesta por unos cuantos oficinistas con la titulación académica adecuada y otros muchos niños bonitos también con las adecuadas recomendaciones.
Hoy hay sesión de güija y costo en la oficina de escribientes. La vieja estancia cavernosa de ladrillo rojo está tenuemente iluminada por dos velas. La atmósfera está recargada por la densa humareda de la grifa, mezclándose con sudor rancio, café recalentado y el inevitable aroma a Zotal. Sobre una de las mesas de trabajo se ha pintado a lápiz una suerte de tablero improvisado para la ocasión. En el centro ya hay dispuesto un vaso de cristal boca abajo.
Seis chavales vestidos de verde se sientan expectantes alrededor de la güija. Habrían podido ser una buena muestra demográfica de la población del país: Álvaro, un madrileño de buena familia, descendiente directo de un renombrado político de la época de la Restauración; Renato, un legionario de San Lúcar de Barrameda, tan cuadrado como simplón; Josu, un vasco de Durango, espabilado, bajito y socarrón; Jacobo, un gallego tranquilo de mirada lánguida enamorado de Michelle Pfeiffer; Manu, un cabo alicantino tan flaco y nervioso como inteligente y el catalán que suscribe estas líneas, con veinte años menos y aún todo el pelo sobre la cabeza.
Jacobo se dispone a oficiar: "¡Callarse ya, carallo, que necesito concentración para captallos!" Se hace un silencio expectante entre la soldadesca. Pone el dedo índice de la mano derecha sobre el vaso. Sus ojos verdes brillan extrañamente a la luz termblorosa de las dos velas.
"Poned los vuestros ahora" - ordena. Obedecemos los demás. Instantes después Jacobo cierra los ojos y lanza al aire una pregunta con voz fuerte y profunda: "Espíritus ¿Estáis ahí? ¡Manifestaos!"
Como no puede ser de otro modo, el vaso empieza a desplazarse lentamente en dirección hacia la palabra SI, escrita a un lado de la mesa. Surgen las primeras risas nerviosas:
- Quiyo, esto ze mueve y yo no zoy... dice el legionario
- ¡Pues yo tampoco, ostias! - confirma el vasco
- Esto se pone interesante... - comenta excitado el madrileño pijo, haciéndome un guiño de complicidad.
Por mi parte, esta noche estoy decidido a dejarme llevar sin cuestionarme nada, embriagado como los demás por la euforia del excelente costo marroquí que compartimos con ejemplar camaradería.
Jacobo vuelve a preguntar al vacío, mirando fijamente al vaso: "¿Moriste aquí?" El vaso vuelve al centro del tablero, se detiene un instante y nuevamente se desplaza hasta colocarse en el centro de la palabra SI
"¿Moriste de muerte natural?" El vaso viaja ante nuestros ojos lentamente hacia el otro extremo de la mesa: NO
Un escalofrío recorrió nuestras espaldas. Nos miramos todos en silencio.
- ¡Venga, gallego, que nos estás liando, lo estás moviendo tu para acojonarnos!... - proclama en tono desabrido el cabo Manu.
Afuera ha empezado a llover. Los cristales del único ventanal de la estancia empiezan a repiquetear. Un trueno lejano llega a nuestros oídos, resonando largamente antes de extinguirse.
Jacobo no se inmuta ante la acusación:
- ¿Eso crees?
- Sí, y te digo que nos la estás pegando, he notado cómo lo empujas tu...
- Para nada, y te digo más, este es un espíritu muy fuerte.
-Y una mierda...
- Muy bien. Creo que vas ' flipar, chaval - responde Jacobo sin mover un solo músculo. Acto seguido, retira su dedo del vaso y vuelve a preguntar al vacío: "¿Eras soldado como nosotros?"
El vaso vuelve a moverse sin el dedo de Jacobo encima, incluso con más ligereza que antes: SI
Manu abre mucho los ojos y enmudece, acallado tanto por su propio desconcierto como por nuestras recriminaciones. Mientras, Jacobo prosigue con el interrogatorio: "¿Cuantos años tenías al morir?" El vaso pasa por encima del número 2 y del 3 y se detiene.
-Ohú, que mal royo... ¡yo tengo veintitré!, paso...- Renato retira su dedo y se estremece en su silla.
Otro trueno, más cercano esta vez, llega a nuestros oídos, haciendo vibrar los cristales del ventanal. Afuera parece haberse desatado un diluvio instantáneo. El rumor de la lluvia golpeando furiosa invade la estancia.
Imperturbable a todo, Jacobo prosigue: "¿Cuál es tu nombre?" el vaso permanece quieto unos instantes; al fín arranca y se dirige con nuestros dedos encima hacia la parte de la mesa con el alfabeto: A, N, T
"¿Te llamabas Antonio?" interrumpe Jacobo. El vaso se para durante un largo instante. Luego vuelve a ponerse en marcha y nos conduce hacia el SI.
Ahora la mirada de Jacobo ha cambiado, afilándose sobre el vaso. Su cuerpo se tensa y coloca las manos sobre la mesa, antes de decir: "Antonio, dinos quién te mató"
El vaso permanece inmóvil durante largos segundos. Nadie dice nada, nadie se mueve. El silencio entre nosotros es absoluto. Súbitamente el vaso arranca y se pasea por toda la mesa hasta el NO.
Un halo de decepción se extiende entre los presentes. Jacobo parece contrariado. Pero no se vaa rendir. Decide forzar la situación: "Antonio, si tienes algo que decirnos, hazlo, ¡manifiéstate!"
En ese preciso instante, una potente voz irrumpe en la estancia: "¿¿Pero qué hacéis??" al tiempo que a nuestras espaldas emerge de las sombras una oscura figura encapuchada, chorreando agua.
El efecto es devastador: El legionario lanza un alarido descomunal y cae al suelo lanzándose hacia atrás desde la silla. Josu se mete debajo de la mesa y empieza a gemir. Manu salta de su silla y se esconde detrás de mi, haciéndose un ovillo. Álvaro empujado por Renato al caer, da un manotazo al vaso, que sale volando hasta estrellarse contra la pared, junto a Jacobo, que con los ojos abiertos como platos, mira al aparecido fijamente, mudo de terror.
Otra figura aparece detrás de la primera: "Joder, está cayendo la de Dios... ¿nos invitáis a un cafetito? ¿oye, qué pasa aquí con la luz?"
Entonces la primera figura, que tras abrir el impermeable mimetizado y descubrir su cabeza se ha convertido en el cabo de guardia Josemi, vuelve a hablar: "¿Pero vosotros estáis tontos o qué?"
Esta noche pinta diferente en la Unidad de Tropa del Gobierno Militar. Se trata de una pequeña dependencia separada del resto del acuartelamiento que los fines de semana hace las funciones de discreto garito de juergas para una peculiar tropa de reemplazo, de disciplina muy relajada. Una singular guarnición compuesta por unos cuantos oficinistas con la titulación académica adecuada y otros muchos niños bonitos también con las adecuadas recomendaciones.
Hoy hay sesión de güija y costo en la oficina de escribientes. La vieja estancia cavernosa de ladrillo rojo está tenuemente iluminada por dos velas. La atmósfera está recargada por la densa humareda de la grifa, mezclándose con sudor rancio, café recalentado y el inevitable aroma a Zotal. Sobre una de las mesas de trabajo se ha pintado a lápiz una suerte de tablero improvisado para la ocasión. En el centro ya hay dispuesto un vaso de cristal boca abajo.
Seis chavales vestidos de verde se sientan expectantes alrededor de la güija. Habrían podido ser una buena muestra demográfica de la población del país: Álvaro, un madrileño de buena familia, descendiente directo de un renombrado político de la época de la Restauración; Renato, un legionario de San Lúcar de Barrameda, tan cuadrado como simplón; Josu, un vasco de Durango, espabilado, bajito y socarrón; Jacobo, un gallego tranquilo de mirada lánguida enamorado de Michelle Pfeiffer; Manu, un cabo alicantino tan flaco y nervioso como inteligente y el catalán que suscribe estas líneas, con veinte años menos y aún todo el pelo sobre la cabeza.
Jacobo se dispone a oficiar: "¡Callarse ya, carallo, que necesito concentración para captallos!" Se hace un silencio expectante entre la soldadesca. Pone el dedo índice de la mano derecha sobre el vaso. Sus ojos verdes brillan extrañamente a la luz termblorosa de las dos velas.
"Poned los vuestros ahora" - ordena. Obedecemos los demás. Instantes después Jacobo cierra los ojos y lanza al aire una pregunta con voz fuerte y profunda: "Espíritus ¿Estáis ahí? ¡Manifestaos!"
Como no puede ser de otro modo, el vaso empieza a desplazarse lentamente en dirección hacia la palabra SI, escrita a un lado de la mesa. Surgen las primeras risas nerviosas:
- Quiyo, esto ze mueve y yo no zoy... dice el legionario
- ¡Pues yo tampoco, ostias! - confirma el vasco
- Esto se pone interesante... - comenta excitado el madrileño pijo, haciéndome un guiño de complicidad.
Por mi parte, esta noche estoy decidido a dejarme llevar sin cuestionarme nada, embriagado como los demás por la euforia del excelente costo marroquí que compartimos con ejemplar camaradería.
Jacobo vuelve a preguntar al vacío, mirando fijamente al vaso: "¿Moriste aquí?" El vaso vuelve al centro del tablero, se detiene un instante y nuevamente se desplaza hasta colocarse en el centro de la palabra SI
"¿Moriste de muerte natural?" El vaso viaja ante nuestros ojos lentamente hacia el otro extremo de la mesa: NO
Un escalofrío recorrió nuestras espaldas. Nos miramos todos en silencio.
- ¡Venga, gallego, que nos estás liando, lo estás moviendo tu para acojonarnos!... - proclama en tono desabrido el cabo Manu.
Afuera ha empezado a llover. Los cristales del único ventanal de la estancia empiezan a repiquetear. Un trueno lejano llega a nuestros oídos, resonando largamente antes de extinguirse.
Jacobo no se inmuta ante la acusación:
- ¿Eso crees?
- Sí, y te digo que nos la estás pegando, he notado cómo lo empujas tu...
- Para nada, y te digo más, este es un espíritu muy fuerte.
-Y una mierda...
- Muy bien. Creo que vas ' flipar, chaval - responde Jacobo sin mover un solo músculo. Acto seguido, retira su dedo del vaso y vuelve a preguntar al vacío: "¿Eras soldado como nosotros?"
El vaso vuelve a moverse sin el dedo de Jacobo encima, incluso con más ligereza que antes: SI
Manu abre mucho los ojos y enmudece, acallado tanto por su propio desconcierto como por nuestras recriminaciones. Mientras, Jacobo prosigue con el interrogatorio: "¿Cuantos años tenías al morir?" El vaso pasa por encima del número 2 y del 3 y se detiene.
-Ohú, que mal royo... ¡yo tengo veintitré!, paso...- Renato retira su dedo y se estremece en su silla.
Otro trueno, más cercano esta vez, llega a nuestros oídos, haciendo vibrar los cristales del ventanal. Afuera parece haberse desatado un diluvio instantáneo. El rumor de la lluvia golpeando furiosa invade la estancia.
Imperturbable a todo, Jacobo prosigue: "¿Cuál es tu nombre?" el vaso permanece quieto unos instantes; al fín arranca y se dirige con nuestros dedos encima hacia la parte de la mesa con el alfabeto: A, N, T
"¿Te llamabas Antonio?" interrumpe Jacobo. El vaso se para durante un largo instante. Luego vuelve a ponerse en marcha y nos conduce hacia el SI.
Ahora la mirada de Jacobo ha cambiado, afilándose sobre el vaso. Su cuerpo se tensa y coloca las manos sobre la mesa, antes de decir: "Antonio, dinos quién te mató"
El vaso permanece inmóvil durante largos segundos. Nadie dice nada, nadie se mueve. El silencio entre nosotros es absoluto. Súbitamente el vaso arranca y se pasea por toda la mesa hasta el NO.
Un halo de decepción se extiende entre los presentes. Jacobo parece contrariado. Pero no se vaa rendir. Decide forzar la situación: "Antonio, si tienes algo que decirnos, hazlo, ¡manifiéstate!"
En ese preciso instante, una potente voz irrumpe en la estancia: "¿¿Pero qué hacéis??" al tiempo que a nuestras espaldas emerge de las sombras una oscura figura encapuchada, chorreando agua.
El efecto es devastador: El legionario lanza un alarido descomunal y cae al suelo lanzándose hacia atrás desde la silla. Josu se mete debajo de la mesa y empieza a gemir. Manu salta de su silla y se esconde detrás de mi, haciéndose un ovillo. Álvaro empujado por Renato al caer, da un manotazo al vaso, que sale volando hasta estrellarse contra la pared, junto a Jacobo, que con los ojos abiertos como platos, mira al aparecido fijamente, mudo de terror.
Otra figura aparece detrás de la primera: "Joder, está cayendo la de Dios... ¿nos invitáis a un cafetito? ¿oye, qué pasa aquí con la luz?"
Entonces la primera figura, que tras abrir el impermeable mimetizado y descubrir su cabeza se ha convertido en el cabo de guardia Josemi, vuelve a hablar: "¿Pero vosotros estáis tontos o qué?"
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Arreglos
“¡Muerto pero mío!” pensó con orgullo. No costó mucho convencer al viejo cascarrabias que había sido su último propietario. Contempló el ahora abollado guardabarros, los faros rotos, los agujeros en la chapa oxidada, la muda ruina mecánica en que se había convertido el antaño alegre motor, poderoso y rugiente.
Belleza marchita, pero nunca olvidada, como todo lo bueno y hermoso allí vivido. Como aquella primera vez en que la vio a través de esa ventanilla, deslumbrante. Fueron muchos los kilómetros compartidos en aquellos dos asientos. Demasiados como para no intentarlo. “Todo tiene arreglo”, se dijo. “Empezando por este coche”.
Belleza marchita, pero nunca olvidada, como todo lo bueno y hermoso allí vivido. Como aquella primera vez en que la vio a través de esa ventanilla, deslumbrante. Fueron muchos los kilómetros compartidos en aquellos dos asientos. Demasiados como para no intentarlo. “Todo tiene arreglo”, se dijo. “Empezando por este coche”.
miércoles, 9 de noviembre de 2011
El irresistible atractivo
Apuraban la tarde lluviosa ante dos tazas de intenso café. De pronto una duda se cruzó en la conversación de los dos viejos amigos: "¿Cómo alguien así puede fascinar a tantos?" Frente a frente, el mayor de ambos se lo confirmó al otro sin dudarlo. Lo había visto muchas veces: el poderoso, irresistible atractivo de aquellos que rompen las normas. Nunca eran gente normal, nunca dejaron indiferente a nadie. Empeñados en dejar su rastro profundo y oscuro, todos ellos supieron llegar hasta donde fue preciso.
La fascinación por los fuertes; había conocido mil historias complejas de manipulación, de seducción y de entreguismo. Soluciones de jugadores a doble o nada, eliminando la disensión, haciendo impensables otras alternativas a sus grandes verdades.
Perversas acomodaciones de la realidad a causas inconfesables. El fanatismo de la autocomplacencia como remedio de la virtud perdida. Febriles huidas hacia adelante. La extravagante búsqueda de espectros en los demás con los que olvidar las propias miserias. Complejos mil veces ocultos en lo más profundo de almas despechadas.
Y tras toda una larga vida de servicio a la ley, en el duro mundo que le había tocado conocer, los productos de ese irresistible atractivo siempre habían sido los mismos: mil veces los halló en medio de charcos oscuros detrás de puertas entreabiertas, o convertidos en deshechos en las calles de su ciudad. Y alguna vez también, supo que otros esperarán eternamente a ser descubiertos, ocultos quizás en algún recodo de alguna sombría cañada.
Fue una larga tarde de revelaciones y recuerdos. En la mesa quedaron atrás el sobado diario deportivo del día y dos tazas de café vacías. En la calle empezaba una larga y fría noche sin luna.
La fascinación por los fuertes; había conocido mil historias complejas de manipulación, de seducción y de entreguismo. Soluciones de jugadores a doble o nada, eliminando la disensión, haciendo impensables otras alternativas a sus grandes verdades.
Perversas acomodaciones de la realidad a causas inconfesables. El fanatismo de la autocomplacencia como remedio de la virtud perdida. Febriles huidas hacia adelante. La extravagante búsqueda de espectros en los demás con los que olvidar las propias miserias. Complejos mil veces ocultos en lo más profundo de almas despechadas.
Y tras toda una larga vida de servicio a la ley, en el duro mundo que le había tocado conocer, los productos de ese irresistible atractivo siempre habían sido los mismos: mil veces los halló en medio de charcos oscuros detrás de puertas entreabiertas, o convertidos en deshechos en las calles de su ciudad. Y alguna vez también, supo que otros esperarán eternamente a ser descubiertos, ocultos quizás en algún recodo de alguna sombría cañada.
Fue una larga tarde de revelaciones y recuerdos. En la mesa quedaron atrás el sobado diario deportivo del día y dos tazas de café vacías. En la calle empezaba una larga y fría noche sin luna.
viernes, 4 de noviembre de 2011
Encontronazos
Hoy en día nos afanamos en medir y controlarlo todo. Nos es muy fácil, ahora que hemos aprendido a guardar en nuestros bolsillos todo el mundo conocido. Nos hemos acostumbrado a tener a nuestro alcance, dentro de pequeños trozos de metal y cristal, todo el conocimiento humano sobre todo lo que ha sido, es y será. Organizado, limpio. Perfecta y digitalmente clasificado.
Nos gusta cada vez más la posibilidad de poder llegar a saberlo todo. Nunca hemos estado más cerca de conseguirlo. Dar respuesta a todas las preguntas. Tener el control definitivo. Quizás por eso en nuestra ansia de conocer medimos y medimos sin cesar, y en este viaje frenético muchas veces no hacemos otra cosa que no entender lo más importante.
Así, deseando comprender el nivel de muerte y destrucción que provocaría el impacto de un gran asteroide contra la Tierra, investigadores de la Universidad de Princeton han desarrollado un nuevo modelo que simula con precisión las consecuencias de uno de estos colosales encontronazos cósmicos.
Sin embargo no sé si alguien se ha propuesto prever el impacto de otros cataclismos más sutiles. ¿Alguna vez modelizaremos la capacidad destructiva del olvido, del desprecio, de una traición, del desencuentro, de una pena enquistada o de un hondo rencor? ¿Controlaremos alguna vez el daño potencial de todas esas devastaciones singulares?
Quizás ahora sepamos dónde estamos en todo momento, pero puede que nunca logremos saber quienes somos realmente. Y por ello, tampoco seremos capaces de corregir la deriva de algunos graves errores de rumbo, esos que terminan por marcar vidas enteras.
Puede que sencillamente nuestra propia naturaleza sea lo bastante sabia para impedirnos conocer lo que es inevitable en nosotros. Y así de este modo podamos seguir asistiendo, ciegos e impotentes, a todos los impactos directos de todos los encontronazos que jalonarán nuestras vidas.
Nos gusta cada vez más la posibilidad de poder llegar a saberlo todo. Nunca hemos estado más cerca de conseguirlo. Dar respuesta a todas las preguntas. Tener el control definitivo. Quizás por eso en nuestra ansia de conocer medimos y medimos sin cesar, y en este viaje frenético muchas veces no hacemos otra cosa que no entender lo más importante.
Así, deseando comprender el nivel de muerte y destrucción que provocaría el impacto de un gran asteroide contra la Tierra, investigadores de la Universidad de Princeton han desarrollado un nuevo modelo que simula con precisión las consecuencias de uno de estos colosales encontronazos cósmicos.
Sin embargo no sé si alguien se ha propuesto prever el impacto de otros cataclismos más sutiles. ¿Alguna vez modelizaremos la capacidad destructiva del olvido, del desprecio, de una traición, del desencuentro, de una pena enquistada o de un hondo rencor? ¿Controlaremos alguna vez el daño potencial de todas esas devastaciones singulares?
Quizás ahora sepamos dónde estamos en todo momento, pero puede que nunca logremos saber quienes somos realmente. Y por ello, tampoco seremos capaces de corregir la deriva de algunos graves errores de rumbo, esos que terminan por marcar vidas enteras.
Puede que sencillamente nuestra propia naturaleza sea lo bastante sabia para impedirnos conocer lo que es inevitable en nosotros. Y así de este modo podamos seguir asistiendo, ciegos e impotentes, a todos los impactos directos de todos los encontronazos que jalonarán nuestras vidas.
viernes, 28 de octubre de 2011
El navegante
Hubo una vez un navegante que vino del mar de la Plata, y arribó a una sórdida cabina de vigilancia en una obra de Paracuellos de Jarama. Una figura corpulenta y soñolienta en la madrugada, que cuenta su historia a cualquiera que la quiera escuchar, en desoladas paradas de autobús.
Embutido en el frío y la soledad, arrastrando su sino. Recordando tiempos de juventud como marino mercante, mezclándolos con tristes historias de hoy, de brega y pluriempleo.
Recuerdos de otras soledades, de otras luchas. Rumbos inciertos a través del proceloso mar de la vida y sus circunstancias. Derivas inevitables. Y siempre, la simple y pura supervivencia en medio del océano. Naufragios de estoica dignidad.
"Cierro los ojos y estoy en medio del mar
Días y noches de amor y de guerra"
Eduardo Galeano
miércoles, 19 de octubre de 2011
El otro lado
No pudo evitar mirar de reojo la puerta del apartamento antes de dejarla a su espalda y quedar frente a la del suyo. Introdujo la llave, sin embargo un ruido sordo lo detuvo en medio de la penumbra del largo pasillo. ¿Había oído bien? seguramente no… ¡aquello no tenía sentido!
Pero esta vez los golpes fueron más claros, más fuertes. Inequívocos.
Incrédulo, se acercó cautelosamente a aquella vieja, mohosa puerta que nunca había visto abrirse durante todos esos largos años.
Y fue entonces cuando oyó aquella voz profunda, que desde el otro lado gritó: "¡déjame salir!”
Pero esta vez los golpes fueron más claros, más fuertes. Inequívocos.
Incrédulo, se acercó cautelosamente a aquella vieja, mohosa puerta que nunca había visto abrirse durante todos esos largos años.
Y fue entonces cuando oyó aquella voz profunda, que desde el otro lado gritó: "¡déjame salir!”
miércoles, 12 de octubre de 2011
Agua de mar
Por primera vez los astrónomos han encontrado en un cometa la misma firma química del agua del océano. Ahora sabemos que uno de esos pedruscos itinerantes llamado Hartley 2 viaja llevando consigo agua marina.
Los estudiosos del cielo dicen estar sorprendidos, pues todo apunta que mucha de nuestra agua pudo haber venido de muy lejos, en mucha mayor cantidad de la que nunca imaginaron.
Sin embargo, por algún motivo todo lo anterior no consigue sorprenderme; pues siento que siempre ha habido algo primordial, poderoso y atrayente en el agua de mar. ¿Cuántas veces no nos habremos quedado absortos en alguna orilla, atrapados en la contemplación de la inmensa masa marina, fundiéndose con el cielo? Percibiendo su influjo extraño sobre cada uno de los átomos de nuestro cuerpo. Dominados por la llamada oculta de un vínculo especial y antiguo...
Y si vuelvo la vista atrás, a un día de playa cualquiera de todos los que he vivido, es entonces cuando sé que hasta la más pequeña gota de agua de mar sobre mi piel podría vencer mi razón, y ser capaz por un instante de entender el sentido y la causa de todo lo que me ha puesto en pie sobre este planeta, otra gran roca que navega por el espacio, y en tanto que llena de agua de mar, llena del secreto de la vida.
Los estudiosos del cielo dicen estar sorprendidos, pues todo apunta que mucha de nuestra agua pudo haber venido de muy lejos, en mucha mayor cantidad de la que nunca imaginaron.
Sin embargo, por algún motivo todo lo anterior no consigue sorprenderme; pues siento que siempre ha habido algo primordial, poderoso y atrayente en el agua de mar. ¿Cuántas veces no nos habremos quedado absortos en alguna orilla, atrapados en la contemplación de la inmensa masa marina, fundiéndose con el cielo? Percibiendo su influjo extraño sobre cada uno de los átomos de nuestro cuerpo. Dominados por la llamada oculta de un vínculo especial y antiguo...
Y si vuelvo la vista atrás, a un día de playa cualquiera de todos los que he vivido, es entonces cuando sé que hasta la más pequeña gota de agua de mar sobre mi piel podría vencer mi razón, y ser capaz por un instante de entender el sentido y la causa de todo lo que me ha puesto en pie sobre este planeta, otra gran roca que navega por el espacio, y en tanto que llena de agua de mar, llena del secreto de la vida.
Mussel Bay: Sudáfrica-Verano de 2010
miércoles, 5 de octubre de 2011
Signos de vida
Nos cuentan que el HARPS, o lo que es lo mismo, el Buscador de Planetas por Velocidad Radial de Alta Precisión ha descubierto 50 nuevos planetas, entre ellos 16 «supertierras». Magnífico cachivache sin duda, prometedor descubrimiento.
Los investigadores aplicados a esta tarea han enfocado el dispositivo a 376 estrellas similares al Sol, logrando mejorar bastante la estimación de las probabilidades de que una estrella como nuestro Sol albergue planetas de baja masa, como nuestra Tierra.
Está claro que toda investigación científica busca el conocimiento, pero en este caso hay mucho más. Buscamos signos de vida. Nos gustaría encontrar otros mundos como el nuestro. Estamos deseando encontrarlos, y ojalá poder conocer a otros, y saber por fin que no estamos tan solos.
Y muchas veces buscamos muy lejos, ansiando encontrar, mientras quizás seguimos teniendo mucho por descubrir y conocer. Incluso a nuestro alrededor, porque muy cerca hay muchos mundos desconocidos, muchas mini-tierras pobladas por un solo habitante, ubicadas en pisos de bloques anodinos, en mesas contiguas de rutinarias oficinas, en medio del bullicio de las calles, o sentados a nuestro lado en un lunes de vagón de metro.
Tan cerca pero tan lejanos en realidad, como lo están todos esos mundos que nos gustaría encontrar, allá perdidos en las estrellas.
Los investigadores aplicados a esta tarea han enfocado el dispositivo a 376 estrellas similares al Sol, logrando mejorar bastante la estimación de las probabilidades de que una estrella como nuestro Sol albergue planetas de baja masa, como nuestra Tierra.
Está claro que toda investigación científica busca el conocimiento, pero en este caso hay mucho más. Buscamos signos de vida. Nos gustaría encontrar otros mundos como el nuestro. Estamos deseando encontrarlos, y ojalá poder conocer a otros, y saber por fin que no estamos tan solos.
Y muchas veces buscamos muy lejos, ansiando encontrar, mientras quizás seguimos teniendo mucho por descubrir y conocer. Incluso a nuestro alrededor, porque muy cerca hay muchos mundos desconocidos, muchas mini-tierras pobladas por un solo habitante, ubicadas en pisos de bloques anodinos, en mesas contiguas de rutinarias oficinas, en medio del bullicio de las calles, o sentados a nuestro lado en un lunes de vagón de metro.
Tan cerca pero tan lejanos en realidad, como lo están todos esos mundos que nos gustaría encontrar, allá perdidos en las estrellas.
martes, 4 de octubre de 2011
Obsesiones, higadillos y cintas de video
Llevaba ya un mes largo de noches sin apenas dormir, intentando encontrar una solución. Sabía que no iba a ser fácil detener el curso de las cosas, que no hacían sino empeorar.
Todo había empezado de la noche a la mañana, y como tantas conflagraciones, sin aviso ni declaración. Primero fue una rueda pinchada, después un largo y rabioso rallazo en el capó, más tarde las dos ruedas de un lado, y vuelta a empezar de nuevo...
Se había dado cuenta que aquello se había convertido era una lucha de voluntades, contra un enemigo invisible y sañudo. Vigilante e implacable. Después de infinitas noches de cábalas había acotado una lista de los posibles candidatos y sus posibles motivos. Tarea inútil, pues no tenía nada sino sus propias conjeturas a partir de vagos indicios, quizás el recuerdo de algún mal gesto, o viejos dimes y diretes.
Lo peor de desconocer una parte de un problema es que los huecos los acabamos rellenando con nuestras propias paranoias y obsesiones. Y una vez están ahí, si no se actúa pronto, arraigan y crecen hasta cegar nuestro entendimiento, cerrándonos las puertas de la lógica y abriéndoselas de par en par a las vísceras. A punto había estado de caer en el influjo de la bilis el día en el que alguien trastocó sus planes de fin de semana entre la grúa y el taller para reparar el penúltimo sabotaje.
Después de aquello, fueron muchos los días de obsesión que le llevaron a buscar siempre el mejor sitio para aparcar, el más adecuado desde el que poder controlar en la medida de lo posible su viejo y doliente R-5. Por aquel entonces vivía en un luminoso piso totalmente exterior, orientado a un concurrido cruce de calles. Muchos fueron los momentos en los que hallándose ocupado en cualquier actividad un pálpito le impulsaba precipitadamente hacia la ventana del dormitorio, de la cocina, o del comedor, con la esperanza de atrapar con las manos en la masa a su misterioso y cordial enemigo. Siempre en vano.
Sin embago, algunas veces lo mejor que nos puede pasar es que nos pongan contra la pared, que no haya más que una salida. Fue entonces cuando lo vio: decidió que tendría paciencia, opondría toda la que fuera necesaria para pasar de presa a cazador.
No tardó en llegar una nueva fechoría, en forma de largo rayazo en el lateral del viejo Renault. Pero esa vez la pudo ver llegar con paso firme, bajo la luz grisácea del amanecer. El capazo de la compra colgando de un brazo y en la otra mano un manojo de llaves, que aplicó con destreza y saña indisimulada contra el coche al pasar. Todo había quedado inmortalizado gracias a la bendita e imperfecta tecnología analógica de las cintas VHS, en una que por azar le había brindado unos metros más de cinta, otorgándole unos preciosos instantes por encima del tiempo máximo. Amargo retrato de rencor absurdo y bilis.
No hubo necesidad de llegar a mayores. Le bastó un cheque en la puerta de los juzgados por los daños y perjuicios, pero muy especialmente, el nítido recuerdo de un viejo rostro rabioso, aturdido y confuso. Incapaz sostener su mirada tranquila y pacífica.
Todo había empezado de la noche a la mañana, y como tantas conflagraciones, sin aviso ni declaración. Primero fue una rueda pinchada, después un largo y rabioso rallazo en el capó, más tarde las dos ruedas de un lado, y vuelta a empezar de nuevo...
Se había dado cuenta que aquello se había convertido era una lucha de voluntades, contra un enemigo invisible y sañudo. Vigilante e implacable. Después de infinitas noches de cábalas había acotado una lista de los posibles candidatos y sus posibles motivos. Tarea inútil, pues no tenía nada sino sus propias conjeturas a partir de vagos indicios, quizás el recuerdo de algún mal gesto, o viejos dimes y diretes.
Lo peor de desconocer una parte de un problema es que los huecos los acabamos rellenando con nuestras propias paranoias y obsesiones. Y una vez están ahí, si no se actúa pronto, arraigan y crecen hasta cegar nuestro entendimiento, cerrándonos las puertas de la lógica y abriéndoselas de par en par a las vísceras. A punto había estado de caer en el influjo de la bilis el día en el que alguien trastocó sus planes de fin de semana entre la grúa y el taller para reparar el penúltimo sabotaje.
Después de aquello, fueron muchos los días de obsesión que le llevaron a buscar siempre el mejor sitio para aparcar, el más adecuado desde el que poder controlar en la medida de lo posible su viejo y doliente R-5. Por aquel entonces vivía en un luminoso piso totalmente exterior, orientado a un concurrido cruce de calles. Muchos fueron los momentos en los que hallándose ocupado en cualquier actividad un pálpito le impulsaba precipitadamente hacia la ventana del dormitorio, de la cocina, o del comedor, con la esperanza de atrapar con las manos en la masa a su misterioso y cordial enemigo. Siempre en vano.
Sin embago, algunas veces lo mejor que nos puede pasar es que nos pongan contra la pared, que no haya más que una salida. Fue entonces cuando lo vio: decidió que tendría paciencia, opondría toda la que fuera necesaria para pasar de presa a cazador.
No tardó en llegar una nueva fechoría, en forma de largo rayazo en el lateral del viejo Renault. Pero esa vez la pudo ver llegar con paso firme, bajo la luz grisácea del amanecer. El capazo de la compra colgando de un brazo y en la otra mano un manojo de llaves, que aplicó con destreza y saña indisimulada contra el coche al pasar. Todo había quedado inmortalizado gracias a la bendita e imperfecta tecnología analógica de las cintas VHS, en una que por azar le había brindado unos metros más de cinta, otorgándole unos preciosos instantes por encima del tiempo máximo. Amargo retrato de rencor absurdo y bilis.
No hubo necesidad de llegar a mayores. Le bastó un cheque en la puerta de los juzgados por los daños y perjuicios, pero muy especialmente, el nítido recuerdo de un viejo rostro rabioso, aturdido y confuso. Incapaz sostener su mirada tranquila y pacífica.
viernes, 30 de septiembre de 2011
La encrucijada
Ella no defendió encrucijadas ni puentes, no resistió en colinas o bastiones, no hubo de prevalecer frente a enemigos furiosos que buscaran su extinción.
Ella tampoco ansió las tierras o glorias de otros, ni le interesaron los privilegios de aquellos que sin duda le habrían mirado por encima del hombro.
Porque ella cree en las cosas bien hechas, en el valor de los auténticos amigos, en la palabra bien dicha, en el valor la promesa otorgada.
Por eso en su vida hay amor, coraje, vocación, abnegación y honradez en ingentes cantidades. Esencia y materia necesarias para hacer de este mundo que enloquece día a día un lugar con una alguna oportunidad.
Por eso en su día a día, en un instituto público de Torrejón de Ardoz son muchos los que tienen el privilegio de recibir el mejor regalo que un ser humano puede recibir de otro: cultura, educación, método científico, los verdaderos mimbres para algún día formar parte de un mundo de almas libres con criterio.
Esas son las encrucijadas, los puentes, las colinas y bastiones que ella y otros tantos como ella defienden cada día. Y no deben caer.
Ella tampoco ansió las tierras o glorias de otros, ni le interesaron los privilegios de aquellos que sin duda le habrían mirado por encima del hombro.
Porque ella cree en las cosas bien hechas, en el valor de los auténticos amigos, en la palabra bien dicha, en el valor la promesa otorgada.
Por eso en su vida hay amor, coraje, vocación, abnegación y honradez en ingentes cantidades. Esencia y materia necesarias para hacer de este mundo que enloquece día a día un lugar con una alguna oportunidad.
Por eso en su día a día, en un instituto público de Torrejón de Ardoz son muchos los que tienen el privilegio de recibir el mejor regalo que un ser humano puede recibir de otro: cultura, educación, método científico, los verdaderos mimbres para algún día formar parte de un mundo de almas libres con criterio.
Esas son las encrucijadas, los puentes, las colinas y bastiones que ella y otros tantos como ella defienden cada día. Y no deben caer.
Para Ángela
(C) by www.martin-liebermann.de
martes, 27 de septiembre de 2011
Sin atajos
Nos dicen ahora que la molécula de la longevidad no era tal, eso es lo que han dicho los científicos sobre la sirtuina, una proteína a la que múltiples investigaciones habían asociado con la capacidad de alargar la vida. Pero en la Escuela Universitaria de Londres han comprobado como moscas y gusanos, si prolongaban sus insípidas vidas, era únicamente debido a la alimentación recibida.
Como género, siempre hemos buscado en el viaje de nuestra existencia atajos para todo. Es lo que nos distingue, y es buena parte de la causa de nuestro progreso desde que salimos de las cuevas hasta la última crisis financiera de Wall Street.
Pero viajar atajando hace que olvidemos más fácilmente lo visto, pues en realidad ya ha dejado de interesarnos lo que nos rodea. Y entonces ya no viajamos, sino que discurrimos, de forma parecida a como lo hacen moscas y gusanos.
Recuerdo los últimos años de mi abuelo Dámaso, que con 96 años a cuestas fue un hombre lúcido hasta el final: insistía una y otra vez en que ya tenía bastante, que su larga y aprovechada función debía terminar, pues su condición le indicaba que ya no le quedaba otra cosa que hacer en la vida, aparte de discurrir.
No quiero que el camino de mi vida tenga más atajos, quiero seguir viviendo lo bueno y lo malo que encuentre en todos los días, poder percatarme de lo fugaz y ser capaz de asumir lo irreversible, aprendiendo de cada revuelta del camino. Porque progresar es también adaptarse, eso es lo realmente distintivo de nuestra condición, lo que da sentido a todo lo demás.
Como género, siempre hemos buscado en el viaje de nuestra existencia atajos para todo. Es lo que nos distingue, y es buena parte de la causa de nuestro progreso desde que salimos de las cuevas hasta la última crisis financiera de Wall Street.
Pero viajar atajando hace que olvidemos más fácilmente lo visto, pues en realidad ya ha dejado de interesarnos lo que nos rodea. Y entonces ya no viajamos, sino que discurrimos, de forma parecida a como lo hacen moscas y gusanos.
Recuerdo los últimos años de mi abuelo Dámaso, que con 96 años a cuestas fue un hombre lúcido hasta el final: insistía una y otra vez en que ya tenía bastante, que su larga y aprovechada función debía terminar, pues su condición le indicaba que ya no le quedaba otra cosa que hacer en la vida, aparte de discurrir.
No quiero que el camino de mi vida tenga más atajos, quiero seguir viviendo lo bueno y lo malo que encuentre en todos los días, poder percatarme de lo fugaz y ser capaz de asumir lo irreversible, aprendiendo de cada revuelta del camino. Porque progresar es también adaptarse, eso es lo realmente distintivo de nuestra condición, lo que da sentido a todo lo demás.
jueves, 22 de septiembre de 2011
El cambiazo
Luz de media tarde entrando por los ventanales del aula. Tarde de examen de verbos griegos. Ante nosotros estaba mosén Balasch, capellán y helenista, viejo profesor veterano y tranquilo, auténtico pozo de sabiduría clásica. Lo recuerdo perfectamente en su continente físico contrahecho y ya desgastado, pero conservando en sus brillantes ojos miopes el entusiasmo del saber y la pasión por transmitir todo ese conocimiento. Lo conocimos veinticinco años antes de su muerte, siendo un hombre afable, de retranca sutil, sereno y absolutamente despreocupado por las cuestiones accesorias del mundo.
El mosén era un profesor muy distinto al resto de sus colegas más jóvenes. Muchos de ellos eran auténticos águilas de su territorio, siempre vigilantes y a la caza de cualquiera que osase tirar de chuleta. Sin embargo, a él no le importó decirnos exactamente el contenido de aquel examen, puesto que lo único que le importaba era investigar y difundir su saber, y no detenerse sino lo imprescindible en lo que no eran sino detalles superficiales en los que perder su tiempo que ya sabía escaso.
Durante sus clases de lengua y cultura griegas no tardamos en descubrir anexos inesperados: las traducciones de Rilke, las vidas y obras comentadas de los autores clásicos griegos, y parte de la biografía de su admirado helenista Carles Riba, empresa que por aquellos años estaba concluyendo. Todas estas tareas eran sin duda mucho más enriquecedoras que la evaluación obligatoria de sus alumnos por medio de tediosos exámenes de gramática griega.
Ni que decir tiene que mi amigo y yo coincidíamos plenamente en tales apreciaciones, pero por motivos bien distintos. De este modo, y una edad en la que éramos pura hormona desbocada y adicción a la adrenalina, a nuestros ojos el viejo y sabio profesor se convirtió en la constatación de una posibilidad nunca antes soñada: ejecutar un auténtico y genuino cambiazo y triunfar de pleno con un resplandeciente diez en la asignatura de Primero de Lengua Griega.
Nuestra posición en el aula para llevar acabo la operación no era de las más propicias, dado que ocupábamos el primer lugar en la fila de la derecha, de un total de tres hileras de pupitres dobles. No obstante, decidimos hacer bueno el viejo adagio latino: "Fortuna audaces iuvat"
Al poco de iniciada la prueba, con un movimiento preciso, percibí a mi lado como mi colega de pupitre ejecutaba la maniobra pactada. Debo decir que mi amigo desde siempre había apuntado inequívocas maneras y una destreza especial en este campo, quizás por ello con el tiempo se convertiría en un eficaz servidor de la ley, pues siempre contó con la valentía y arrojo necesarios, amén de un poderoso instinto para ponerse en el lugar de una mente delictiva. Por mi parte, llegada la hora de la verdad, me hallaba absolutamente bloqueado, inmerso en un mar de indecisiones. No tardé en sentir su mirada. Poco después, escuché de su voz bajísima una orden perentoria: "¡¡Vengaaaa!!"
A mi izquierda, sobre la tarima de madera el viejo profesor seguía sentado, absorto repasando plácidamente la Iliada. Su figura encorvada y rechoncha se recortaba a contraluz contra la ventana. A mi derecha, mi amigo empezaba a desesperarse: "¿Pero qué te pasa? vamos, ¡¡HAZLO YA!!"
Decidí que no sería capaz, que prefería suspender antes que pasar por la humillación de ser descubierto, pues estaba convencido de que algo tan flagrante como dar un cambiazo, automáticamente forzaría a levantar los ojos de su lectura al buen profesor, quien vendría directamente hacia mí, descubriría en el acto todo el apaño y solemnemente me declararía suspendido ad aeternum ante todos mis compañeros por tan deleznable proceder...
Andaba yo visualizando las consecuencias de mi negro futuro y aún más allá cuando mi amigo arrancó la hoja en blanco que se hallaba sobre mi mesa con una mano; y echando mano al cajón del pupitre con la otra, plantó con un golpe seco ante mis ojos la hoja con el examen completo. Una oleada de horror e incredulidad me paralizó. Con la cabeza gacha, durante unos agónicos segundos esperé oír los pasos del profesor viniendo hacia mí, pero nada ocurrió. El viejo mosén siguió leyendo con fruición a Homero en su lengua original, y ambos amigos realizamos el que lógicamente sería el mejor examen de toda nuestra vida académica.
No puedo responder por mi amigo, pero ese fue el primer y único cambiazo que ejecuté en toda mi vida. De los cambiazos de otra índole que la vida nos tenía reservados quizás hablaré otro día.
El mosén era un profesor muy distinto al resto de sus colegas más jóvenes. Muchos de ellos eran auténticos águilas de su territorio, siempre vigilantes y a la caza de cualquiera que osase tirar de chuleta. Sin embargo, a él no le importó decirnos exactamente el contenido de aquel examen, puesto que lo único que le importaba era investigar y difundir su saber, y no detenerse sino lo imprescindible en lo que no eran sino detalles superficiales en los que perder su tiempo que ya sabía escaso.
Durante sus clases de lengua y cultura griegas no tardamos en descubrir anexos inesperados: las traducciones de Rilke, las vidas y obras comentadas de los autores clásicos griegos, y parte de la biografía de su admirado helenista Carles Riba, empresa que por aquellos años estaba concluyendo. Todas estas tareas eran sin duda mucho más enriquecedoras que la evaluación obligatoria de sus alumnos por medio de tediosos exámenes de gramática griega.
Ni que decir tiene que mi amigo y yo coincidíamos plenamente en tales apreciaciones, pero por motivos bien distintos. De este modo, y una edad en la que éramos pura hormona desbocada y adicción a la adrenalina, a nuestros ojos el viejo y sabio profesor se convirtió en la constatación de una posibilidad nunca antes soñada: ejecutar un auténtico y genuino cambiazo y triunfar de pleno con un resplandeciente diez en la asignatura de Primero de Lengua Griega.
Nuestra posición en el aula para llevar acabo la operación no era de las más propicias, dado que ocupábamos el primer lugar en la fila de la derecha, de un total de tres hileras de pupitres dobles. No obstante, decidimos hacer bueno el viejo adagio latino: "Fortuna audaces iuvat"
Al poco de iniciada la prueba, con un movimiento preciso, percibí a mi lado como mi colega de pupitre ejecutaba la maniobra pactada. Debo decir que mi amigo desde siempre había apuntado inequívocas maneras y una destreza especial en este campo, quizás por ello con el tiempo se convertiría en un eficaz servidor de la ley, pues siempre contó con la valentía y arrojo necesarios, amén de un poderoso instinto para ponerse en el lugar de una mente delictiva. Por mi parte, llegada la hora de la verdad, me hallaba absolutamente bloqueado, inmerso en un mar de indecisiones. No tardé en sentir su mirada. Poco después, escuché de su voz bajísima una orden perentoria: "¡¡Vengaaaa!!"
A mi izquierda, sobre la tarima de madera el viejo profesor seguía sentado, absorto repasando plácidamente la Iliada. Su figura encorvada y rechoncha se recortaba a contraluz contra la ventana. A mi derecha, mi amigo empezaba a desesperarse: "¿Pero qué te pasa? vamos, ¡¡HAZLO YA!!"
Decidí que no sería capaz, que prefería suspender antes que pasar por la humillación de ser descubierto, pues estaba convencido de que algo tan flagrante como dar un cambiazo, automáticamente forzaría a levantar los ojos de su lectura al buen profesor, quien vendría directamente hacia mí, descubriría en el acto todo el apaño y solemnemente me declararía suspendido ad aeternum ante todos mis compañeros por tan deleznable proceder...
Andaba yo visualizando las consecuencias de mi negro futuro y aún más allá cuando mi amigo arrancó la hoja en blanco que se hallaba sobre mi mesa con una mano; y echando mano al cajón del pupitre con la otra, plantó con un golpe seco ante mis ojos la hoja con el examen completo. Una oleada de horror e incredulidad me paralizó. Con la cabeza gacha, durante unos agónicos segundos esperé oír los pasos del profesor viniendo hacia mí, pero nada ocurrió. El viejo mosén siguió leyendo con fruición a Homero en su lengua original, y ambos amigos realizamos el que lógicamente sería el mejor examen de toda nuestra vida académica.
No puedo responder por mi amigo, pero ese fue el primer y único cambiazo que ejecuté en toda mi vida. De los cambiazos de otra índole que la vida nos tenía reservados quizás hablaré otro día.
Dedicado a @Laeme, de quien espero su comprensión e indulgencia
lunes, 19 de septiembre de 2011
Lo que yo espero de ti
Estimada gobernanta de mi Comunidad:
Lo que yo espero de tí en estos tiempos duros e inciertos de crisis de todo orden es que no olvides nunca que si estás ahí es porque te debes únicamente a nosotros. Porque somos los ciudadanos, la "res pública" quienes te hemos escogido para tan importante tarea, y no tus amigos, simpatizantes o clientes.
Es por eso que espero que no tengas nunca la tentación de creerte imprescindible y menos aun por encima de quienes te hemos legitimado. Por tal motivo, a la hora de gobernar y administrar nuestros recursos no deberías olvidar que:
Lo que yo espero de tí en estos tiempos duros e inciertos de crisis de todo orden es que no olvides nunca que si estás ahí es porque te debes únicamente a nosotros. Porque somos los ciudadanos, la "res pública" quienes te hemos escogido para tan importante tarea, y no tus amigos, simpatizantes o clientes.
Es por eso que espero que no tengas nunca la tentación de creerte imprescindible y menos aun por encima de quienes te hemos legitimado. Por tal motivo, a la hora de gobernar y administrar nuestros recursos no deberías olvidar que:
- Los ciudadanos somos mucho más que votos que sumar cada cuatro años.
- Las mayorías, ni siquiera absolutas, nunca serán carta blanca para hacer y deshacer a tu antojo.
- Promover la concordia y la convivencia dentro y fuera del ámbito de influencia de tu Comunidad de gobierno es mucho más beneficioso a largo plazo que generar inquinas y rivalidades por mezquinos intereses a corto plazo.
- Tu primordial obligación es administrar en beneficio de todos los recursos que generamos con total honestidad, transparencia y eficacia.
- Garantizar una educación y sanidad universales de la mayor calidad posible es un pilar irrenunciable para construir una sociedad más justa, estructurada, democrática y competitiva.
- Debes asumir y admitir que parte de la ciudadanía puede estar en desacuerdo con tu gestión.
- No puedes insultar, calumniar o menospreciar a aquellos ciudadanos que no estén de acuerdo con tus decisiones.
- Un colectivo de profesionales que decide de forma razonada y razonable ir a la huelga a causa de un profundo desacuerdo con tus decisiones de gobierno nunca podrá ser tachado de ilegal o de irresponsable.
- Tu tiempo pasará, pero todas las decisiones importantes que tomes ahora serán el legado que nos dejes, y eso es algo demasiado importante como para quedarnos de brazos cruzados si no estamos de acuerdo en tu forma de gobernarnos.
"¿Cuál es la esencia de un buen gobierno?
No resolver los asuntos con precipitación y no buscar el propio provecho."
Confucio
"Enseñar es un ejercicio de inmortalidad"
Ruben Alves
martes, 13 de septiembre de 2011
Avisos
"Odio cuando mi intuición me envía hasta correos electrónicos para que le haga caso y yo como sino fuera conmigo" (leído en Twitter)
Avisos que nos da la vida. Están por todas partes. Sin embargo, hay que saber verlos. Unos de los recuerdos más claros de mi infancia pertenecen al mes de julio; a unas largas tardes de verano con el sonido de fondo de las corridas de toros en la televisión de mis abuelos. De este modo, a mediados de los años ochenta, por simple ósmosis, acabé familiarizado con todos los nombres de los toreros del momento, y por añadidura, acabé siendo conocedor de todos los lances, suertes y toques de clarines de la llamada fiesta nacional.
Recuerdo perfectamente que de vez en cuando las cosas en la plaza se torcían y entonces los habituales vítores y rítmicos olés del público eran reemplazados por un silencio denso. Era el primer indicio de que algo no iba bien. En algunas ocasiones tras ese silencio, se empezaban a oir silbidos primero aislados, luego generalizados. Y entonces ocurría finalmente: a algún atribulado torero la presidencia del festejo le hacía escuchar un aviso. Algo así como una reprimenda. "No lo estás haciendo bien, pero estás aún a tiempo"
Aquellos avisos, lo mismo que los que da la vida a las personas, empresas, sindicatos, banqueros, gobernantes, países y organizaciones mundiales de toda índole en sus respectivas lidias, nunca llegan de repente. Son muchos los indicios que nos avisan, pero hay que estar dispuesto a advertirlos y mas aún, tener el coraje de rectificar a partir de ellos.
En estos tiempos, la figura de aquel torero de mi infancia se vuelve a mis ojos y por primera vez en alguien envidiable, puesto que en su mundo perfectamente regulado y circular, advertir los avisos no depende de su voluntad o entendimiento, puesto que son inequívocos. Él nunca podrá alegar falta de información, o disponer de indicios contradictorios, o sufrir la presión de poderes fácticos, o tener que atender otras prioridades, como tantas veces nos ocurre a los que estamos fuera de la plaza.
Porque todos sin excepción tenemos la libertad de atender o ignorar los avisos que nos llegan. Y en caso de que, cargados de razón o enajenados sin ella decidamos continuar por la senda del error, es seguro que tarde o temprano nos llegarán nuevos avisos, y detrás de ellos, las consecuencias de nuestros actos. Y aquí por segunda vez y más que nunca, envidio las inofensivas y limitadas consecuencias que en el peor de los casos deberá afrontar el solitario habitante del ruedo taurino, tan distintas a las que afrontaremos los demás, después de haber desoído durante tanto tiempo todos los avisos recibidos.
Avisos que nos da la vida. Están por todas partes. Sin embargo, hay que saber verlos. Unos de los recuerdos más claros de mi infancia pertenecen al mes de julio; a unas largas tardes de verano con el sonido de fondo de las corridas de toros en la televisión de mis abuelos. De este modo, a mediados de los años ochenta, por simple ósmosis, acabé familiarizado con todos los nombres de los toreros del momento, y por añadidura, acabé siendo conocedor de todos los lances, suertes y toques de clarines de la llamada fiesta nacional.
Recuerdo perfectamente que de vez en cuando las cosas en la plaza se torcían y entonces los habituales vítores y rítmicos olés del público eran reemplazados por un silencio denso. Era el primer indicio de que algo no iba bien. En algunas ocasiones tras ese silencio, se empezaban a oir silbidos primero aislados, luego generalizados. Y entonces ocurría finalmente: a algún atribulado torero la presidencia del festejo le hacía escuchar un aviso. Algo así como una reprimenda. "No lo estás haciendo bien, pero estás aún a tiempo"
Aquellos avisos, lo mismo que los que da la vida a las personas, empresas, sindicatos, banqueros, gobernantes, países y organizaciones mundiales de toda índole en sus respectivas lidias, nunca llegan de repente. Son muchos los indicios que nos avisan, pero hay que estar dispuesto a advertirlos y mas aún, tener el coraje de rectificar a partir de ellos.
En estos tiempos, la figura de aquel torero de mi infancia se vuelve a mis ojos y por primera vez en alguien envidiable, puesto que en su mundo perfectamente regulado y circular, advertir los avisos no depende de su voluntad o entendimiento, puesto que son inequívocos. Él nunca podrá alegar falta de información, o disponer de indicios contradictorios, o sufrir la presión de poderes fácticos, o tener que atender otras prioridades, como tantas veces nos ocurre a los que estamos fuera de la plaza.
Porque todos sin excepción tenemos la libertad de atender o ignorar los avisos que nos llegan. Y en caso de que, cargados de razón o enajenados sin ella decidamos continuar por la senda del error, es seguro que tarde o temprano nos llegarán nuevos avisos, y detrás de ellos, las consecuencias de nuestros actos. Y aquí por segunda vez y más que nunca, envidio las inofensivas y limitadas consecuencias que en el peor de los casos deberá afrontar el solitario habitante del ruedo taurino, tan distintas a las que afrontaremos los demás, después de haber desoído durante tanto tiempo todos los avisos recibidos.
jueves, 1 de septiembre de 2011
El motero melancólico de Saariselkä
Saariselkä es una población en plena Laponia finlandesa que vive por encima del paralelo 67, bastante por encima de la línea del Círculo Polar Ártico. Es una extraña latitud, en donde la luz tiene un extraño comportamiento, y quizás también los seres que lo habitan. En verano los días se extienden largamente en un crepúsculo infinito con amago de noches, que apenas caen para levantar de nuevo rápidamente, antes de las 4 de la mañana. Con apenas 6 grados a la hora del desayuno, y 15 grados en las horas centrales en pleno mes de agosto, se puede tener una idea de la clase de inviernos que se dan allá. El lugar en realidad es apenas un cruce de calles, eso si, perfectamente cuidadas y con varios hoteles de buen tamaño. El nuestro era un hotel extenso, lleno de grandes ventanales, dotado de una gran zona climatizada de baños y spa y por supuesto, con sauna.
En esos días el lugar acogía una concentración motera de ámbito nacional, lo cual dotó a nuestra estancia de un inesperado atractivo adicional. En todo momento nos vimos rodeados por cientos de nativos de ambos sexos venidos de los cuatro rincones del país, enfundados en las habituales ropas técnicas de cuero y cordura, pilotando enormes máquinas de dos ruedas, rebosantes de caballos y cromados. Ejemplares tuneados con esmero: decenas, centenares de Hondas Goldwing, Harley-Davidson, BMW,Yamahas y Triumph, vehículos poderosos pero dormidos, sometidos a los estrictos 80-100 km/h de las perfectas carreteras finlandesas, sencillas en su rectilínea y monótona belleza.
A la hora de los desayunos de buffet libre en la gran sala del hotel era curioso ver cómo parte de la gran tribu motera allí alojada se agrupaba disciplinadamente en clanes, portando las camisetas negras distintivas, gorras y hasta tatuajes indicativos de tal o cual asociación. Había algunas parejas sin aparente adscripción a grupo alguno, aunque ciertamente pocas. Reparé en la presencia de un único motero solitario, de larga cabellera blanca y enormes barbas, alto y viejo como los bosques de Finlandia. Silencioso y tranquilo, desayunaba con la mirada lánguida y abstraída. De vez en cuando cruzaba alguna palabra con otros comensales, o con alguien que lo reconocía y saludaba al pasar junto a él, volviendo enseguida a sumirse en sus pensamientos.
Durante el día los clanes moteros se dispersaban en ruidosas manadas por los alrededores, mientras los turistas de coche como nosotros recorrían los pintorescos senderos boscosos de la zona. A última hora de la tarde volvíamos a coincidir de nuevo unos y otros en el hotel. Cada día, cuando el sol desaparecía tras las colinas cercanas, arrancaba en una sala de fiestas anexa un interminable karaoke apasionado y melancólico, en lo que debía ser un revival inacabable de grandes éxitos locales. Era digno de ver a esos grandes y aparentemente duros y cuajados moteros cantando pastelosos temas similares a los de Julio Iglesias de los últimos años setenta, pero trufados con acordes de balalaika rusa. Daba la sensación de que de un momento a otro escucharíamos una versión en la imposible lengua finesa de "De niña a mujer" o "Hey".
Los primeros compases de una nueva canción empezaron a sonar, causando un revuelo de satisfacción entre la parroquia. Alrededor del cantante de turno, grupos de moteros barrigudos empezaron a corear el tema, asintiendo al compás. En una de las sillas, sólo, el viejo motero de larga cabellera y blanca y mirada lánguida empezó a musitar la canción junto a sus hermanos de armas, todos ellos bebiendo sin cesar latas de Karhu, la contundente cerveza cuyo logo es el rostro de un oso finlandés grande, rudo, amenazador. Aunque quizás en el fondo se tratase también de otro ser apacible y melancólico.
En esos días el lugar acogía una concentración motera de ámbito nacional, lo cual dotó a nuestra estancia de un inesperado atractivo adicional. En todo momento nos vimos rodeados por cientos de nativos de ambos sexos venidos de los cuatro rincones del país, enfundados en las habituales ropas técnicas de cuero y cordura, pilotando enormes máquinas de dos ruedas, rebosantes de caballos y cromados. Ejemplares tuneados con esmero: decenas, centenares de Hondas Goldwing, Harley-Davidson, BMW,Yamahas y Triumph, vehículos poderosos pero dormidos, sometidos a los estrictos 80-100 km/h de las perfectas carreteras finlandesas, sencillas en su rectilínea y monótona belleza.
A la hora de los desayunos de buffet libre en la gran sala del hotel era curioso ver cómo parte de la gran tribu motera allí alojada se agrupaba disciplinadamente en clanes, portando las camisetas negras distintivas, gorras y hasta tatuajes indicativos de tal o cual asociación. Había algunas parejas sin aparente adscripción a grupo alguno, aunque ciertamente pocas. Reparé en la presencia de un único motero solitario, de larga cabellera blanca y enormes barbas, alto y viejo como los bosques de Finlandia. Silencioso y tranquilo, desayunaba con la mirada lánguida y abstraída. De vez en cuando cruzaba alguna palabra con otros comensales, o con alguien que lo reconocía y saludaba al pasar junto a él, volviendo enseguida a sumirse en sus pensamientos.
Durante el día los clanes moteros se dispersaban en ruidosas manadas por los alrededores, mientras los turistas de coche como nosotros recorrían los pintorescos senderos boscosos de la zona. A última hora de la tarde volvíamos a coincidir de nuevo unos y otros en el hotel. Cada día, cuando el sol desaparecía tras las colinas cercanas, arrancaba en una sala de fiestas anexa un interminable karaoke apasionado y melancólico, en lo que debía ser un revival inacabable de grandes éxitos locales. Era digno de ver a esos grandes y aparentemente duros y cuajados moteros cantando pastelosos temas similares a los de Julio Iglesias de los últimos años setenta, pero trufados con acordes de balalaika rusa. Daba la sensación de que de un momento a otro escucharíamos una versión en la imposible lengua finesa de "De niña a mujer" o "Hey".
Los primeros compases de una nueva canción empezaron a sonar, causando un revuelo de satisfacción entre la parroquia. Alrededor del cantante de turno, grupos de moteros barrigudos empezaron a corear el tema, asintiendo al compás. En una de las sillas, sólo, el viejo motero de larga cabellera y blanca y mirada lánguida empezó a musitar la canción junto a sus hermanos de armas, todos ellos bebiendo sin cesar latas de Karhu, la contundente cerveza cuyo logo es el rostro de un oso finlandés grande, rudo, amenazador. Aunque quizás en el fondo se tratase también de otro ser apacible y melancólico.
domingo, 28 de agosto de 2011
La honrilla de Rovaniemi 2 - Conversaciones a calzón quitado
Con la mayor dignidad que nos fue posible dejamos atrás la estancia de madera de abedul finlandés y el infierno que contenía en su interior para acto seguido meternos de cabeza en las duchas y dejar correr el agua fría por nuestros cuerpos, a fin de recuperar el fuelle y la moral perdidas. Tanto mi compañero como yo habíamos enrojecido como pimientos. La ducha nos vivificó, pero yo me notaba la cabeza floja, sin duda debido al efecto depresor de la sesión de sauna. La mirada ligeramente vidriosa de mi colega me indicaba que él tampoco andaba mucho mejor.
En este estado de cosas, y puesto que al entrar habíamos visto una sala de descanso anexa poblada por usuarios de la sauna provistos únicamente por sus toallas de baño, decidimos hacer la jugada completa. Con nuestras toallas alrededor de la cintura tomamos posesión del lugar, momentáneamente deshabitado. Se trataba de una confortable y práctica sala dotaba de sillones bajos, taburetes acolchados, mesa central y televisión conectada a un canal de videoclips musicales. Una lata de cerveza vacía sobre la mesa nos daba idea del uso social del lugar. Debíamos reconocer que los finlandeses se lo montaban bien: la idea de un ciclo de sauna, ducha y zona de descanso con opción a televisión y cerveza se me antojó insuperable.
Sentíamos renacer nuestra moral, y con ella nuestra voluntad de reparar la honrilla perdida. Lo suficiente como para contemplar un nuevo retorno a la sauna e intentar alcanzar esos quince minutos, (¿quién dijo miedo habiendo cementerios?). Así andábamos en estas consideraciones cuando aparecieron nuestros dos contertulios finlandeses, dispuestos a proseguir la conversación interrumpida por nuestra espantada.
Nos fue imposible esquivar la primera de las preguntas con las que reanudaron la conversación: "Así pues, ¿qué os ha parecido vuestra primera sauna?" Con toda la diplomacia que nos permitía nuestro mediano inglés les hicimos saber que nos había parecido un pelo calurosa... En realidad en aquellos momentos nos extrañó que después de haber pasado allá dentro una media hora echando cazos de agua no estuvieran derretidos como cirios y siguieran conservando su forma humana tan saludable.
Y como no solamente de sauna vive el hombre finlandés, y en tanto que hombre, pronto la conversación derivó hacia los por fortuna inevitables y apasionantes temas comunes a la comunidad masculina: Pretendimos abrir la veta futbolera, pero descubrimos que para ellos el fútbol en realidad ni fu ni fa; lo que hace que los finlandeses pierdan la cabeza es el hockey sobre hielo, deporte nacional del que son recientes y orgullosos campeones mundiales tras vapulear a Suecia, su eterno rival, por 6 a 1. Este dato arrojó luz sobre el que había sido hasta entonces uno de los misterios del viaje: las camisetas que habíamos visto en todas las tiendas de souvenirs con estos guarismos sobre las banderas de ambos países.
Repasamos lógicamente los éxitos de Kimi Raikkonen, pese a que ambos reconocieron que Fernando Alonso es mucho mejor piloto. Por nuestra parte reconocimos la valía de Kovalainen y los laureles del gran Mika Hakkinen como corredor de rallies. Por cierto, nos avisaron de que llegábamos tarde al Rally de los 1000 lagos, (que recientemente había sido rebautizado como Neste Oil) puesto que se celebra en el mes de julio.
Nos empezábamos a dar cuenta de que el verano finlandés en realidad sólo alcanza hasta el mes de julio. Todos los festivales y eventos interesantes habían pasado ya, dejándonos prácticamente a solas con el hermoso paisaje de bosques y lagos, repletos de brillo o melancolía, según nos acompañara el sol o la lluvia en nuestro viaje.
A esas alturas la conversación se había prolongado mucho, haciendo impensable otra opción que no fuera obsequiarnos con una buena cena para reponernos de todo lo pasado. Antes de despedirnos de nuestros contertulios y aprovechando el punto de confianza adquirido, quisimos saber qué es de sus vidas cuando el frío, la nieve y la noche toma posesión de esas tierras durante tanto tiempo. La respuesta de nuestro finlandés más dicharachero no dejó lugar a la duda: "Bueno, hacemos lo de siempre, pero bien abrigados... la vida debe seguir. Eso... o te pegas un tiro como algunos hacen."
En este estado de cosas, y puesto que al entrar habíamos visto una sala de descanso anexa poblada por usuarios de la sauna provistos únicamente por sus toallas de baño, decidimos hacer la jugada completa. Con nuestras toallas alrededor de la cintura tomamos posesión del lugar, momentáneamente deshabitado. Se trataba de una confortable y práctica sala dotaba de sillones bajos, taburetes acolchados, mesa central y televisión conectada a un canal de videoclips musicales. Una lata de cerveza vacía sobre la mesa nos daba idea del uso social del lugar. Debíamos reconocer que los finlandeses se lo montaban bien: la idea de un ciclo de sauna, ducha y zona de descanso con opción a televisión y cerveza se me antojó insuperable.
Sentíamos renacer nuestra moral, y con ella nuestra voluntad de reparar la honrilla perdida. Lo suficiente como para contemplar un nuevo retorno a la sauna e intentar alcanzar esos quince minutos, (¿quién dijo miedo habiendo cementerios?). Así andábamos en estas consideraciones cuando aparecieron nuestros dos contertulios finlandeses, dispuestos a proseguir la conversación interrumpida por nuestra espantada.
Nos fue imposible esquivar la primera de las preguntas con las que reanudaron la conversación: "Así pues, ¿qué os ha parecido vuestra primera sauna?" Con toda la diplomacia que nos permitía nuestro mediano inglés les hicimos saber que nos había parecido un pelo calurosa... En realidad en aquellos momentos nos extrañó que después de haber pasado allá dentro una media hora echando cazos de agua no estuvieran derretidos como cirios y siguieran conservando su forma humana tan saludable.
Y como no solamente de sauna vive el hombre finlandés, y en tanto que hombre, pronto la conversación derivó hacia los por fortuna inevitables y apasionantes temas comunes a la comunidad masculina: Pretendimos abrir la veta futbolera, pero descubrimos que para ellos el fútbol en realidad ni fu ni fa; lo que hace que los finlandeses pierdan la cabeza es el hockey sobre hielo, deporte nacional del que son recientes y orgullosos campeones mundiales tras vapulear a Suecia, su eterno rival, por 6 a 1. Este dato arrojó luz sobre el que había sido hasta entonces uno de los misterios del viaje: las camisetas que habíamos visto en todas las tiendas de souvenirs con estos guarismos sobre las banderas de ambos países.
Repasamos lógicamente los éxitos de Kimi Raikkonen, pese a que ambos reconocieron que Fernando Alonso es mucho mejor piloto. Por nuestra parte reconocimos la valía de Kovalainen y los laureles del gran Mika Hakkinen como corredor de rallies. Por cierto, nos avisaron de que llegábamos tarde al Rally de los 1000 lagos, (que recientemente había sido rebautizado como Neste Oil) puesto que se celebra en el mes de julio.
Nos empezábamos a dar cuenta de que el verano finlandés en realidad sólo alcanza hasta el mes de julio. Todos los festivales y eventos interesantes habían pasado ya, dejándonos prácticamente a solas con el hermoso paisaje de bosques y lagos, repletos de brillo o melancolía, según nos acompañara el sol o la lluvia en nuestro viaje.
A esas alturas la conversación se había prolongado mucho, haciendo impensable otra opción que no fuera obsequiarnos con una buena cena para reponernos de todo lo pasado. Antes de despedirnos de nuestros contertulios y aprovechando el punto de confianza adquirido, quisimos saber qué es de sus vidas cuando el frío, la nieve y la noche toma posesión de esas tierras durante tanto tiempo. La respuesta de nuestro finlandés más dicharachero no dejó lugar a la duda: "Bueno, hacemos lo de siempre, pero bien abrigados... la vida debe seguir. Eso... o te pegas un tiro como algunos hacen."
viernes, 26 de agosto de 2011
Cuestión de honrilla en Rovaniemi
Rovamiemi es una de las poblaciones más famosas de Finlandia. Exactamente situada sobre el Círculo Polar Ártico, es la puerta de entrada a la Laponia finlandesa y además residencia oficial de Santa Claus, un sorprendente fenómeno turístico digno de ver. Nos instalamos en un puclro y acogedor hotel de la omnipresente cadena Sokos, grupo empresarial que seguramente fue el que ganó el Monopoli en Finlandia, pues copan lo más selecto de los centros urbanos de las ciudades con sus hoteles, restaurantes y grandes almacenes, allá donde fuera que recalásemos en nuestro viaje. Aquel día teníamos tiempo y ganas. Estábamos decididos. Nuestra primera sauna finlandesa no se haría esperar.
Cuando abrimos la puerta de la sauna no había nadie en aquel momento. Nuestra entrada en el recinto fue bien. El calor no nos sorprendió como esperábamos. Pese a que el termómetro marcaba nada menos que 65 grados, era perfectamente soportable "esto parece mucho, pero es calor seco, se aguanta sin problemas, se nos dará bien". En medio de la estancia habia un cubo con agua y un cazo similar a los de servir sopa. No sabíamos que función tenía, quizás se empleaba como método de urgencia para refrescarse, pero ante la duda no lo tocamos. Nuestra confianza crecía mientras nuestros poros se abrían y empezábamos a sudar. Le propuse a mi compañero hacer una primera sentada de 15 minutos y luego salir a refrescarnos.
Apenas habíamos terminado de acomodarnos cuando entraron 4 nativos del país; grandes, sonrosados, de cabellos rubio pajizo. Uno de ellos llevaba una lata de cerveza en la mano. Lo primero que hicieron fue mirar el termómetro, con cara de frío, y comprobar no sin cierta estupefacción un pequeño ventanuco entreabierto, que por deferencia a nosotros no osaron cerrar. Mi compañero de viaje, que es muy sociable y gusta de dar palique en cuanto tiene la más mínima ocasión, no tardó en entablar conversación con los recién llegados. Todos hablaban un inglés de estar por casa, como nosotros. Dos de ellos entraron rápidamente al trapo, haciendo buena la definición que nuestra guía de viaje daba sobre el carácter finlandés: afables, simpáticos y parlanchines.
La conversación arrancó declarando por nuestra parte nuestra condición de novatos absolutos como usuarios de la auténtica sauna finlandesa. Todos mostraron su interés en saber qué nos estaba pareciendo el país y la experiencia. Prestamente nos instruyeron sobre el modo de empleo: sentadas de 15 a 20 minutos, con intervalos para ducharse y vuelta a entrar. Les informamos que para empezar habíamos pensado estar poco, un cuarto de hora o así. Sin perder el hilo de la conversación, uno de ellos tomó el cubo a sus pies y empezó a lanzar cucharones de agua sobre las piedras calientes del rincón de la estancia. En aquel preciso instante empezó de veras nuestra experiencia en la auténtica sauna finlandesa.
Tras cada cucharón de agua una oleada de aire insoportablemente caliente alcanzaba nuestro cuerpo, penetrando en nuestros pulmones. Sentíamos arder nuestro cabello y nuestros ojos, ¿nos estábamos volviendo incandescentes? Mientras nosotros boqueábamos, ocupados en sobrevivir, ellos seguían conversando animadamente con nosotros, ajenos al drama. Uno de ellos había estado en Barcelona en viaje de negocios, ambos eran representantes de una empresa. Los minutos pasaban lentamante, estábamos resistiendo como jabatos, solo 5 minutos más y habríamos salvado la honrilla... Vimos el cielo abierto cuando finalmente el agua del cubo se acabó. Vana ilusión: ¡uno de los gigantes salió a por más!
Entretanto nos informaron que la temperatura de confort media de la sauna es de unos 85 grados, pero que a algunos les gusta incluso más elevada. Nos aseguraron que la sauna es un acontecimiento diario y omnipresente en la vida de todo finlandés, que hay una en cada casa, incluso en los apartamentos más pequeños y de alquiler. Que las hay de leña, de carbón, y eléctricas, de tal o cual potencia, de tales o cuales dimensiones, y que toda la familia la utiliza desde la mas tierna edad, unas tres o cuatro veces por semana.
Los cazos llenos de agua volvieron a volar de nuevo, implacables, levantando de nuevo el infierno a nuestro alrededor. Nuestra voluntad flaqueó, era imposible competir con vidas enteras de aclimatación, tradición y entusiasmo. Nos dimos cuenta que no podríamos salvar nuestro orgullo hispánico. Nos excusamos y salimos con paso incierto después de 12 heroicos minutos.
Cuando abrimos la puerta de la sauna no había nadie en aquel momento. Nuestra entrada en el recinto fue bien. El calor no nos sorprendió como esperábamos. Pese a que el termómetro marcaba nada menos que 65 grados, era perfectamente soportable "esto parece mucho, pero es calor seco, se aguanta sin problemas, se nos dará bien". En medio de la estancia habia un cubo con agua y un cazo similar a los de servir sopa. No sabíamos que función tenía, quizás se empleaba como método de urgencia para refrescarse, pero ante la duda no lo tocamos. Nuestra confianza crecía mientras nuestros poros se abrían y empezábamos a sudar. Le propuse a mi compañero hacer una primera sentada de 15 minutos y luego salir a refrescarnos.
Apenas habíamos terminado de acomodarnos cuando entraron 4 nativos del país; grandes, sonrosados, de cabellos rubio pajizo. Uno de ellos llevaba una lata de cerveza en la mano. Lo primero que hicieron fue mirar el termómetro, con cara de frío, y comprobar no sin cierta estupefacción un pequeño ventanuco entreabierto, que por deferencia a nosotros no osaron cerrar. Mi compañero de viaje, que es muy sociable y gusta de dar palique en cuanto tiene la más mínima ocasión, no tardó en entablar conversación con los recién llegados. Todos hablaban un inglés de estar por casa, como nosotros. Dos de ellos entraron rápidamente al trapo, haciendo buena la definición que nuestra guía de viaje daba sobre el carácter finlandés: afables, simpáticos y parlanchines.
La conversación arrancó declarando por nuestra parte nuestra condición de novatos absolutos como usuarios de la auténtica sauna finlandesa. Todos mostraron su interés en saber qué nos estaba pareciendo el país y la experiencia. Prestamente nos instruyeron sobre el modo de empleo: sentadas de 15 a 20 minutos, con intervalos para ducharse y vuelta a entrar. Les informamos que para empezar habíamos pensado estar poco, un cuarto de hora o así. Sin perder el hilo de la conversación, uno de ellos tomó el cubo a sus pies y empezó a lanzar cucharones de agua sobre las piedras calientes del rincón de la estancia. En aquel preciso instante empezó de veras nuestra experiencia en la auténtica sauna finlandesa.
Tras cada cucharón de agua una oleada de aire insoportablemente caliente alcanzaba nuestro cuerpo, penetrando en nuestros pulmones. Sentíamos arder nuestro cabello y nuestros ojos, ¿nos estábamos volviendo incandescentes? Mientras nosotros boqueábamos, ocupados en sobrevivir, ellos seguían conversando animadamente con nosotros, ajenos al drama. Uno de ellos había estado en Barcelona en viaje de negocios, ambos eran representantes de una empresa. Los minutos pasaban lentamante, estábamos resistiendo como jabatos, solo 5 minutos más y habríamos salvado la honrilla... Vimos el cielo abierto cuando finalmente el agua del cubo se acabó. Vana ilusión: ¡uno de los gigantes salió a por más!
Entretanto nos informaron que la temperatura de confort media de la sauna es de unos 85 grados, pero que a algunos les gusta incluso más elevada. Nos aseguraron que la sauna es un acontecimiento diario y omnipresente en la vida de todo finlandés, que hay una en cada casa, incluso en los apartamentos más pequeños y de alquiler. Que las hay de leña, de carbón, y eléctricas, de tal o cual potencia, de tales o cuales dimensiones, y que toda la familia la utiliza desde la mas tierna edad, unas tres o cuatro veces por semana.
Los cazos llenos de agua volvieron a volar de nuevo, implacables, levantando de nuevo el infierno a nuestro alrededor. Nuestra voluntad flaqueó, era imposible competir con vidas enteras de aclimatación, tradición y entusiasmo. Nos dimos cuenta que no podríamos salvar nuestro orgullo hispánico. Nos excusamos y salimos con paso incierto después de 12 heroicos minutos.
jueves, 28 de julio de 2011
Retratos cualitativos: El pintor transparente
Elevada figura de gesto relajado y mirada curiosa, vestigios sabinescos en su barba-perilla entrecana, manos grandes y fuertes, transmisoras de nobles abrazos.
Y como aquel, pongamos que escribe a menudo de su Madrid. Prosa cargada de poesía, de trazo directo. Relatos de las calles, de las luchas, y los afanes de quienes la habitan. Escritor y descriptor de sentimientos, de sensaciones cotidianas, de felicidades y amarguras.
Caballerosidad antigua. Cervezas y tapas, encuentros y motos. Cigarrillo perenne. Lúcida, cruda acidez. Ojazos que desde la trastienda son apoyo y refugio.
El gusto supremo de compartir, el entusiasmo de crear, la virtud de soñar, la inagotable y plena conversación. Madridista impertérrito e impenitente; brega desde los higadillos en discusiones futboleras inacabables; exasperación de rivales, y sin embargo amigos. Acerada ironía, contrastada lealtad. Resuelta bonhomía desde la transparente sinceridad.
Suma de factores y de contradicciones que en Adolfo alcanzan toda la brillante lógica de quien es pintor honesto de la vida.
Y como aquel, pongamos que escribe a menudo de su Madrid. Prosa cargada de poesía, de trazo directo. Relatos de las calles, de las luchas, y los afanes de quienes la habitan. Escritor y descriptor de sentimientos, de sensaciones cotidianas, de felicidades y amarguras.
Caballerosidad antigua. Cervezas y tapas, encuentros y motos. Cigarrillo perenne. Lúcida, cruda acidez. Ojazos que desde la trastienda son apoyo y refugio.
El gusto supremo de compartir, el entusiasmo de crear, la virtud de soñar, la inagotable y plena conversación. Madridista impertérrito e impenitente; brega desde los higadillos en discusiones futboleras inacabables; exasperación de rivales, y sin embargo amigos. Acerada ironía, contrastada lealtad. Resuelta bonhomía desde la transparente sinceridad.
Suma de factores y de contradicciones que en Adolfo alcanzan toda la brillante lógica de quien es pintor honesto de la vida.
Para @cosechadel66
lunes, 25 de julio de 2011
Retratos cualitativos: La lectora intensa
Una sobria figura menuda ataviada de negro, fundiéndose con sus cabellos y ojos. Una voz clara y precisa, llena de acentos del Duero; que quizás en un tiempo fue aguda, macerada por el humo de incesantes cigarrillos.
Los días, las noches, los libros, a cientos, a miles, casi como único alimento y sostén. Recuerdos de la fría y sobria Zamora, revertida de verde intenso, a través del sincero calor que emana todo lo que hace, dice, escribe y siente. Abrazos telúricos de energía pura.
Ansiosa recolectora de todo lo bello. Afanosa constructora de pensamientos, uniendo magistralmente imagen y palabra. Escritora oculta, de prosa desenvuelta y conmovedora. Corazón siempre en la mano.
Consistente contraste. Ojos brillantes en las tristezas y en el entusiasmo, ambos siempre desbordantes. Impulso férreo y feroz en sus convicciones. Incondicional en sus filias y en sus fobias, en la abnegada defensa del amigo. Refugio seguro de los suyos, conciencia frente al enemigo, fina perspicacia, intuición infalible y sorprendente.
Para María José, el horror bien podría ser una lagartija. El paraíso, perderse en un verso de José Hierro.
Los días, las noches, los libros, a cientos, a miles, casi como único alimento y sostén. Recuerdos de la fría y sobria Zamora, revertida de verde intenso, a través del sincero calor que emana todo lo que hace, dice, escribe y siente. Abrazos telúricos de energía pura.
Ansiosa recolectora de todo lo bello. Afanosa constructora de pensamientos, uniendo magistralmente imagen y palabra. Escritora oculta, de prosa desenvuelta y conmovedora. Corazón siempre en la mano.
Consistente contraste. Ojos brillantes en las tristezas y en el entusiasmo, ambos siempre desbordantes. Impulso férreo y feroz en sus convicciones. Incondicional en sus filias y en sus fobias, en la abnegada defensa del amigo. Refugio seguro de los suyos, conciencia frente al enemigo, fina perspicacia, intuición infalible y sorprendente.
Para María José, el horror bien podría ser una lagartija. El paraíso, perderse en un verso de José Hierro.
Para @Mara_BC
sábado, 23 de julio de 2011
Retratos cualitativos: El escritor vehemente
En un lugar de la Mancha habita un hombre grande. Amplio, llano y fructífero como es la tierra entera de Tomelloso. Cabello espeso y cano. Mirada tímida pero escrutadora, agazapada tras la delgada montura plateada de sus gafas. Sonrisa leve, declinada hacia la ironía. Mano franca, de apretón cálido y justo.
Persona y personaje, conversador súbito y vehemente, de formas suaves y voz queda. Lector infinito, incontenible torrente interior que bulle, pugna y brega hacia incontables libretas moleskine, inundándolas de verbo preciso y preciosista. Avezado cazador y recolector de sucesos y andanzas, armador de peripecias y tragedias.
Certero observador de un mundo de ombligos fríos, de vidas recias, de madrugadas desoladas en la gasolinera, de gastados monos azules, de paisanaje inefable en sus sórdidas ruindades. Relator de conmovedoras ternuras, discretas alegrías y desternillantes humoradas.
Pero por encima de todo, y seguramente por todo lo anterior, don Paco es un hacedor sincero de amigos, obtenidos de la misma forma que cocina sus calderetas: con paciencia, generosidad, dedicación y la mejor, la más intensa de las lumbres.
Persona y personaje, conversador súbito y vehemente, de formas suaves y voz queda. Lector infinito, incontenible torrente interior que bulle, pugna y brega hacia incontables libretas moleskine, inundándolas de verbo preciso y preciosista. Avezado cazador y recolector de sucesos y andanzas, armador de peripecias y tragedias.
Certero observador de un mundo de ombligos fríos, de vidas recias, de madrugadas desoladas en la gasolinera, de gastados monos azules, de paisanaje inefable en sus sórdidas ruindades. Relator de conmovedoras ternuras, discretas alegrías y desternillantes humoradas.
Pero por encima de todo, y seguramente por todo lo anterior, don Paco es un hacedor sincero de amigos, obtenidos de la misma forma que cocina sus calderetas: con paciencia, generosidad, dedicación y la mejor, la más intensa de las lumbres.
Para @gasolinero
martes, 12 de julio de 2011
Fascinación
Todo había terminado, por fin.
Aunque nos cueste admitirlo, todos alguna vez nos hemos descubierto secretamente atraídos por una suerte de fascinación por quienes piensan, actúan o viven de formas radicalmente distintas a nosotros. Como viajeros de trenes que se observan al cruzarse sus destinos, compartimos fugaces instantes de intensa observación y quizás llegamos a imaginarnos dentro en la piel del otro. O no...
Últimas horas de un día cualquiera en el tórrido verano mesetario en la ciudad. Ventanas abiertas buscando un soplo de aire fresco. La suite nº1 de Bach suena de fondo, el sublime violoncello del gran Yo-Yo Ma lo envuelve, manteniéndolo absorto en su trabajo. Un complejo programa zumba en el potente ordenador, mientras procede a la revisión de final de unos códigos HTML. Súbitamente, un coro de inconfundibles alaridos femeninos irrumpe a través de la pared contigua, arrasador. Un golpe, un portazo fabuloso, ruido de cristales rotos. Más voces, ahora las del padre de la estrella mediática, quien asomado a la gran terraza, en bata gris, no deja de dirigir improperios a su retoño hasta que ésta desaparece calle abajo en su potente Mercedes SLK blanco.
Se dice que si somos capaces de no perder la capacidad de asombro, seguimos manteniendo un vestigio de la inocencia perdida, y que ello contribuye a la postre a aumentar nuestra felicidad. Menos en la última parte, debía reconocer su perpetuo asombro. Después de tantos años de forzada convivencia vecinal, ella seguía siendo capaz de encontrar nuevas maneras de crispar sus templados nervios. Por algo debía ser una celebridad, por algo era la fascinación de tanta gente.
Ella, siempre ella, y su presencia constante de mil formas: él siempre máxima discrección, ella, siempre Máxima FM al otro lado. Esas cotidianas vistas perfectas a esos calzones a cuadros puestos a secar al sol. Coincidencias fascinantes; el inesperado reconocimiento de su voz, pretenciosa y chillona, en un área de servicio perdida, reclamando el mejor bocadillo de jamón del mundo para su padre, "...me lo pones del mejor que haya, ¿eh?" Genuino asombro, innegable fascinación.
Desde el vehículo de atestados de la Policía, contemplaba ahora el bulto tendido en el asfalto cubierto por la manta dorada, que refulgía tan cegadora como había sido su fama, bajo el sol justiciero de media tarde. Los servicios médicos ya se habían retirado. La voz no tardó en correr, la muchedumbre empezaba a arremolinarse. Los periodistas no tardarían en llegar, prestos a cubrir la que iba a ser la última gran exclusiva de la estrella mediática.
Se dejaba el bolso y llegaba tarde a la grabación del programa. Había parado el coche en medio de la vía. Acostumbrada a que el mundo se detuviera a su alrededor, había cruzado desde el carril opuesto, sin mirar siquiera. Tuvo tiempo de verla surgir desde la mediana, con su larga cabellera rubio platino flotando al viento, con su típico y mediático mohín de fastidio en la cara, fascinante hasta el final. Se le vino encima, así que no pudo hacer nada por evitarlo. O si...
Aunque nos cueste admitirlo, todos alguna vez nos hemos descubierto secretamente atraídos por una suerte de fascinación por quienes piensan, actúan o viven de formas radicalmente distintas a nosotros. Como viajeros de trenes que se observan al cruzarse sus destinos, compartimos fugaces instantes de intensa observación y quizás llegamos a imaginarnos dentro en la piel del otro. O no...
Últimas horas de un día cualquiera en el tórrido verano mesetario en la ciudad. Ventanas abiertas buscando un soplo de aire fresco. La suite nº1 de Bach suena de fondo, el sublime violoncello del gran Yo-Yo Ma lo envuelve, manteniéndolo absorto en su trabajo. Un complejo programa zumba en el potente ordenador, mientras procede a la revisión de final de unos códigos HTML. Súbitamente, un coro de inconfundibles alaridos femeninos irrumpe a través de la pared contigua, arrasador. Un golpe, un portazo fabuloso, ruido de cristales rotos. Más voces, ahora las del padre de la estrella mediática, quien asomado a la gran terraza, en bata gris, no deja de dirigir improperios a su retoño hasta que ésta desaparece calle abajo en su potente Mercedes SLK blanco.
Se dice que si somos capaces de no perder la capacidad de asombro, seguimos manteniendo un vestigio de la inocencia perdida, y que ello contribuye a la postre a aumentar nuestra felicidad. Menos en la última parte, debía reconocer su perpetuo asombro. Después de tantos años de forzada convivencia vecinal, ella seguía siendo capaz de encontrar nuevas maneras de crispar sus templados nervios. Por algo debía ser una celebridad, por algo era la fascinación de tanta gente.
Ella, siempre ella, y su presencia constante de mil formas: él siempre máxima discrección, ella, siempre Máxima FM al otro lado. Esas cotidianas vistas perfectas a esos calzones a cuadros puestos a secar al sol. Coincidencias fascinantes; el inesperado reconocimiento de su voz, pretenciosa y chillona, en un área de servicio perdida, reclamando el mejor bocadillo de jamón del mundo para su padre, "...me lo pones del mejor que haya, ¿eh?" Genuino asombro, innegable fascinación.
Desde el vehículo de atestados de la Policía, contemplaba ahora el bulto tendido en el asfalto cubierto por la manta dorada, que refulgía tan cegadora como había sido su fama, bajo el sol justiciero de media tarde. Los servicios médicos ya se habían retirado. La voz no tardó en correr, la muchedumbre empezaba a arremolinarse. Los periodistas no tardarían en llegar, prestos a cubrir la que iba a ser la última gran exclusiva de la estrella mediática.
Se dejaba el bolso y llegaba tarde a la grabación del programa. Había parado el coche en medio de la vía. Acostumbrada a que el mundo se detuviera a su alrededor, había cruzado desde el carril opuesto, sin mirar siquiera. Tuvo tiempo de verla surgir desde la mediana, con su larga cabellera rubio platino flotando al viento, con su típico y mediático mohín de fastidio en la cara, fascinante hasta el final. Se le vino encima, así que no pudo hacer nada por evitarlo. O si...
Para @luz_tic
martes, 5 de julio de 2011
El clic
Se le iba a quedar grabado para siempre el blanco intenso de aquellos ojos, abiertos de par en par. Apenas recordaba cómo, pero lo cierto es que tenía a aquel tipejo firmemente sujeto por la pechera, arrinconado contra la estantería de su propio despacho.
Antes, con un inmenso manotazo había desarbolado la imponente mesa de despacho, cogido la estilizada pantalla plateada de a veinticuatro pulgadas del Mac Pro y la había estampado contra la mini-nevera panelada en madera. El sonido del cristal astillado se había mezclado delicadamente con el del plástico de primera calidad al quebrarse. Un sordo fogonazo eléctrico había certificado la defunción del dispositivo. Acto seguido, desde la ventaja que le daba su posición elevada, lo había asido de la chaqueta negra de Zegna y tirando de él, lo había arrancado de su butaca haciéndolo pasar por encima de la mesa. Atrás y por toda la estancia habían quedado las RayBan graduadas, la Montblanc Meisterstück y uno de los gemelos redondos de serie limitada, exclusivo para los clientes VIP de BMW.
Por un largo instante lo contempló, justo en el centro de la visión de túnel rojo que su adrenalina había formado:
Él siempre había sido un empleado leal, educado y eficiente. Amable, comedido y razonable. Virtudes muy útiles para afrontar muchas pruebas de la vida laboral y personal. Siempre lejos de toda violencia física o verbal, en la creencia de que dos no discuten si uno no quiere. Apartado de ese clic que a veces todos sentimos cuando las circunstancias o las personas nos ponen en el disparadero.
Sin embargo, le había costado adaptarse a la soberbia de alguien que se creía superior, sólo en virtud de un puesto de mando y quien sabe qué oscuros complejos personales. Con esa particular clase de irritante suficiencia. Bajo aquella fachada sociable y desenvuelta había demasiada ironía, demasiados fuegos fatuos, demasiada jactancia, demasiados desplantes, demasiadas humillaciones. Demasiadas gotas en el vaso. Y aquel día por fin, de todas las gotas, la última.
Su mano derecha, rota, palpitaba con fuerza, cerrada en un puño alzado, apuntando directamente contra aquella cara desencajada, muda de pánico, desprovista por fin de toda altivez. Ahora estaban las cosas en su sitio. Clic.
Antes, con un inmenso manotazo había desarbolado la imponente mesa de despacho, cogido la estilizada pantalla plateada de a veinticuatro pulgadas del Mac Pro y la había estampado contra la mini-nevera panelada en madera. El sonido del cristal astillado se había mezclado delicadamente con el del plástico de primera calidad al quebrarse. Un sordo fogonazo eléctrico había certificado la defunción del dispositivo. Acto seguido, desde la ventaja que le daba su posición elevada, lo había asido de la chaqueta negra de Zegna y tirando de él, lo había arrancado de su butaca haciéndolo pasar por encima de la mesa. Atrás y por toda la estancia habían quedado las RayBan graduadas, la Montblanc Meisterstück y uno de los gemelos redondos de serie limitada, exclusivo para los clientes VIP de BMW.
Por un largo instante lo contempló, justo en el centro de la visión de túnel rojo que su adrenalina había formado:
Él siempre había sido un empleado leal, educado y eficiente. Amable, comedido y razonable. Virtudes muy útiles para afrontar muchas pruebas de la vida laboral y personal. Siempre lejos de toda violencia física o verbal, en la creencia de que dos no discuten si uno no quiere. Apartado de ese clic que a veces todos sentimos cuando las circunstancias o las personas nos ponen en el disparadero.
Sin embargo, le había costado adaptarse a la soberbia de alguien que se creía superior, sólo en virtud de un puesto de mando y quien sabe qué oscuros complejos personales. Con esa particular clase de irritante suficiencia. Bajo aquella fachada sociable y desenvuelta había demasiada ironía, demasiados fuegos fatuos, demasiada jactancia, demasiados desplantes, demasiadas humillaciones. Demasiadas gotas en el vaso. Y aquel día por fin, de todas las gotas, la última.
Su mano derecha, rota, palpitaba con fuerza, cerrada en un puño alzado, apuntando directamente contra aquella cara desencajada, muda de pánico, desprovista por fin de toda altivez. Ahora estaban las cosas en su sitio. Clic.
jueves, 30 de junio de 2011
Las llamas
La tierra húmeda de la noche se pegaba a su cuerpo mientras reptaba lentamente, remontando el último repecho del terreno. Se detuvo en cuanto los tuvo a la vista, y tras él todo el grupo. La espesura del silencioso bosque mantenía atrapada la oscuridad en el valle que se abría ante ellos. En el último rincón del cielo, tras las oscuras montañas empezó a recortarse la primera luz del día. En absoluto silencio, contempló el paso de un gran escarabajo negro sobre su mano derecha, la que empuñaba firmemente la lanza. Con la izquierda, aprestó contra su cuerpo el hacha de guerra. Allá abajo, entorno a una debilitada hoguera, todos dormían aún. Miró a sus hombres: por fin había llegado el momento de ajustar cuentas...
El seco chasquido de un tronco vencido por el fuego lo sobresaltó. Abrió de nuevo los ojos y volvió a extender sus manos hacia el rojo intenso de las llamas. Una recia ola de calor golpeó su rostro. Lo notó trepar lentamente por su cuerpo exhausto. Estaba vivo, era lo único que importaba. Frente a él las viejas caras conocidas de sus compañeros de armas cobraban extrañas formas bajo los cascos de acero, desdibujándose tras las temblorosas llamas. A lo lejos, pero nunca lo bastante, seguía alcanzándoles el incesante tronar de una tierra en furiosa disputa.
Disponían de poco tiempo, quizás de ninguno si el cerco se había vuelto a cerrar. El contacto por radio se había perdido. Poco importaba ya, pues bien sabía que todo estaba perdido, pero no estaba dispuesto a abandonar a los heridos, demasiado bien sabía que no habría cuartel para ellos.
Comprobó mecánicamente su fusil de asalto y volvió a refugiarse en el abrazo del fuego que embriagaba y reconfortaba a la vez sus sentidos endurecidos, dándole un cuartel que sus enemigos le negaban, quizás con toda justicia. Contempló las llamas y deseó poder disolverse en ellas, regresando de nuevo a la ancestral unión con aquel otro tiempo ensoñado pero cierto.
El fuego empezó a crepitar con furia, levantando pavesas punzantes contra sus manos. Sintió más y más su poderosa atracción primitiva y entonces supo con absoluta certeza que mucho antes hubo otras hogueras, otros rostros, otros hombres y otra sangre. Que aquella misma tierra fue la suya, que aquella lanza estuvo en su mano y que aquel día no le faltó fuerza ni valor.
Y también supo que en ese preciso instante otros muchos como él, absortos en la noche frente a las llamas, sabían que había llegado su momento.
El seco chasquido de un tronco vencido por el fuego lo sobresaltó. Abrió de nuevo los ojos y volvió a extender sus manos hacia el rojo intenso de las llamas. Una recia ola de calor golpeó su rostro. Lo notó trepar lentamente por su cuerpo exhausto. Estaba vivo, era lo único que importaba. Frente a él las viejas caras conocidas de sus compañeros de armas cobraban extrañas formas bajo los cascos de acero, desdibujándose tras las temblorosas llamas. A lo lejos, pero nunca lo bastante, seguía alcanzándoles el incesante tronar de una tierra en furiosa disputa.
Disponían de poco tiempo, quizás de ninguno si el cerco se había vuelto a cerrar. El contacto por radio se había perdido. Poco importaba ya, pues bien sabía que todo estaba perdido, pero no estaba dispuesto a abandonar a los heridos, demasiado bien sabía que no habría cuartel para ellos.
Comprobó mecánicamente su fusil de asalto y volvió a refugiarse en el abrazo del fuego que embriagaba y reconfortaba a la vez sus sentidos endurecidos, dándole un cuartel que sus enemigos le negaban, quizás con toda justicia. Contempló las llamas y deseó poder disolverse en ellas, regresando de nuevo a la ancestral unión con aquel otro tiempo ensoñado pero cierto.
El fuego empezó a crepitar con furia, levantando pavesas punzantes contra sus manos. Sintió más y más su poderosa atracción primitiva y entonces supo con absoluta certeza que mucho antes hubo otras hogueras, otros rostros, otros hombres y otra sangre. Que aquella misma tierra fue la suya, que aquella lanza estuvo en su mano y que aquel día no le faltó fuerza ni valor.
Y también supo que en ese preciso instante otros muchos como él, absortos en la noche frente a las llamas, sabían que había llegado su momento.
domingo, 19 de junio de 2011
Distracciones
Un techo blanco de escayola pasó a ocupar todo su campo de visión. No ha sido este un buen día, ni está siendo una buena semana... si es que en realidad lo mismo podía pensar de todo lo que llevamos de año...
Enseguida llegó el cálido chorro de agua sobre su cabeza, deslizándose después desde la frente hacia ambas sienes. Lo malo es que si miro más lejos, entonces... creo que no, mejor no. Por ejemplo: ¿Cuando empezó la cosa a torcerse con David? últimamente salimos a pelotera diaria...
Dedos expertos extendieron el champú por su cabello entrecano. El efecto fue inmediato: Cerró los ojos y se dejó llevar suavemente por su cansancio acumulado. ...No recuerdo cómo empezó esto, y aunque no tengo nada contra él, algo voy a tener que hacer, porque al final me van a tomar por el pito del sereno, y ya está bien...
Desde el exterior tan sólo llegaba a sus oídos el suave zumbido de la maquinilla de corte, presionando a intervalos sobre su cabeza. ...En lo del comité, debería tener en cuenta la opinión de Luis, ahora sólo puedo contar con él, y él lo sabe... bueno, todos lo saben ya a estas alturas...
El metal cálido cosquilleaba sobre su piel mientras rebajaba con precisión sus patillas y perfilaba la línea fronteriza entre el pelo y el cuello sobre su nuca. ...Bien mirado, igual soy demasiado comedido... ¡algún día tendré que ponerlos sobre la mesa, como hace aquí todo quisque, y que cada palo aguante su vela...!
Súbitamente, el rítmico chasquido del metal afilado sobre su cabeza empezó a dar forma a su nuevo aspecto. El peine ejercía una suerte de masaje relajante cuando rozaba su cuero cabelludo, dando orden a su pelo mojado y fresco. ....Esta chica no me suena, debe ser nueva, pero tiene buena mano con la tijera...
Algunas hebras caían sobre su rostro. Se obligó a aceptarlas sin moverse bajo la fina bata que lo cubría. Un agradable aroma a limpio lo fue llenando todo a su alrededor. Esto habría sido insoportable sin ella; menos mal que la tengo a ella, menos mal. Ella me da las fuerzas cuando me faltan... Suerte que supimos arreglarnos a tiempo. Es lo mejor que me ha pasado en toda mi vida.
Un cepillo levemente impregnado de talco empezó a correr por sus hombros, haciéndole abrir los ojos de nuevo. Contempló su nueva imagen remozada en el gran espejo. Hoy lo hablaremos, y seguramente me decida... si, lo haré, está decidido, pediré el nuevo puesto...
El cepillo siguió su curso, pasando suavemente por su rostro, retirando aquellas hebras de cabello que ya ni tan siquiera notaba. La chica volvió con el pequeño espejo cuadrado. Un momento para el vistazo final:
- ¿Qué tal se ve?
- ¡Muy bien! es un corte perfecto, muchas gracias.
Enseguida llegó el cálido chorro de agua sobre su cabeza, deslizándose después desde la frente hacia ambas sienes. Lo malo es que si miro más lejos, entonces... creo que no, mejor no. Por ejemplo: ¿Cuando empezó la cosa a torcerse con David? últimamente salimos a pelotera diaria...
Dedos expertos extendieron el champú por su cabello entrecano. El efecto fue inmediato: Cerró los ojos y se dejó llevar suavemente por su cansancio acumulado. ...No recuerdo cómo empezó esto, y aunque no tengo nada contra él, algo voy a tener que hacer, porque al final me van a tomar por el pito del sereno, y ya está bien...
Desde el exterior tan sólo llegaba a sus oídos el suave zumbido de la maquinilla de corte, presionando a intervalos sobre su cabeza. ...En lo del comité, debería tener en cuenta la opinión de Luis, ahora sólo puedo contar con él, y él lo sabe... bueno, todos lo saben ya a estas alturas...
El metal cálido cosquilleaba sobre su piel mientras rebajaba con precisión sus patillas y perfilaba la línea fronteriza entre el pelo y el cuello sobre su nuca. ...Bien mirado, igual soy demasiado comedido... ¡algún día tendré que ponerlos sobre la mesa, como hace aquí todo quisque, y que cada palo aguante su vela...!
Súbitamente, el rítmico chasquido del metal afilado sobre su cabeza empezó a dar forma a su nuevo aspecto. El peine ejercía una suerte de masaje relajante cuando rozaba su cuero cabelludo, dando orden a su pelo mojado y fresco. ....Esta chica no me suena, debe ser nueva, pero tiene buena mano con la tijera...
Algunas hebras caían sobre su rostro. Se obligó a aceptarlas sin moverse bajo la fina bata que lo cubría. Un agradable aroma a limpio lo fue llenando todo a su alrededor. Esto habría sido insoportable sin ella; menos mal que la tengo a ella, menos mal. Ella me da las fuerzas cuando me faltan... Suerte que supimos arreglarnos a tiempo. Es lo mejor que me ha pasado en toda mi vida.
Un cepillo levemente impregnado de talco empezó a correr por sus hombros, haciéndole abrir los ojos de nuevo. Contempló su nueva imagen remozada en el gran espejo. Hoy lo hablaremos, y seguramente me decida... si, lo haré, está decidido, pediré el nuevo puesto...
El cepillo siguió su curso, pasando suavemente por su rostro, retirando aquellas hebras de cabello que ya ni tan siquiera notaba. La chica volvió con el pequeño espejo cuadrado. Un momento para el vistazo final:
- ¿Qué tal se ve?
- ¡Muy bien! es un corte perfecto, muchas gracias.
martes, 14 de junio de 2011
Dos minutos
Todo empezó con una extraña pero hermosa naturalidad. La últimas luces del día desaparecían ya, muy a lo lejos en el horizonte. El interior de la cabina del veterano carguero se había llenado de sombras, tenuemente iluminada por los paneles del instrumental de a bordo. De los tres tripulantes, fue el operador de navegación el que primero vio las luces irisadas que acompañadas de un suave zumbido, pronto envolvieron todo el fuselaje del avión en una espectacular gama de colores.
Instantes después ambos motores interrumpieron abruptamente su ronroneo, tosieron en un profundo estertor mecánico y se detuvieron a la vez. Una miríada de alarmas y luces de advertencia inundaron la estancia, pintando destellos en rojo y amarillo sobre los nerviosos rostros de los tres hombres en frenética lucha. Luego sobrevino el fallo general de potencia, y el fin de toda posibilidad.
Empezaron a caer velozmente en silencio, abriéndose paso a través de bancos de oscuras nubes, siempre acompañados de ese halo misterioso iridiscente, envueltos en toda la gama cromática del espectro visible, directos hacia el último crepúsculo en medio del océano Pacífico.
Las vueltas enloquecidas del altímetro señalan con fría certeza la menguante distancia hacia cero, pero ya nadie prestaba atención; los tres hombres habían enmudecido. Tras dejar atrás un último banco de nubes densas, apareció ante sus ojos la inmensa masa marina en calma del océano, brillantemente bañada por la luz blanca de una luna enorme. Los tres mantuvieron sus miradas fijas en la contemplación del grandioso espectáculo previo al que iba a ser el final de sus días. "Nos quedan menos de dos minutos" musitó entonces el navegante.
Y fue en ese preciso instante cuando todo pasó. Vivieron todos y cada uno de sus buenos y cálidos momentos de plenitud, vivieron todo lo nunca expresado, todo lo nunca vivido suficientemente, todos los detalles que jamás les importaron. Y vivieron todas las caras, vivieron todas las palabras, todas las solemnidades, todos los día a día y hasta todas las insulsas trivialidades. Vivieron todo lo que de verdad importa, pues vivieron todo lo que fueron, todo lo que eran y todo lo que podrían haber sido y sin embargo ya no serían jamás. Todo.
Después, con la misma sutileza de su llegada, las luces irisadas desaparecieron. Instantes después, los motores, libres ya de cenizas volcánicas, volvieron a rugir, dando paso al resto de sus días. Los tres hombres cruzaron sus miradas en silencio, unidos ya para siempre por dos minutos de eternidad.
Instantes después ambos motores interrumpieron abruptamente su ronroneo, tosieron en un profundo estertor mecánico y se detuvieron a la vez. Una miríada de alarmas y luces de advertencia inundaron la estancia, pintando destellos en rojo y amarillo sobre los nerviosos rostros de los tres hombres en frenética lucha. Luego sobrevino el fallo general de potencia, y el fin de toda posibilidad.
Empezaron a caer velozmente en silencio, abriéndose paso a través de bancos de oscuras nubes, siempre acompañados de ese halo misterioso iridiscente, envueltos en toda la gama cromática del espectro visible, directos hacia el último crepúsculo en medio del océano Pacífico.
Las vueltas enloquecidas del altímetro señalan con fría certeza la menguante distancia hacia cero, pero ya nadie prestaba atención; los tres hombres habían enmudecido. Tras dejar atrás un último banco de nubes densas, apareció ante sus ojos la inmensa masa marina en calma del océano, brillantemente bañada por la luz blanca de una luna enorme. Los tres mantuvieron sus miradas fijas en la contemplación del grandioso espectáculo previo al que iba a ser el final de sus días. "Nos quedan menos de dos minutos" musitó entonces el navegante.
Y fue en ese preciso instante cuando todo pasó. Vivieron todos y cada uno de sus buenos y cálidos momentos de plenitud, vivieron todo lo nunca expresado, todo lo nunca vivido suficientemente, todos los detalles que jamás les importaron. Y vivieron todas las caras, vivieron todas las palabras, todas las solemnidades, todos los día a día y hasta todas las insulsas trivialidades. Vivieron todo lo que de verdad importa, pues vivieron todo lo que fueron, todo lo que eran y todo lo que podrían haber sido y sin embargo ya no serían jamás. Todo.
Después, con la misma sutileza de su llegada, las luces irisadas desaparecieron. Instantes después, los motores, libres ya de cenizas volcánicas, volvieron a rugir, dando paso al resto de sus días. Los tres hombres cruzaron sus miradas en silencio, unidos ya para siempre por dos minutos de eternidad.
domingo, 12 de junio de 2011
¿Qué era eso?
Los viajes a otro tiempo que soñaron sobretodo nuestros mayores y algunos de los mejores clásicos, mejor que no se produzcan jamás. Por su bien, más que por el nuestro. No por las posibles paradojas temporales, de las que mucho me temo que de puro galimatías teórico que son, jamás acertaríamos a comprender si alguna vez sucedieran, sucedieron o sucederán... (¿Lo ves, mi estimado lector, en qué imponente jardín me estoy metiendo?)
A lo que íbamos: espero y deseo, (o deseé o desearé) que nunca alguien como un H.G. Wells, un Lovecraft, un Poe o una bendita Mary Shelley haya podido jamás viajar a éste nuestro mundo de hoy y vernos ni tan siquiera, como habría dicho mi madre, por un agujerillo. Pues sin duda habrían asumido un enorme riesgo de toparse con cosas más allá de toda comprensión o de toda locura.
No tengo ninguna duda de la curiosidad de un posible viajero en el tiempo a nuestra época. Por ello, estoy convencido de que tras la inserción en nuestro presente de alguien proviniente de cualquier otro momento de la línea temporal por la que ahora mismo cojeamos, más pronto que tarde su ansia de conocimiento conduciría a su mente a una segura y horrible hecatombe, tan cruel como irreversible.
Quizás antes del fatal desenlace, hubiera sido testigo de la insolidaridad en nuestro frío y tecnificado mundo, hubiera asistido a las guerras más innobles, inicuas y brutales de nuestra especie. Hubiera visto los estragos del hambre y la desigualdad en un mundo de extrema abundancia. Hubiera asistido al respaldo por masas enfervorecidas de gobernantes indecentes, insultantemente instalados en su corrupción.
Hubiera sido testigo de multitudinarias celebraciones por triunfos deportivos y de desoladoras indiferencias ante causas justas y sangrantes. Muy posiblemente"¿Qué era eso?" hubiera sido la única pregunta de nuestro aterrado explorador en todos los casos.
Y finalmente, para su última desgracia y remate final, en algún momento nuestro intrépido viajero hubiera fijado su atención en un aparato de televisión, a la hora de algo llamado "Sálvame Deluxe".
A lo que íbamos: espero y deseo, (o deseé o desearé) que nunca alguien como un H.G. Wells, un Lovecraft, un Poe o una bendita Mary Shelley haya podido jamás viajar a éste nuestro mundo de hoy y vernos ni tan siquiera, como habría dicho mi madre, por un agujerillo. Pues sin duda habrían asumido un enorme riesgo de toparse con cosas más allá de toda comprensión o de toda locura.
No tengo ninguna duda de la curiosidad de un posible viajero en el tiempo a nuestra época. Por ello, estoy convencido de que tras la inserción en nuestro presente de alguien proviniente de cualquier otro momento de la línea temporal por la que ahora mismo cojeamos, más pronto que tarde su ansia de conocimiento conduciría a su mente a una segura y horrible hecatombe, tan cruel como irreversible.
Quizás antes del fatal desenlace, hubiera sido testigo de la insolidaridad en nuestro frío y tecnificado mundo, hubiera asistido a las guerras más innobles, inicuas y brutales de nuestra especie. Hubiera visto los estragos del hambre y la desigualdad en un mundo de extrema abundancia. Hubiera asistido al respaldo por masas enfervorecidas de gobernantes indecentes, insultantemente instalados en su corrupción.
Hubiera sido testigo de multitudinarias celebraciones por triunfos deportivos y de desoladoras indiferencias ante causas justas y sangrantes. Muy posiblemente"¿Qué era eso?" hubiera sido la única pregunta de nuestro aterrado explorador en todos los casos.
Y finalmente, para su última desgracia y remate final, en algún momento nuestro intrépido viajero hubiera fijado su atención en un aparato de televisión, a la hora de algo llamado "Sálvame Deluxe".
jueves, 9 de junio de 2011
El frío
El sol estaba ya en todo lo alto, pero sus débiles rayos no lograban calentar el viejo cuerpo del húsar francés. Inmóvil, muy erguido sobre su caballo, contemplaba al enemigo en la lejanía, sobre la cima de la colina. Entre la bruma de la batalla podía distinguir perfectamente los compactos cuadros de la infantería británica, a la espera. Ocasionales destellos del acero de centenares de bayonetas punteaban las formaciones humanas.
Súbitamente sintió aquel intenso frío interior de las grandes ocasiones, y se sintió aliviado: solo aquel frío le hacía sentir verdaderamente vivo.
Se suele decir que cada persona es un mundo, pero lo cierto es que llegará un momento en la vida en la que nuestro mundo únicamente estará poblado de personas a la búsqueda de una sola cosa: el calor perdido. Quizás entonces es cuando sentimos que ha llegado el momento de pensar en dejar esa querencia y bagaje en manos de otros con más afán. Porque hay una edad para buscar el frío resplandeciente y liberador de la lucha, un tiempo para abrazar al riesgo y buscar la victoria total sobre todo conflicto.
Ahora por fin el viejo soldado lo sabía: había cabalgado demasiados años en pos de la gloria. Ahora simplemente era tarde para volver a desear otra cosa. Pues sólo los que ahondan hasta el final en la búsqueda del frío vital nunca vuelven a desear abrazar la paz y el calor primigenios.
El viejo soldado de la caballería imperial desenvainó su sable y volvió la vista hacia sus setenta jinetes. Todos tan jóvenes y sin embargo tan viejos como él. Se encontró con todas sus frías miradas en tensa calma, por última vez, antes de la que sería la definitiva gran carga final.
Súbitamente sintió aquel intenso frío interior de las grandes ocasiones, y se sintió aliviado: solo aquel frío le hacía sentir verdaderamente vivo.
Se suele decir que cada persona es un mundo, pero lo cierto es que llegará un momento en la vida en la que nuestro mundo únicamente estará poblado de personas a la búsqueda de una sola cosa: el calor perdido. Quizás entonces es cuando sentimos que ha llegado el momento de pensar en dejar esa querencia y bagaje en manos de otros con más afán. Porque hay una edad para buscar el frío resplandeciente y liberador de la lucha, un tiempo para abrazar al riesgo y buscar la victoria total sobre todo conflicto.
Ahora por fin el viejo soldado lo sabía: había cabalgado demasiados años en pos de la gloria. Ahora simplemente era tarde para volver a desear otra cosa. Pues sólo los que ahondan hasta el final en la búsqueda del frío vital nunca vuelven a desear abrazar la paz y el calor primigenios.
El viejo soldado de la caballería imperial desenvainó su sable y volvió la vista hacia sus setenta jinetes. Todos tan jóvenes y sin embargo tan viejos como él. Se encontró con todas sus frías miradas en tensa calma, por última vez, antes de la que sería la definitiva gran carga final.
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