Como humanos a menudo nos empeñamos en ver las cosas según nuestras preferencias. Así, si un día salimos al campo y reparamos en esos elementos tan cotidianos del paisaje como son piedras que encontramos en el camino, seguramente querremos creer que son objetos fríos, duros e inertes.
Pero no para Luis Eguiluz, un veterano geólogo estructural, investigador y profesor, vitoriano recio y chaparro. Treinta años pateándose las serranías, las cuencas fluviales y las cunetas de toda Extremadura. Leyendo cada detalle de un paisaje al que ha dedicado su vida. Una vida que vuelca incansable en un torrente caudaloso de conocimientos ante cualquiera dispuesto a escuchar. Manteniendo intacto el anhelo por conocer y a explicar todo lo que es y está, lo que ha sido y será en ese pedazo de cáscara de planeta que pisamos.
"El corredor blastomilonítico de Azuaga". Hay poesía en la pura y en apariencia desapasionada, objetiva descripción del viaje de las piedras sobre la capa de la Tierra, mucho antes de que esta vieja bola que nos acoge ni siquiera soñara aún a los humanos. Durante dos días, guiados por el verbo incontenible de Luis fuimos capaces de asomarnos a otra escala, a otro tiempo inconmensurable. Recuerdos de hace quinientos ochenta millones de años, ecos de un mundo primigenio, convulso y distinto. Ante nuestros ojos lo que siempre habían sido piedras mudas y muertas empezaron a hablar, y revivieron la primera Pangea, y nos hablaron de Gondwana, de Armoria y de Avalonia.
Porque las piedras habitan en un mundo esdrújulo y si se les pregunta adecuadamente explican una historia que cuenta toda su tortuosa pasión de presiones, pliegues, fracturas y metamorfosis: Cámbrico, devónico, silúrico, canomiense; mármoles, anfibolitas, arcos, subducciones, deformaciones; protolitos, serpentinitas, rocas ígneas, sílices y calcosílices, cuarcitas negras, piroxenos, esquistos, gneises...
Ahora puedo entender porqué toda esa pasión ancestral de las piedras es irresistible para el puñado de iniciados que entran en contacto con sus secretos, y arrastrados por ella, olvidan su mundo de carne y hueso. Ese es sin duda el caso de Luis, el veterano geólogo, y también fue según se cuenta el de aquel nazi que en los años treinta y cuarenta cartografió el mapa geológico de media España, empeñado en la búsqueda del oscuro y precioso mineral de wolframio. Un trabajo magnífico según dicen, pero claro, como perdió la guerra quedó sin terminar, lo cual no dejó de ser una pena... Aunque fuera alumbrado a la sombra de una de las más negras pasiones de los hombres, tan distintas todas ellas de la eterna pasión de las piedras.