Cargando..
Todo empezó con una extraña pero hermosa naturalidad. La últimas luces del día desaparecían ya, muy a lo lejos en el horizonte. El interior de la cabina del veterano carguero se había llenado de sombras, tenuemente iluminada por los paneles del instrumental de a bordo. De los tres tripulantes, fue el operador de navegación el que primero vio las luces irisadas que acompañadas de un suave zumbido, pronto envolvieron todo el fuselaje del avión en una espectacular gama de colores. Instantes después ambos motores interrumpieron abruptamente su ronroneo, tosieron en un profundo estertor mecánico y se detuvieron a la vez. Una miríada de alarmas y luces de advertencia inundaron la estancia, pintando destellos en rojo y amarillo sobre los nerviosos rostros de los tres hombres en frenética lucha. Luego sobrevino el fallo general de potencia, y el fin de toda posibilidad.
Empezaron a caer velozmente en silencio, abriéndose paso a través de bancos de oscuras nubes, siempre acompañados de ese halo misterioso iridiscente, envueltos en toda la gama cromática del espectro visible, directos hacia el último crepúsculo en medio del océano Pacífico.
Las vueltas enloquecidas del altímetro señalan con fría certeza la menguante distancia hacia cero, pero ya nadie prestaba atención; los tres hombres habían enmudecido. Tras dejar atrás un último banco de nubes densas, apareció ante sus ojos la inmensa masa marina en calma del océano, brillantemente bañada por la luz blanca de una luna enorme. Los tres mantuvieron sus miradas fijas en la contemplación del grandioso espectáculo previo al que iba a ser el final de sus días. "Nos quedan menos de dos minutos" musitó entonces el navegante.
Y fue en ese preciso instante cuando todo pasó. Vivieron todos y cada uno de sus buenos y cálidos momentos de plenitud, vivieron todo lo nunca expresado, todo lo nunca vivido suficientemente, todos los detalles que jamás les importaron. Y vivieron todas las caras, vivieron todas las palabras, todas las solemnidades, todos los día a día y hasta todas las insulsas trivialidades. Vivieron todo lo que de verdad importa, pues vivieron todo lo que fueron, todo lo que eran y todo lo que podrían haber sido y sin embargo ya no serían jamás. Todo.
Después, con la misma sutileza de su llegada, las luces irisadas desaparecieron. Instantes después, los motores, libres ya de cenizas volcánicas, volvieron a rugir, dando paso al resto de sus días. Los tres hombres cruzaron sus miradas en silencio, unidos ya para siempre por dos minutos de eternidad.
En medio de una tragedia, en el extremo de la vida, un regalo. Para mí lo sería... El breve privilegio de un par de minutos de lucidez, reviviendo en la memoria. El milagro de unos instantes limpios de miedo o arrepentimiento. Arropados tan sólo por el eco de voces queridas, miradas y sonrisas desfilando por el corazón, rostros amados en un único presente, volviendo a abrazarlos con el pensamiento.
ResponderEliminarY nunca decir adiós, aunque no sepamos el destino. No podemos despedirnos de lo que llevamos dentro.
Magnífico y hermoso relato :)
Un abrazo. Mara.
Y te fundes en ese inmenso océano donde están todos los colores, todos los sonidos, todos los Universos que existieron y existiran .... para volver donde estabas ....
ResponderEliminarDos minutos de vacio, dos minutos de eternidad y .... el resto de la Vida ....
Gracias por vuestros comentarios, Maria José y Juana, pues complementan la idea que quería expresar muy bien.
ResponderEliminarDos minutos sin aliento leyendo esta tremenda descripción de los últimos momentos de tres vidas..
ResponderEliminarMuy bueno, Ricardo.
Beso!
Muchas gracias, Blanca. Nunca se sabe cuando llegan los grandes momentos, quizás porque todos son importantes
ResponderEliminarDos minutos aguantando la respiración para llegar ... a una segunda oportunidad ...
ResponderEliminarGenial post
Un abrazo
Berta