miércoles, 11 de julio de 2012

Los años del Mehari

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Discurría la tarde de verano volviendo por el camino de Matamala. La limpia luz dorada del sol poniente cayó sobre sus ojos al enfilar una larga recta. Suavemente aceleró mientras contemplaba los ondulantes campos amarillos de cereal, a un lado y otro de la carretera. El pueblo ya estaba cerca, pero antes, a su derecha y tras una curva a la izquierda deberían aparecer los esbeltos chopos de la fuente del Pradejón. Así fue. Entonces se acordó de todo.

Quizás aquel lejano recuerdo no valía ya un alto en el camino, pero aún así ya había parado en lo que ahora se le antojaba un lugar desprovisto de todo interés. Extrañado de su propio desapego, bajó del coche y recorrió con la mirada el paraje. Buscaba un olmo viejo y grande.

Hacía ya muchos veranos del chico del Mehari azul; fue la auténtica sensación de aquellos años. En una época en la que todos despertaban a muchas cosas de la vida, él supo sacar buen partido de su ventaja. Con sus cuatro ruedas y su sonrisa arrasó un mundo de bicicletas y un puñado de ciclomotores para cambiarlo todo. Cayeron bajo el influjo, se los llevó a todos y a todas de calle. A todas, si...

Empezaron los años del Mehari. Y es que un coche sin techo como aquel podía hacer promesas sin límite: las nuevas expectativas, el sol y el viento en la cara, los nuevos lugares, las fiestas sin fin, las noches de vino y estrellas, los nuevos juegos, y por encima de todo, la insuperable, embriagadora sensación de libertad...

Los kilómetros pasaron con rapidez y con ellos los días de aquel verano. Hasta que un día amaneció fresco y nublado, y por fin llegó la lluvia. Aquel día no hubo risas. Por primera vez un desacuerdo, una contrariedad. Por primera vez un reproche, y las primeras palabras malsonantes asomaron en la boca del simpático chico del Mehari.

Aquel día de lluvia, algunos empezaron a darse cuenta de que el chico del Mehari no era tan joven, que su sonrisa no era eterna, ni el coche, pese a todo, tampoco lo era tanto.

Al año siguiente, el chico del Mehari volvió al pueblo con su desenvuelta sonrisa de verano, pero esta vez se encontró con algunos cambios.  Junto al corrillo de la que fue su gente las bicicletas habían dado paso a las Vespinos y un par de Montesas de 50 CC. Muy cerca, un reluciente SEAT Ritmo lanzaba destellos de verde metalizado.

Resultó que al chico del Mehari no le gustaban los cambios, no cuando no venían con él. Una noche de sábado, al calor de la borrachera se fue directo hacia el del Ritmo. Que supiera que no habría nunca nada como su Mehari, que él les había traído la verdadera esencia del verano y que lo habían dejado colgado. Que por eso eran unos traidores, unos desagradecidos. Que a partir de ahora se lo montaran como pudieran. Y que les dieran.

Ese verano la parroquia del Mehari cambió y poco a poco fue a menos. Algunos empezaron a ver que su carrocería de plástico se llevaba mal con los golpes, que la capota no encajaba bien, y que el viento silbaba, molesto, al pasar al interior. Que los treinta y tantos caballos de sus dos cilindros perdían su juvenil alegría a plena carga y en subida.

La última del chico del Mehari fue cuando quiso retar al del Ritmo a una carrera. "Vamos a la recta de Matamala, guaperas, y vemos quien es el mejor". Por entonces a nadie se le escapaba ya que un Mehari apenas superaba los 100, y eso recién salido de fábrica; pero aquel era ya un coche viejo y quien lo conducía penas se tenía en pie, ciego de cubatas y orgullo herido. El otro ni se dignó a responder, dejándolo con la palabra en la boca. Furioso, dicen que lo vieron salir del pueblo y embocar la carretera de Matamala a todo lo que daba la máquina. Seguramente no llegó a los 100 Km/h, pero fue suficiente para desintegrarse junto con su Mehari cuando se estampó contra el gran olmo que aún crece junto al modesto muro de piedra de la fuente del Pradejón.

Allí estaba. Se plantó de nuevo ante el viejo árbol. Rodeándolo, buscó alguna señal en la centenaria corteza. En efecto, tal y como se dijo entonces, el impacto no había dejado huellas apreciables en el árbol. No pudo evitar una tenue sonrisa: al final tampoco la había dejado entre los que lo conocieron.

8 comentarios:

  1. “Hasta que un día amaneció fresco y nublado, y por fin llegó la lluvia”

    Me debato entre dos interpretaciones, la de lo nublado que nos parece ahora todo tras la vertiginosa velocidad de tiempos pasados o, el descanso que suponen estas nubes tras toda esa febril ensoñación que nos llevaba a ningún sitio (sólo al olmo centenario en el que apenas quedó huella)

    Me recuerda a los escaparates el día uno de enero, todos adornados aún para el festejo de fin de año, que tristes parecen. ¡Hay que ver cómo nos pierden las apariencias! Porque resulta que luego, a plena carga y en subida, de poco sirven los brillos de falsa sección.

    Excelente relato Ricardo. Un abrazo! :)

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    1. Ya sabes Isabel, que se puede tirar durante un tiempo de una chapa aparente, pero al final siempre lo que hay debajo nos deja en evidencia...

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  2. Si envidias y quieres lo que otro tiene, inconscientemente te estás infravalorando. Eso le duele al Ego tanto que genera odio y rencor hacia la persona admirada.
    Qué tonto y complejo es el ser humano, no?

    Muy chulo este relato, Ricardo. Un abrazo.

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    1. Somos capaces de casi todo, y cuántas veces complejidad implica algo malo. Nos complicamos la vida tanto...
      Muchas gracias Rebeca!

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  3. El relato me ha llevado a los amigos del verano. Las noches sentados debajo de unos árboles. Los trastos que manejaban algunos y las primeras motos..

    ¡Pero qué lindo te ha quedado todo!..

    Un abrazo rodeando un árbol.

    Hoy voy envuelta en hoja.

    A un Olmo de Blanca...

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    1. Lo mejor de los recuerdos es que los conservamos con su parte buena, así debe ser...
      Muchas gracias Blanca!

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  4. Felicitaciones Ricardo. No es poca cosa manejar las imágenes y las emociones como tú logras hacerlo, transmitiendo al lector tu disfrute de autor y una suave melancolía teñida de esperanza. Me gusta esa espiritualidad huérfana que se esconde en algunas palabras y frases felices de tu relato, porque me habla de bondad, sensibilidad y amor por lo bello. Cuando puedas paséate por mi blog, cuyo estilo nada tiene que ver con el tuyo, pues trata objetiva y científicamente de temas actuales y polémicos, buscando tumbar prejuicios y falsas creencias, pero a cuyos lectores no vendría mal un comentario tuyo, lleno de poesía y de inteligencia. Un abrazo desde Caracas! Gustavo http://lobigus.blogspot.com/

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  5. Lo he disfrutado mucho y también me ha dejado melancólica y pensativa...gracias Ricardo.
    Me quedo con el olmo y me aferro a sus raíces.

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