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(Publicado en @diariofenix)
Se acercó al borde del acantilado para contemplar el océano. La fresca luminosidad del sol de marzo bañaba la ancha playa que se extendía a sus pies, alejándose de su vista en ambas direcciones hasta fundirse con la bruma marina. La marea baja estaba en su apogeo. No tardó mucho en verlo él también. Como todos los demás, decidió bajar y acercarse a ver qué era aquello.
Durante la marea baja a veces el mar se retiraba muy lejos, dejando a su alcance parte de un territorio extraño y ajeno. Después de muchas generaciones seguían respetando y temiendo a aquel mar inmenso, que siempre había sido honesto con ellos. Hacía mucho tiempo que sabían que en marea baja siempre aparecía la verdad desnuda, por unas horas, mostrándose a los ojos de quien quisiera verla. A veces era rica y brillante, a veces descarnada, siempre secándose bajo el sol. Y de este modo habían aprendido que todo era cambiante, que nada podía ser para siempre, nada salvo quizás el gran océano en su eterno ir y venir ante ellos.
Con el tiempo se habían acostumbrado a explorar en los límites de aquel reino vedado y hostil, sospechando con cada nuevo hallazgo que quizás existía algo más allá de todo lo conocido, más allá de su isla, otro mundo muy distinto al suyo.
A veces la marea baja les dejaba indicios de sus sospechas, pero nunca como aquel día.
Lentamente se fueron acercando todos, hasta casi tocar el gran objeto, inmenso, inabarcable, incomprensible. Mientras tanto el océano seguía ahí, muy cerca, rugiendo y vibrante de espuma. Pronto volvería sobre ellos, trayendo un cielo cambiante, portador de nuevos vientos racheados desde más allá de sus mismos límites. Fue él, como jefe de la tribu, el primero en tocar el frío y recio metal. Instintivamente retiró su mano y retrocedió unos pasos. Entonces volvió su vista al profundo mar oscuro y asió con fuerza su lanza, pues comprendió que pronto no tendrían a donde ir.
Bonita fábula sobre la incertidumbre del futuro y las posibilidades de enfrentarse a él. Me quedo con la imagen de ese mar eterno y "honesto" que les ofrece "la verdad desnuda", la mejor manera, y tal vez la única, de defenderse ante los cambios y amenazas del porvenir.
ResponderEliminarHermoso mar que tan bien evocas, por cierto... Dan ganas de quedarse contemplando el vaivén de la marea y hasta sentir el cosquilleo de la arena en los pies...
Un saludo.
Gracias, Mara. La verdad pura y simple es de las cosas que más respeto merecen, quizás por ser un bien tan escaso en los tiempos que corren...
ResponderEliminarBesos!
Me ha gustado....lo desconocido asusta y enfrentarse a ello mas....a veces tienes la certeza de que algo nuevo te hará perder lo que tienes, y en mucha ocasiones no te equivocas....
ResponderEliminarHas captado perfectamente lo que quería expresar, es algo instintivo muchas veces... gracias por tu comentario!
EliminarRicardo, creo que tienes un antepasado guerreo cuya historia sólo tú conoces y no nos desvelas. Pero no sólo guerrero sino también sabio, porque sólo esa sabiduría milenaria es capaz de comprender los matices de la verdad desnuda.
ResponderEliminarDelicioso mar...
Un abrazo! :)
Isabel, lo de mi antepasado estoy pensando que quizás sea posible, no lo sé... pero coincido contigo en una cosa de la que sí estoy seguro: Delicioso mar, siempre!
EliminarHas sabido arrastrarnos junto a esa marea baja tan bellamente descrita, a ese mundo mágico de predicción y misterio. Has entrelazado la belleza del mar con el desasosiego del hombre ante lo desconocido. Enhorabuena!
ResponderEliminarMuchas gracias Teresa; esa intuición más que otra cosa de que algo no va a ir bien, por desgracia últimamente la tengo demasiadas veces... Saludos!
ResponderEliminarEstoy por adentrarme en ese mar y no salir. Prefiero arriesgarme a quedarme quieta y que me lleve la corriente.
ResponderEliminarPrecioso, Ricardo.
Besos!
Mejor arriesgarse a no encontrar que quedarse a la espera del triste final, siempre...
ResponderEliminarGracias, Blanca!
En tierra firme hemos construido nuestra existencia cotidiana a base de convenciones sociales aceptadas por la mayoría a sabiendas de que existe otra realidad más allá de nuestros dominios que puede hacer tambalear la vida tal y como la conocemos. Ahí reside el riesgo de abrirse a influencias externas, de entrar en contacto con otros grupos que aportan un bagaje experiencial propio y que nos obligan a replantearnos cómo actuar: adoptando y asumiendo nuevos cambios o replegándonos en nosotros mismos ajenos a cualquier innovación. El jefe de la tribu intuye a través de las señales que le ha brindado la marea baja que se aproxima un encuentro para el cual su pueblo no se encuentra en igualdad de condiciones. Su pequeño mundo se extingue. Es cuestión de tiempo.
ResponderEliminarPreciosa metáfora vital en el que has revestido al mar de toda su magnificencia para convertirlo en uno de los protagonistas del relato.
Un abrazo tinerfeño
CC
Muchas gracias por tu completa y acertada reflexión, un comentario para enmarcar que suscribo al 100%, pues analizas aspectos inicialmente ocultos de la historia incluso para mi mismo, pero que sin duda están ahí.
ResponderEliminarGracias, un abrazo!